No había nada que yo amara más en el mundo que mi trabajo, y es que no por nada me había quemado las pestañas estudiando cinco años de periodismo en la Universidad y obteniendo las mejores calificaciones de mi generación.
Lo que más me gustaba de ser periodista era cubrir entrevistas y notas en terreno, pues amaba ir hasta el lugar de los hechos y poder obtener de primera fuente la información.
—Buenas tardes —hablo con un tono de voz seguro hacia el hombre que se encontraba en la entrada de la torre de agua de la ciudad—. Soy Christine Wang, de AAmedia, quisiera saber ¿cómo afectará el corte del suministro de agua a los ciudadanos? —pregunto sin rodeos. Le acerco mi micrófono y aquel hombre no hace más que darme una mirada inquisidora, dejando en claro que no quería responder a mi cuestionamiento.
—Buenas tardes, señorita Wang —contesta con brusquedad—. No puedo dar información al respecto, pues aún no sabemos sobre las consecuencias que tendrá el corte de abastecimiento.
—¿Entonces podemos esperarnos un largo tiempo sin suministro? —pregunta con malicia un periodista del canal competencia.
—No puedo dar una respuesta concreta frente a eso —repite el hombre.
Estoy por preguntar algo más al respecto, pero de pronto, un ruido me hace sobresaltar. Todos observamos hacia el cielo, y si bien, hace un momento había comenzado a llover, no esperaba que todo acabara con una tormenta eléctrica. Las luces comenzaron a anunciarse en el cielo y esa fue la señal para alejarme del sitio, pues no estaba dispuesta a que la tormenta me encontrara fuera de un lugar seguro.
Miro al camarógrafo que me había acompañado a cubrir la entrevista y él me hace una clara señal de que no podíamos cortar la entrevista, por lo que me apresuro en sacarle información a aquel cretino que se mostraba más cerrado que una ostra.
—Si no tiene nada para decir… ¿qué hace aquí? —suelto con algo de molestia. Los ojos de aquel hombre me reparan con odio y luego simplemente bufa—. Los ciudadanos están en su derecho a conocer sobre lo que está ocurriendo, pues recordemos que ellos pagan por el servicio de agua potable —digo sin pelos en la lengua.
Y entonces, las pequeñas gotas de lluvia se convirtieron en goterones, logrando empaparnos por completo, tal como si nos hubiéramos sumergido en una piscina. Intentaba mantener los ojos abiertos para mirar al hombre entrevistado, pero por más que lo intentaba, la lluvia lograba hacerme cerrar los ojos de manera involuntaria.
—¡Ya no puedo seguir aquí respondiendo a los ataques de ustedes, ineptos! —responde entre gritos y luego simplemente se da media vuelta. Me volteo al camarógrafo, haciéndole una clara señal para que deje de grabar y antes de que el hombre grosero se esconda en su guarida me aseguro de que pueda escucharme.
—¡Ineptos ustedes, que se aprovechan del dinero de los ciudadanos! —grito a viva voz. Todos me quedan mirando de reojo, con sonrisas en sus labios, pero agradecí que nadie comentara nada, pues de seguro si mi querido jefe se enterara de mi comportamiento, me ganaría una reprimenda.
Aunque si se trataba de mi jefe, yo estaba dispuesta a recibir lo que fuera con tal de tener un poco de su atención.
—¡Vamos, Christine! —habla Peter, el camarógrafo, tomándome del brazo y corriendo conmigo a rastras hasta meternos bajo un paradero de buses que tenía un techo diminuto—. Diablos, ¿cómo es que accedimos a venir sin transporte?
—Ni me digas —me lamento en un susurro mientras me abrazo a mi misma—. Deberíamos llamar al jefe.
—Yo iré caminando hasta el canal —dice al encogerse de hombros y mirarme con cautela—. ¿Vas conmigo?
—¿Estás loco, Peter? —pregunto confundida—. Literalmente el cielo está por caer sobre nosotros… ¡Claro que no me moveré de aquí!
—Entonces nos vemos mañana, Wang.
Alzo una ceja hacia él y me cruzo de brazos para intentar buscar mayor calor en mi cuerpo. Peter abraza su preciada cámara de video y luego corre rápido, alejándose cada vez más de mi. Lo maldigo en mi interior por ser un patán y dejarme sola bajo esta maldita tormenta eléctrica.
—Mierda —espeto furiosa y luego me decido por tomar mi celular y enviarle un mensaje a mi jefe.
“Estoy varada en la avenida 4. Peter me dejó sola, hay una tormenta eléctrica, y no tengo nada seco en mi cuerpo. ¡Necesito ayuda!”
Ok, tal vez no debía decir que no había nada seco en mí, y puede que lo haya hecho con dobles intenciones, pero, ¿quién podría culparme? Alexander Williams era todo un Dios griego. con ese cabello rubio y abundante, además de unos intensos ojos azules que cuando me miraban lograban mojar mis bragas… Debía reconocerlo, desde que lo conocí, había tenido un enorme enamoramiento por aquel hombre, pero lamentablemente, nunca me había decidido a dar un paso más allá, pues mi trabajo estaba en juego, y además, mi repertorio de amores era un verdadero fracaso.
Siempre había escuchado comentarios como “Christine no es material para novia”, “Wang es tan independiente que no sirve para una relación”, como si ser una mujer independiente y empoderada fuera motivo para que los hombres temieran de mí.
Mi celular suena con aquel tono de llamada que tenía designado para Alexander, lo que me hace salir de mis pensamientos y contestar la llamada enseguida.
—¿Dónde estás, Wang? —pregunta a la rápida.
—En un paradero de buses, en la avenida 4… —dije. Al hablar en voz alta pude darme cuenta que la voz me temblaba a causa del frío, y que de plano, estaba perdiendo la sensibilidad por el agua corriendo por todo mi cuerpo.
—Ya te vi —dice al cortar la llamada.
Alzo mi cabeza y lo veo correr hacia mí, por lo que sonreí con satisfacción, porque casi me sentía dentro de una película erótica, con aquel pedazo de hombre corriendo bajo la lluvia, con la ropa pegada a su cuerpo, que me imaginaba estaba muy bien dotado…
—¿Qué haces ahí parada? —pregunta frunciendo las cejas con fastidio y se me acerca para tomar mi mano y entonces jalarme hacia el lugar de donde provenía.
—¿A dónde vamos, jefe? —grito para que pueda escucharme, pero no recibo respuesta alguna.
Vale, me podía aguantar el resfrío que me pegaría por esto, solo por este momento, en que la mano de Alexander Williams rodeaba la mía con fuerza, mientras ambos corríamos bajo la lluvia. El cielo no dejaba de crujir, lo que me aterraba, y al mismo tiempo, me hacía sentir agradecida porque mi jefe hubiera llegado a mi rescate.
A lo lejos, pude identificar aquel hermoso Mercedes n***o que mi jefe tenía, por lo que me sentí aliviada al estar llegando a un lugar seguro, o eso hasta que de la nada apareció otro auto a toda velocidad, doblando en medio de la calle y sin remedio se estrelló contra el automóvil de mi jefe. Nos detenemos abruptamente ante el estruendo y miro de reojo a Alexander, quien tenía los ojos muy abiertos y solo reaccionó cuando observamos que el culpable escapó sin siquiera detenerse.
—¿¡Qué demonios!? —grita llevando ambas manos hasta su cabeza.
Corrimos hasta su automóvil y entonces Alexander toma su celular para hacer un llamado, mientras yo me quedo de pie a su lado sin decir ni pío, pues sentía que aquel hombre podría explotar en cualquier momento.
—¡Un imbécil me chocó! —grita con rabia. La lluvia seguía empapándonos y mi cuerpo no dejaba de temblar ante el frío—. ¡Hay una maldita tormenta y…! ¿¡Cómo mierda me calmo, Amalia!? —cuestiona y entonces me mira de reojo. Lo veo hacer una mueca con los labios y sus ojos comienzan a barrer la calle que tenemos enfrente—. Te doy media hora, Amalia. Estoy aquí con Wang y seguro nos agarra un resfrío.
“Que ganas de que me agarre él”, pienso con picardía y me muerdo el labio antes de reírme como una idiota ante mis propios pensamientos.
—Vamos —dice con frialdad y entonces vuelve a tomar mi mano para correr en una dirección específica.
En silencio le seguí el ritmo, hasta que luego de algunos minutos eternos, nos detuvimos en lo que parecía ser una casa gigante. Alexander se acercó a la puerta principal y le dio una patada que logró hacerla aflojar y luego de un empujón, esta cedió por completo. Entramos en aquel lugar y supe que nadie había habitado el lugar por mucho tiempo, pues estaba totalmente descuidado.
—¿Qué es esto? —pregunto al mirar todo con curiosidad mientras seguía abrazándome a mí misma en un intento de calmar el frío que sentía.
—Un refugio temporal —responde Alexander al encogerse de hombros. Me quedo en silencio al ver cómo él comienza a sacar el sacó que traía encima, junto a su camisa, la que estaba por completo mojada y se pegaba a su piel. Trago saliva con dificultad, pues no me esperaba ver aquel espectáculo y mis ojos no perdieron detalle alguno de su cuerpo—. Vendrá una grúa a buscar mi automóvil, mi hermana, Amalia, me avisará cuando estén de camino, y mientras eso no ocurra, no puedo moverme de aquí…
—¿Tiene calor, jefe? —alzo una ceja, ignorando por completo lo que salía de su boca, pues mis ojos no podían dejar de mirar aquellos abdominales tan marcados que solo me provocaban ganas de pasar mi lengua por ellos.
Mierda, este hombre parecía sacado de una revista porn.o.
—¿Te gusta lo que ves, Wang? —pregunta entonces, haciéndome sonreír de medio lado.
—¿A quién no le gustaría? —pregunto de vuelta a la vez que muerdo mi labio inferior. Alexander se había quedado únicamente con su pantalón puesto y yo moría por ver qué guardaba bajo ellos.
Sus ojos azules me escanearon de arriba hacia abajo y como yo no era una mujer tímida, hice lo mismo que él: comencé a sacarme la ropa frente a él. Tiré de mi sweater hacia arriba y quedé expuesta ante sus curiosos ojos, dejando ver mi brassier de encaje.
—Wang… —advierte con la voz ronca y yo sonrío con satisfacción al ver cómo se acerca lentamente a mí—. ¿A qué estás jugando? —pregunta sin dejar de ver mis voluminosos pechos cubiertos por aquella fina tela negra.
—A nada, jefe —respondo fingiendo inocencia—. Es solo que estoy tan mojada… —susurro. Alexander se detiene a escasos centímetros de mí y soy capaz de sentir mi piel calentarse bajo su mirada.
Era muy probable que luego de esto me arrepintiera por dejarme llevar, pero estaba cumpliendo mi capricho al sobrepasar la línea profesional que siempre había mantenido con mi jefe. Diablos, sí incluso ya había perdido la cuenta de todas las veces en que me había tocado al imaginarme junto a él.
—Me estás provocando, mujer… —asegura al ladear su cabeza y mirarme sin pudor.
Mis piernas temblaron y sentía un hormigueo recorrer mi piel, pero me mantuve firme y coqueta, pues ya no había marcha atrás, había comenzado con este travieso juego y estaba dispuesta a llevarlo al límite.
—Usted comenzó a desvestirse —le recuerdo con una sonrisa inocente y entonces él bufa.
—No fue con segundas intenciones, pues estaba muy… —sonríe con picardía y muerde su labio inferior antes de agregar:— Mojado.
Mi lengua recorre mi labio inferior, en una clara señal de que deseaba poder probar aquella boca, pero mi sorpresa aumenta cuando sus manos se posicionan sobre mi cintura, y me pega a su pecho con brusquedad. Sentí la humedad entre mis piernas crecer y era muy probable que mis bragas estuvieran totalmente empapadas, pues yo me sentía muy excitad.a gracias a este hombre.
Nuestras miradas se conectaron y entonces su boca me arrebató un beso candente, que me hizo desear no detenernos nunca. Su lengua recorrió la mía en un juego travieso, mientras mis manos recorrieron su pecho, delineando aquellos abdominales marcados. Alexander gim.e contra mi boca y yo chup.o su labio inferior a la vez que me pego más a su cuerpo, como si aquello fuera posible. SDu manos me agarran con fuerza por mis glúteo.s y me pegan contra su dureza, haciéndome gemir en respuesta.
Soy capaz de sentir su erecció.n contra mi abdomen bajo y luego en un rápido movimiento él me toma por las caderas para sentarme sobre una vieja mesa. Lo observo acomodarse entre mis piernas y luego soy yo quien ataca su boca, robándole un gruñido tan varonil que me derrite por completo. Lo beso con intensidad, deleitándome con el arrebatado movimiento de nuestros labios, como si temieran a que aquel momento acabara.
—Jefe… —gimo provocativa mientras muerdo su labio inferior.
—Wang, yo… —musita contra mi boca y sus ojos se abren para mirarme directamente. Pude ver el deseo en sus ojos, pero tristemente fuimos interrumpidos por el sonido de su celular—. Mierda —bufa.
Se aleja de mí y contesta la llamada entrante, haciéndome notar el frío de su ausencia. Me mantuve sentada aún sobre aquel mesón, esperando que él volviera aquí y reclamara mi cuerpo para fundirnos en el placer, pero todo se fue a la mierda cuando lo escuché hablar.
—Ya, ya.. Voy enseguida —lo veo tomar su ropa del suelo y mis esperanzas se desvanecen—. Gracias, Amalia.
Sin preguntar nada, recojo mi sweater mojado y me lo pongo sin importar nada, para después salir de aquel refugio en completo silencio. Ninguno de los dos dijo algo al respecto de lo que había ocurrido ahí dentro, y corrimos hacia donde había quedado su auto, sin mirar atrás, como si aquel beso nunca hubiera tenido lugar.