**ADRIANA** Caminó hacia él sin prisa, como si el resto del mundo pudiera esperar. —Nos vamos —dijo Gabriel, sin dejar de mirarlo. —Sí, ya vámonos —respondí, con un nudo apretando mi garganta. Fui por mi bolso, sintiendo cómo la música parecía volverse ruido. Volví a la mesa. Y allí estaba la escena que más temía ver, aunque ya no me hería como antes. Carlota, inclinada sobre Tomás, tomándole la cara entre sus manos, hablándole en voz baja, como si fueran los únicos en ese lugar. ¡Qué espectáculo patético! Sonreí, pero de esa forma cínica que solo se le permite a quien está cansado de fingir. Agarré mi bolso del respaldo de la silla. Ni siquiera pensaba despedirme. Que se quedaran en su mundo de apariencias. Pero entonces, una mano se cerró sobre la mía. Tomás. —¿Ya te vas? —preguntó

