**TOMAS** Carlota se acurrucó en mi brazo, como si quisiera sellar su presencia sobre mí con ese gesto dulce y posesivo. —Estás muy callado hoy, amor… —susurró, acariciando mi antebrazo con la yema de los dedos—. ¿Está todo bien? No alcancé a responder, porque en ese momento, lo sentí. Las uñas de Adriana se clavaron sin piedad en la parte interior de mi pie. No fue un roce juguetón ni una advertencia ligera. Fue castigo. Celos. Reclamo. Me removí de inmediato, y un impulso involuntario me hizo encogerme levemente, ahogando un quejido. —¿Qué pasó? —preguntó Carlota, alarmada, incorporándose un poco. —Nada, se me durmió el pie… —mentí con rapidez, esbozando una sonrisa falsa. Ella me miró con curiosidad, pero no insistió. Volvió a apoyar su cabeza en mi hombro, convencida por mi ex

