Masticando el hielo con gracia, Jennifer disimuló su curiosidad de quien era esa mujer, caminó hacia Stavros, lo tragó y le inquirió con una sonrisa amable: ―Y... ¿Qué haremos? Stavros la observó fijamente y respondió con seriedad: ―Bueno, mencionaste que tenías hambre y querías almorzar. Vamos al restaurante. ―¡Oh, sí! Estoy muriendo de hambre, Stav. Y gracias por ajustar… las tiras de mi vestido, estan… algo apretadas, pero gracias. ―Perdón, soy algo brusco… ¿Te las desato un poco? ―¡No, no estan bien así jeje! Virginia… no las ató bien pero así estan bien así que muchas gracias Stav―Le sonrió dulcemente. Stavros, sintiendo una ligera incomodidad por la frustración de no poder poseer a la mujer cautivante y a la vez prohibida, respondió con cordialidad: ―De nada, no hay problema.

