Sofía
Mi vida es perfecta. Bueno, no tan perfecta para alguien materialista que solo piensa en el dinero y en lo que erróneamente considera como la buena vida, pero para mí, mi vida sí es perfecta.
No es la clase de perfección que sale en las películas, llena de lujos y glamour, sino algo más profundo y real. Es una perfección que se encuentra en las pequeñas cosas, en los momentos que comparto con mi madre y mi hermana y en la calidez de nuestro pequeño hogar.
Mis recuerdos más antiguos están tejidos con hilos de cariño y dedicación. Mi padre falleció cuando apenas tenía cinco años, pero su ausencia no nos ha definido. Mi madre, una mujer fuerte y valiente, se convirtió en nuestra ancla, nuestra protectora. A pesar de las dificultades, siempre nos ha dado su amor incondicional.
Aunque nuestras finanzas siempre han sido ajustadas, nunca me ha importado. Mi madre nos mantuvo a flote con la mesada pensional que nos dejó mi padre; no es mucho, apenas el salario mínimo, pero es suficiente. Siempre ha sido suficiente porque siempre nos ha llegado acompañado de una sonrisa y una sensación de seguridad.
Mi hermana mayor, Daniela, a menudo se queja de que mamá nunca intentó buscar un trabajo mejor remunerado para darnos una vida más cómoda; no vino a ser si no hasta el año pasado que mamá encontró un trabajo estable, y lo que Daniela no entiende es que nuestra madre eligió invertir su tiempo en nosotras. Ella estuvo allí en cada momento importante, en cada logro escolar y en cada desafío que enfrentamos. Su amor y apoyo son nuestra mayor riqueza.
Recuerdo las tardes en las que mamá nos ayudaba con las tareas de la escuela mientras preparaba una cena sencilla pero deliciosa, y las noches en las que nos reuníamos en el pequeño sofá, compartiendo historias y risas. Daniela a menudo decía que nuestra madre había dejado escapar oportunidades, pero yo veo que ella ha construido una vida llena de oportunidades para nosotras.
Ahora que estamos en la adultez, Daniela ha decidido trazar su propio camino. Estudió Derecho, y se ha casado con el prestigioso abogado Fernando Orejuela, quien además es integrante de la familia que controla el emporio del café en el mundo, y ahora se está dando la vida de lujos que siempre soñó, y está viviendo en la capital, Bogotá. Aunque la extraño, sé que nuestras vidas están tomando rumbos diferentes. Mientras Daniela es la feliz esposa mantenida de un multimillonario, yo encuentro mi felicidad en el lugar que siempre ha sido mi refugio: el humilde hogar que comparto con mi madre.
Cada día, mientras observo a mamá cocinar o escucho su risa resonando en los pasillos de la casa, siento una profunda gratitud por la vida que tenemos. Nuestra situación puede ser modesta, pero es rica en amor y conexión. No cambiaría nada de mi vida porque, para mí, ya es perfecta.
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El suave tintineo del despertador me saca de un sueño profundo. El amanecer apenas asoma por la ventana, pintando el cielo de tonos cálidos. Es hora de empezar el día, de enfrentar las clases en la universidad y el trabajo en el local de Café Bustamante.
A los 19 años, estoy en mi segundo semestre de mi licenciatura en idiomas. Aunque mi hermana Daniela me ayudó a pagar el primer semestre, no quiero depender de su dinero. Ella ha construido su propio camino y yo estoy decidida a hacer lo mismo. Trabajar medio tiempo en el café es mi manera de labrarme mi propio camino.
Mientras peino mi sedosa cabellera castaña, me miro en el espejo. Aunque las ojeras revelan las largas noches de estudio, una sonrisa se dibuja en mi rostro. Sí, la vida es agitada, pero estoy persiguiendo mis sueños y eso es lo que importa.
Mi teléfono vibra, interrumpiendo mi reflexión. Es un mensaje de J.P., mi novio. Aunque su nombre es Juan Pablo, prefiero llamarlo J.P. para simplificar.
Aparte de que considero que tengo la vida perfecta, también tengo al novio perfecto. J.P. tiene 22 años, es abogado, trabaja como asistente legal de mi cuñado Fernando, y es sordomudo, lo que significa que nuestras comunicaciones están más allá de las palabras. Su amor se manifiesta en acciones, en gestos sutiles y en la forma en que me mira con sus intensos ojos oscuros.
Abro el mensaje y sonrío al leer sus palabras.
Buenos días, mi amor. Que tengas un día increíble en la universidad y en el café. Te amo. Por favor, come bien, que estás muy delgada. Apenas puedas, me envías fotito de tu hermoso rostro. XoXo.
Los ojos me brillan al leer sus palabras y no puedo evitar responder de inmediato.
Gracias, J.P. Te amo también. Yo también quedaría contenta si me envías una foto.
Aunque vivimos a varios kilómetros de distancia, nuestra relación es sólida. La distancia física no puede apagar lo que sentimos el uno por el otro.
J.P. vive en Bogotá, una ciudad que parece estar a un mundo de distancia de nuestra pequeña ciudad natal. Aunque la distancia podría ser un obstáculo, nuestras conversaciones por mensaje de texto y las videollamadas en donde por supuesto entiendo su lenguaje de ceñas, nos mantienen conectados. J.P. entiende el valor de la comunicación en todas sus formas, y eso es lo que hace que nuestra relación funcione.
Termino de peinar mi cabello y tomo una última mirada al espejo. La sonrisa no se ha ido de mis labios. Hoy será un día agitado, entre clases y trabajo, pero el mensaje de J.P. me da energía.
Cierro la puerta de mi habitación, lista para enfrentar lo que el día me tiene reservado.
El aroma tentador del café recién preparado llena la cocina mientras me acerco. Mi madre está preparando el desayuno, vestida con su uniforme de empleada de Café Bustamante. Le doy un beso en la mejilla, sintiendo la suavidad de su piel y notando la felicidad que la envuelve. Hoy, como todos los días, su sonrisa es contagiosa.
—¡Buenos días, mami! —saludo, mientras me siento en la pequeña mesa que tenemos por comedor. Todo en nuestra casa es pequeño, pero, de todas formas, solo vivimos las dos aquí. ¿Para qué tener algo más grande?
—Buenos días, mi vida —responde con cariño—. ¿Cómo amaneciste hoy?
No puedo evitar notar que mamá está más sonriente de lo usual. Mi madre siempre ha tenido una sonrisa en el rostro, a pesar de las dificultades que la vida nos ha presentado, pero últimamente, he notado que se ve más radiante. Algo ha cambiado en ella, algo que no puedo ignorar.
Mientras bebo mi café, la observo con disimulo. No es que sea una mujer triste, todo lo contrario. Martha Sánchez siempre se ha caracterizado por ser un faro de positividad y una madre amorosa y dedicada, pero, desde hace un tiempo, parece que algo más ilumina su mirada.
No le he preguntado, ya que no quiero invadir su privacidad, pero la sospecha ronda mi mente. ¿Tendrá mamá un novio? Es una pregunta que no me atrevo a formular en voz alta, pero no puedo evitar pensar en ello. La posibilidad de que mi madre haya encontrado el amor de nuevo me llena de alegría y esperanza. Ella merece todo el amor y la felicidad del mundo.
Mientras saboreo el desayuno que ha preparado con tanto cariño, la intriga me hace sentir un pequeño nudo en el estómago. ¿Qué secretos de amor guarda mi madre? ¿Cómo ha encontrado la felicidad en medio de nuestras vidas ocupadas y agitadas? Las preguntas bailan en mi mente, pero por ahora, decido disfrutar de este momento tranquilo en la cocina, compartiendo el desayuno con la mujer que ha sido mi roca, mi apoyo y mi fuente inagotable de amor.
La idea de que mi madre pueda volver a compartir su vida con un hombre es emocionante. Yo era tan pequeña cuando mi padre Orlando murió, que ni siquiera tengo recuerdos de él, así que nunca he sabido lo que es tener un padre, y cada vez que veo a niñas felices en el parque o en el centro comercial disfrutando de la compañía de sus padres, siento una punzada de nostalgia.
Esos momentos me hacen anhelar una conexión de padre e hija. Aunque tuve una infancia feliz y llena de amor gracias a mamá, siempre he sentido la ausencia de un padre. Mi madre ha sido increíble, pero hay momentos en los que una niña anhela a ese hombre especial que la lleve de la mano, le regale flores y le cuente cuentos antes de dormir.
Mis pensamientos vuelan hacia un futuro lleno de posibilidades. ¿Podría tener un padrastro en algún momento? La idea de que mi madre comparta su vida con alguien más, que pueda experimentar la felicidad de una relación amorosa, me llena de alegría. Ella se lo merece, y yo, de alguna manera, también lo anhelo.
Termino mi desayuno y le sonrío a mi madre. Aunque las preguntas sobre su vida amorosa siguen sin respuesta, el deseo de que encuentre el amor y que yo pueda experimentar una conexión de padre-hija me llena de esperanza.
Salgo de casa. El sol apenas asoma en el horizonte cuando subo al autobús que me llevará a la universidad. La ciudad se despierta lentamente a mi alrededor, y el bullicio matutino de los estudiantes y trabajadores urbanos llena el interior del vehículo. Me acomodo en mi asiento, lista para enfrentar otro día de clases y trabajo.
Mientras el autobús avanza por las calles congestionadas, no puedo evitar escuchar las conversaciones animadas que llenan el aire. Parece que todos los chicos a mi alrededor están emocionados por la práctica de Fórmula 1 que tuvo lugar en las primeras horas de la madrugada. La emoción en sus voces es palpable, y sus gestos exagerados al hablar de la actuación de cierto piloto son difíciles de ignorar.
El italiano Santino Mancini, la estrella de la escudería Ferrari, es el nombre que resuena en todas las conversaciones. Los chicos comentan sobre sus habilidades en la pista, sobre cómo manejó el automóvil en cada curva y cómo superó a sus competidores con una destreza impresionante. Suspiran con admiración y envidia, y yo, en silencio, también suspiro.
Sé quién es Santino Mancini, y no es solo por su fama como piloto de Fórmula 1. Es hijo de un mafioso, un hecho que lo ha acompañado a lo largo de su vida pública.
A pesar de las sombras de su herencia, no puedo evitar pensar que es el chico más hermoso sobre la faz de la tierra. Esa sonrisa, esos ojos intensos, su cabello castaño rebelde que desafía la gravedad cuando usa el casco en la pista...es simplemente cautivador.
Mis pensamientos divagan hacia terrenos peligrosos mientras escucho a los chicos continuar hablando de la práctica. No es solo su apariencia; es la pasión y la determinación que emana de él cuando está en la pista. Santino Mancini es un nombre que resuena en el mundo de la Fórmula 1, y aunque el pasado de su familia pueda ser turbio, su habilidad en la pista es innegable.
El autobús se detiene en una parada, y mientras la multitud se agolpa para subir y bajar, yo me quedo en mi asiento, absorta en mis pensamientos. La posibilidad de que algún día mi camino se cruce con el de Santino Mancini parece remota, ya que solo soy una chica de los suburbios, pero el destino puede ser impredecible.