El camino de vuelta a mi apartamento se me hizo eterno. Queda a tan solo veinte minutos en coche, pero como Nat insistió en traerme ella misma, dejé mi coche y ahora voy en taxi, maldiciendo para mis adentros todos los semáforos que se confabularon para ponerse en rojo, y rechinando los dientes de la impaciencia. Los metros se me han hecho kilómetros.
Cuando por fin paso corriendo por la puerta de mi edificio, medio saludo a Albert, el portero. El ascensor está, gracias a Dios, en el estacionamiento, así que no demora nada en abrir las puertas en el lobby, pero los siete pisos que hay para llegar a mi planta son un martirio.
No me había dado cuenta que tenía tantos vecinos; hay algunos que no los había visto en mi vida, pero preciso hoy les dio por salir a saludar, y hacer que el elevador pare en cada piso.
Cuando abro la puerta de mi apartamento ya llevo la adrenalina a mil. Son las tres y cincuenta y ocho, solo faltan dos minutos para que empiece el comunicado de prensa.
Corro directamente a la sala de estar donde Demmi ya tiene el televisor encendido y sintonizado uno de los canales que trasmitirá en vivo.
—¡Ay, Margy! —grita apenas me ve—. Por fin llegas. ¡Cuéntame! —Empieza a revolotear en el sofá—. ¡Cuéntame!
Le sonrío mientras dejo la agenda con el celular y la tarjeta que Daniel me dio —y que no he parado de ver durante todo el recorrido de vuelta— encima de la mesa de centro. Me descuelgo el bolso y cuando le voy a contestar que dejemos para después del comunicado las buenas nuevas, aparece mi dios en el televisor caminando en dirección al estrado. El salón de conferencias —según las imágenes— está a reventar de periodistas.
Me quedo callada mirando la pantalla.
»Venga… ¡Margy! No me hagas esto. ¡Cuéntame…! —gimotea Demmi, que me ve fijamente y no se ha dado cuenta que la transmisión ya empezó.
Le hago un gesto para que voltee hacia el televisor y apenas lo hace deja de insistir. Me siento junta a ella en el sofá.
»¡Dios santo! —exclama—. ¿Ya viste a Sebastian D-Infarto?
Demmi hace ese comentario cuando aparecen Sebastian y Daniel dándose la mano.
Sebastian Dinff es un hombre alto, acuerpado, con el cabello rubio y lacio. Tiene los ojos verdes, de piel blanca y luce un traje gris con una corbata verde esmeralda. Hay que admitir que también está como quiere, no tan bien como Daniel, pero sí que le queda su apelativo, “D-Infarto”.
Daniel mira fijamente a la cámara.
—Todos los medios afirman que la familia Austin me culpará del asesinato de Catrina. No voy a argumentar dónde ni con quién estaba en el momento de su muerte, porque no tengo nada que probar, no la asesiné.
Los reporteros empiezan a gritar preguntas, pero Daniel se da la vuelta y empieza a caminar junto a Sebastian hacia la salida del salón. Los guardas de seguridad impiden que les cierren el paso. Es casi caótico.
—Wow —exclama Demmi—. Eso fue de una…
—…Y sin anestesia. —La voz de Nat nos sobresalta.
Demmi y yo pegamos un grito al escucharla. Estábamos tan ensimismadas que no nos habíamos dado cuenta cuándo entró.
—¡Nat, no hagas eso! —grita Demmi.
—Si sufriera del corazón me habría dado un infarto —comento.
—Ay, por favor. —Nat pone los ojos en blanco—. Si creo que hasta en New Jersey se dieron cuenta cuando entré. Ustedes estaban tan embobadas viendo a Daniel y a Sebastian que es como si se hubieran vuelto Shakira. Ciegas, sordas y mudas.
Nos reímos de su comentario. La verdad es que sí, nos habíamos tele transportado al paraíso de los hombres excesivamente guapos y de las ruedas de prensa excesivamente cortas.
»Exijo detalles y los quiero ahora —dice Nat cuando se sienta en el borde de la mesa de centro mirándome fijamente.
Les relato todo, con pelos y señales, desde el bochornoso incidente con, no recuerdo cómo se llama… dejémoslo como el hombre del ascensor, hasta cuando Daniel me dijo ese maravilloso conmigo. Les cuento también lo de la tarjeta y es en ese momento cuando caigo en cuenta que debí guardarme ese pequeñísimo detalle para mi solita.
Demmi se lanza —literalmente— sobre la tarjeta. Después de repasarla de arriba abajo me pide el celular.
—Dame tu teléfono —me exige.
—Dos siete dos… —bromeo.
Demmi se me queda mirando amenazante.
—Bien —vocalizo—. Diooooos. Tienes que aprender a relajarte —comento sarcásticamente.
Le doy mi celular y ella empieza a teclear, segundos después me lo entrega.
—Así, cada que te llame, tendrás una sonrisa pícara en la boca —comenta Demmi guiñándome un ojo.
Busco en mi celular qué fue lo que hizo y ahí está, el número de Daniel con el apelativo Mi Jefexquisito.
Me quedo boquiabierta. Demmi está loca si cree que lo voy a dejar así. Nat me arrebata el celular y cuando lee lo que acaba de poner Demmi se echa a reír y choca los cinco con ella. Ya se puso de su parte.
—Ni se te ocurra cambiarlo, Margy —dice Nat amenazante—. Le queda fantástico el nombre a tu Jefexquisito. —Me guiña el ojo.
¡Por Dios! Ya no habrá quien las aguante.
—Tenemos que celebrar esto —dice Demmi poniéndose de pie—. Salgamos a comer. Yo invito.
—Hoy no puedo —contesta Nat—. Tengo una cita con… alguien. —Sonríe traviesa—. Y no la puedo cancelar.
Miro a Demmi. Esa pausa y ese “alguien” sonaron muy sospechosos.
—Ajá. —Levanto una ceja—. Y ese alguien… —Arrastro la última palabra para darle más énfasis—, ¿cómo quien vendría siendo?
Demmi mira fijamente a Nat, se cruza de brazos y empieza a “zapatear”—como yo le digo— con un pie, en una pose más que exigente.
—No se los voy a contar. —Nat se pone la máscara de guerrera samurái—. Pero si todo sale bien —dice con voz sensual—, de ese tipo de bien —del que ya sabemos—, mañana les daré algunos detalles. —Se ríe y nosotras con ella.
—Bien —dice Demmi, aunque no es que esté contenta con tener que esperar hasta mañana para conocer algunos detalles del secreto de Nat, pero nos tendremos que conformar y esperar que todo le vaya bien.
Demmi no me insiste en salir a comer nosotras solas, ya que siempre andamos las tres juntas, así que dejaremos para mañana en la noche la celebración.
Después de comer algo ligero, mandarle a mí exjefa mi carta de renuncia; sí, lo sé, debí ir personalmente, pero a la piraña no la quiero volver a ver ni en pintura, porque sé que me formará un drama espantoso, y, además, ella no es que merezca consideración alguna. Pobre de Amy, su otra ayudante de edición, que tendrá que seguir aguantándola hasta que le resulte algo mejor; una hora de cardio en la caminadora eléctrica, ducharme y ponerme pijama, me meto a la cama. No quiero dormir, pero el día de hoy ha sido intenso. Lo quiero grabar todo en mi memoria, cada palabra, cada mirada, cada expresión.
Me estoy quedando adormilada, estoy entre aquí y allá cuando...
Toc. Toc. Toc.
Abro los ojos y suspiro pesadamente. Ahora para volverme a quedar dormida necesitaré un milagro.
Toc. Toc. Toc.
¿Nat habrá olvidado las llaves? ¿Algún vecino necesitará algo?
Toc. Toc. Toc.
—¡DEMMI! —grito para que vaya y abra. En este momento no quiero ver a nadie. Ni hablar con nadie. Ni hacerle favores a nadie.
Toc. Toc. Toc.
»¡Por Dios! —digo exasperada—. ¡DEMMI! ¡Abre la puerta! —Empiezo a pataletear en la cama.
Toc. Toc. Toc.
»¡YA VOY! —grito para que dejen el maldito Toc. Toc. Toc.
Que no se note que estoy malhumorada. ¿Quién no odia que no lo dejen dormir en paz?
Me levanto de la cama. Al pasar por la habitación de Demmi, me doy cuenta que no está. De seguro que la del toque-toque es ella. Como siempre ha dejado las llaves y ahora me despierta. Ufff, la mato.
No me molesto en observar por la mirilla.
»Demmi te juro que… —Me quedo callada en el mismo instante que abro la puerta y veo que quien está del otro lado no es Demmi, es un dios. Mi dios—. Daniel —susurro—. ¿Qué…?
¡Dios mío santo bendito!
Está de pie, con un brazo apoyado en el marco de la puerta, sin corbata, sin traje… no se vayan a creer que sin ropa.
Está vestido con unos jeans y una camisa de manga larga de lino blanco que lleva arremangada hasta los codos. Los dos primeros botones están desabrochados y dejan ver sus perfectos pectorales. Está para comérselo, con todo y ropa.
—¿Puedo pasar? —pregunta.
En su rostro no hay ninguna sonrisa, pero tiene una expresión de agrado, de satisfacción. Ha de ser porque me está viendo de arriba abajo y mi pijama no es más que un short de satén n***o y una minúscula blusa a juego. En california hace mucho calor, y al crecer ahí me acostumbré a llevar poca ropa, ahora no puedo dormir con nada más grande que lo que llevo puesto.
Asiento, se me ha secado la boca y se me olvidó cómo hablar.
Una vez que entra cierro la puerta y me recargo contra ella. Necesito de la firme madera para seguir de pie.
—¿Necesi…? —Carraspeo—. ¿Necesitas algo?
Llega hasta el sofá y se sienta.
—Sí. Ven aquí. —Estira una mano en mi dirección.
Me está viendo fijamente. Sus ojos son fuego puro. Su postura es autoritaria, temeraria, hasta un poco amenazante.
¡Dios mío! Me va a dar…
Mantiene el brazo estirado, mirándome intensamente. No es exactamente que me esté pidiendo que camine hacia él, me lo está ordenando, exigiendo.
Y aquí va mi mantra: “Un paso a la vez; uno, dos”.
Cuando estoy lo suficientemente cerca estiro mi brazo y pongo mi mano entre la suya. Me la aprieta y empieza a tirar de mí para que quede cerca de él. Me acomoda entre sus piernas, pone su otra mano en mi cintura y levanta la cara para verme a los ojos.
—¿Te he dicho que te ves deslumbrante vestida de n***o? —Su voz es ronca, maravillosamente sensual—. ¿Qué cuando te sonrojaste en el elevador me excitaste tanto que no sé cómo diablos me pude controlar? ¿Qué para cuando termine contigo no te vas a poder levantar de la cama?
¡Ayyyyy Dios!
Adiós al aire. Adiós al sentido común.
Daniel “el dios” Kydog me está viendo de una forma tan apasionada y carnal. Todo él irradia calor, todo él es lujuria, pasión.
»Dime que me detenga y me iré ahora mismo, pero una vez que empiece, no pararé Margaret. Te lo advierto.
Si cree que le diré que pare, se puede ir bajando de esa nube, porque no puedo pronunciar palabra, no quiero pronunciar palabra.
Llevo años deseando a este hombre, años viéndolo pelear, imaginando como se vería su cara consumida por la pasión, como brillarían sus músculos con el sudor de la excitación.
Dios, ¿quién dijo loca? Lo que estoy es trastornada.
Daniel desliza una mano por debajo de mi blusa, subiendo pausadamente hacia mis pechos. ¡Dios! La sensación es electrizante. Mueve la mano hacia mi costado y empieza a frotar pequeños círculos con el pulgar. Siento que la piel me vibra, es como si cosquilleara.
Cierro los ojos y atrapo mi labio inferior entre los dientes. Cada que su fuerte mano se mueve un milímetro por mi piel quiero que se mueva más, mucho más.
Lleva su mano hasta mi espalda y me atrae para que mis piernas peguen contra el sofá. El movimiento y la presión que ejerce su mano me obliga a inclinarme un poco y poner una mano sobre su pecho. Mitad tela, mitad piel. Músculos tonificados, bien definidos y como el inferno de calientes.
Le observo fijamente, esas lagunas café almendrado. Es como ver el chocolate, suculento, tentador y en extremo provocativo.
Tengo que apretar las piernas; necesito calmar este dolor, esta sensación de vacío que se extiende dentro de mí. No es un vacío emocional, es un vacío lascivo. Le necesito dentro de mí, necesito que me sacie, que me haga sentir, que me lleve a la locura.
Daniel pone su boca sobre mi pecho, encima del satén. La sensación de su boca y de la tela suave y fría rosándome es tan… no creo encontrar la palabra exacta. Es una corriente, una descarga eléctrica que recorre mi cuerpo y me hace estremecer.
¡Dios! ¿Cómo puede hacerme esto?
Con una mano en mi cintura me atrae completamente hacia su cuerpo, me obliga a sentarme a horcajadas sobre él, y él a su vez se recuesta contra el respaldo del sofá.
Si Demmi y Nat entran en este momento… ¡Al diablo! Si llegan a entrar en este momento, despertarán a la asesina en serie que vive en mí, y créanme cuando les digo que no saldrán ni por el noticiero.
Debajo de mí, Daniel es todo autocontrol, devorando mi pecho con tanta maestría, mueve su boca con lentitud, es fenomenal. Mi otro pecho reclama atención a gritos, y cada que aprieto las piernas contra sus muslos siento esa sonrisa de satisfacción dibujarse en sus labios.
Sube una mano por mi brazo, haciendo los mismos malditos círculos con el pulgar que me tienen como a Mercurio, tan caliente que no hay posibilidad de vida en ese planeta.
Cuando por fin llega a mi cuello, roza mi piel lentamente. Su boca se despega de mi pecho y creo, estoy más que segura, que le dará el mismo placer y cuidado al otro, pero no, levanta la mirada y se pasa la lengua por los labios.
Daniel es una aparición. Definitivamente tiene que ser un dios. No hay otra explicación. Es tan malditamente sexy que adiós a Mercurio y bienvenido el Sol. Se elevó al máximo mi temperatura. No creí que uno pudiera sobrevivir a tanto calor. Estoy jadeando, y tan mojada que no tendría necesidad de empujar, se deslizaría dentro de mí con facilidad.
Su mano izquierda sube y toma uno de los tirantes de mi blusa, deslizándolo por mi hombro, haciendo que la suave tira me frote la piel. Su mano derecha descansa en mi cuello, con el pulgar recorriendo la línea de mi mandíbula. Abro ligeramente los labios y se me escapa un gemido ahogado. Aprovecha e introduce su pulgar en mi boca.
No me tiene que decir nada. Instintivamente sé lo que tengo que hacer. Chupo con fuerza. Muevo mi lengua a su alrededor, lo que hace que su cuerpo se tense y el movimiento de su pecho aumente.
Nunca le he hecho eso a un hombre, bueno nunca se lo he… bueno “eso” a un hombre. La única relación “amorosa” —prácticamente inexistente— que tuve en mi vida, no fue exactamente satisfactoria, y considero que “eso” es algo muy íntimo, va más allá del sexo, es más personal. Más hacia la confianza y las emociones que simple placer s****l. Pero creo saber cómo se mueve la boca, y como se trata de su dedo, me puedo liberar, puedo experimentar, y las reacciones que Daniel me deja percibir me dan la confianza para saber que lo estoy haciendo malditamente bien.
Mis manos descansan sobre su pecho, así que las muevo dentro de su camisa. Su piel es tan suave. Duro musculo recubierto de terciopelo.
Daniel es de ese tipo de hombre que no tiene vello en el torso. Se siente tan bien, tan suave, tan… deseo pasear mi boca por él, que mi lengua pueda probarle, degustarle.
Saca su dedo de mi boca con un gemido de placer y baja la mano por mi hombro. Toma el otro tirante de mi blusa y le hace descender. La blusa se amontona por debajo de mis pechos, que ahora están en su esplendor ante él, en todos sus gloriosos treinta y cuatro B. No es que sean wow, qué bruto de pechonalidad, pero son mis hermosas, y las aprecio mucho.
Daniel me recorre con la mirada, y con el pulgar que hace un momento estaba en mi boca hace círculos alrededor de mi pezón.
¡Dios mío!
No sabía que se podía morir de placer.
Ahora sí que estoy gimiendo, su dedo no es suficiente, anhelo su boca sobre mi piel.
—Da… niel —tartamudeo en un susurro.
—Shhh… —murmura.
—Por faaaaa… ¡Ay Dios! —exclamo cuando su boca asalta mi cuello y empieza a chupar.
Para mañana tendré que usar cuello tortuga. Esos labios dejarán marcas. Las mismas que mis uñas dejarán sobre él, porque mis manos están a sus costados y estoy apretándolas contra su piel. Necesito esta tensión, porque voy a morir y tengo que esperar a que sea por un muy buen orgasmo, el mismo que se está preparando dentro de mí, el que estoy tan apunto de tener que ya no diferencio entre las sensaciones. Me tiemblan las piernas, hasta creo que se me van a encalambrar.
Gracias a Dios que existe el cardio, porque eso es lo que me ha ayudado a tener mi corazón funcionando, porque estoy a un paso de: “911, esto es una emergencia.”
Echo mi cabeza hacia atrás. Los chupetones serán un accesorio perfecto. ¿Quién necesita un collar de perlas cuando esa boca, esos labios, me están haciendo un bonito modelo rosa sobre la piel?
Daniel pone su mano izquierda en mi trasero. Lo aprieta de manera sensual y después me empuja sobre sus muslos para que pueda sentir su excitación, el bulto que se esconde debajo de sus pantalones, esa erección que está más que lista para adentrarse en mí y llevarme al paraíso.
No lo soporto más. Llevo mis manos al botón de sus jeans, lo desabrocho y bajo su cremallera. Daniel mueve su boca por mi cuello y hace que me detenga. Esta emparejando los chupetones en el otro lado. Sube hasta el lóbulo de mi oreja y lo muerde; doy un grito, la sensación de sus dientes contra mi piel viaja directamente hasta el centro de mis piernas.
¡Oh Dios! A como siga así…
Su mano derecha todavía está en mi pecho, su pulgar torturándome hasta hacerme perder la razón. Su mano izquierda frotándome la espalda baja, metiéndose por debajo de mi short, por debajo de mis cacheteros de encaje n***o —no me van las tangas, no cuando estoy soltera y sin compromiso, y ese es mi estado civil permanente— pero el encaje me encanta, me hace sentir sexy y confiada.
Daniel me masajea el trasero con tanta parsimonia que hasta me enfurece.
Quiero tenerle dentro, quiero besarlo, sentir el sabor de su piel, el sabor de sus labios, experimentar su movimiento dentro de mí, el movimiento de su lengua luchando con la mía...
Voy bajando mi cara, alineándola a la suya. Los chupetones pueden esperar.
Se aleja en el momento exacto que mis labios rozan los suyos, me niega el privilegio de besarlo, me niega ese placer.
Quiero pataletear, pero recuerdo que hay una cosa que quiero aún más.
Mis manos están al borde de su bóxer, listas para liberar su erección. Para…
La suave melodía de “Love the way you lie” de Rihanna inunda mis oídos.
Ahora sí que quiero morir. Voy a pedir una cita con un psiquiatra, porque cuando suena por segunda vez ya no hay vuelta atrás.