**MATEO**
Crecí en el extranjero como un fantasma errante en tierras que nunca fueron mías. Siempre por órdenes de mi madre. Fátima. Ese nombre que pronunció ahora con una mezcla de reverencia y resentimiento, como quien invoca a un dios cruel que nunca respondió a sus plegarias.
Ella me mantenía lejos —Suiza, Londres, París—, cambiando mi residencia cada pocos años, como si mi presencia fuera un secreto que debía rotar entre continentes. Nunca me explicó por qué. Nunca me dio razones.
Solo instrucciones frías transmitidas a través de abogados y tutores que me miraban con una mezcla de lástima y profesionalismo calculado.
Vivía rodeado de todo lo que el dinero podía comprar: escuelas privadas donde los hijos de diplomáticos y magnates aprendíamos a sonreír con la boca cerrada, Pent
