**GABRIEL**
Sus palabras me atravesaron como balas, destrozando años de arrogancia construida y expectativas no cuestionadas. Por primera vez en mi vida adulta, alguien me estaba poniendo en mi lugar sin temor a las consecuencias. Y lo más jodido de todo era que tenía razón.
No era una niña que necesitara mi protección paternalista. No era una esclava que tuviera que obedecer mis órdenes. Era una mujer fuerte, independiente y orgullosa que había logrado algo que ninguna otra persona en mi vida había conseguido: hacerme sentir completamente impotente.
“Además”, agregó, enderezándose y alisándose la blusa con gestos precisos. “No, soy tu juguete, Gabriel”. El silencio que siguió fue ensordecedor. Sentí como si el suelo se abriera bajo los pies.
“¿Qué… qué dijiste?”, tartamudeé, mi voz
