Emma aparcó en la calle y se acercó a la puerta principal. Antes de llamar, le alegró ver una pegatina de «Salven a mis mascotas» en el escaparate. Indicaba que había un perro en la propiedad.
Asomándose por la ventana, pudo ver el salón. El suelo estaba cubierto de una vertiginosa variedad de juguetes para perros, todos ellos mordisqueados en distintos estados de descomposición. Llamó a la puerta.
«¡Ya voy!», se oyó gritar desde dentro, seguido de una serie de ladridos cortos y frenéticos. Brent abrió la puerta, vestido como lo había visto esa mañana, salvo por los pies; las zapatillas que llevaba puestas habían sido sustituidas por calcetines.
—¡Hola! —la saludó—. Pasa, por favor. —Abrió la puerta del todo para que entrara. Bruiser estaba al otro extremo del salón, observándola y ladr
