Capitulo 3

2537 Palabras
Bueno, hablando con propiedad, "robar un caballo del ayuntamiento". Si te refieres a qué en la vida real, nada, por supuesto. Todo esto es una broma. De verdad que se somete a esto voluntariamente porque le encanta. Al oír el comentario de que le excitaba, Emma intentó mirar hacia abajo, a mi m*****o que colgaba debajo de mí, pero la parte delantera del cepo le impedía la vista. Jess la vio mirar. —Venga, vamos a echar un vistazo. —Se levantó y le ofreció la mano a Emma. Esta la tomó y Jess la acompañó hasta donde yo estaba. —Dime, Em, ¿alguna vez has visto a un hombre encerrado así? —preguntó Jess. Por su expresión, parecía bastante claro que la respuesta era no, pero Jess quería seguir hablando para que se sintiera cómoda. —No, señora... Jess, quiero decir. No lo he hecho —respondió sin apartar la mirada de mí. Se había puesto a mi lado, fuera de mi campo de visión, pero aún podía sentir su mirada. Me puso nerviosa. —Adelante, échale un vistazo. Y puedes tocarlo, no muerde. A pesar de la oferta, no hizo ningún intento por tocarme, limitándose a observarme de arriba abajo. Parecía fascinada. A Jess se le ocurrió una idea. —¿Has visto alguna vez a un hombre desnudo? —preguntó. Emma no respondió durante varios instantes. Y cuando lo hizo, ni siquiera miró a Jess. —Claro que he visto fotos. Además, hace unos años tuve un rollo con un chico del instituto. Y una vez vi a una prima mía desnuda. —La última frase le pareció desagradable. Jess no pudo indagar más, pues Emma continuó—. Si lo que realmente quieres saber es: "¿Sigo siendo virgen?", entonces sí, lo soy. —Bueno, aprovecha para ver a Aaron. Seguro que no le importa. —No lo hice. Para animar a Emma, Jess tomó su mano y la deslizó por mi nalga. Me retorcí un poco. Luego me arañó con las uñas el lado derecho del abdomen. Me hizo cosquillas y me reí como una niña pequeña. Entonces Emma me tocó por primera vez. Pasó la mano por mi espalda, sintiendo mi piel. Luego palpó mi brazo, apretando mis músculos (no es que los tenga grandes, pero no pareció decepcionarla). —No seas tímida, tantea —dijo Jess. Emma lo hizo y me tocó el trasero con la mano. Me lo apretó suavemente antes de deslizar el dedo índice por mi hendidura, lo que me hizo retorcerme de nuevo. —¿Por qué... por qué le gusta esto? —le preguntó a Jess como si yo no estuviera allí. —Pregúntale tú misma —dijo secamente. Emma me tocó la parte interior del muslo, haciéndome cosquillas de nuevo, antes de darse la vuelta para mirarme de frente. El consolador seguía colgando obscenamente a tan solo una pulgada de mi cara. —Bueno, entonces, ¿por qué lo haces? —preguntó con torpeza. —¿Por qué hago qué? —pregunté. Quería que ella lo dijera. —Ya sabes, disfruta de esto —dijo, exasperada. —¿Disfrutar... de qué? —pregunté. Para entonces, ella ya se había dado cuenta de que la estaba tomando el pelo y suspiró audiblemente con frustración. —¿Estar encerrado así y que jueguen conmigo, ¿de acuerdo? Le sonreí antes de responder. —No lo sé, la verdad —empecé. Ella empezó a levantar las manos con frustración, pero la interrumpí. —Espera, espera, que no he terminado. Obviamente, tengo un lado sumiso. Que Jess no tenga poder para hacer conmigo lo que quiera me excita. Claro que sé que jamás me haría daño de verdad, pero estar en una posición así... bueno, la sensación es increíble. —Probablemente seguía siendo una respuesta floja, pero parecía satisfecha. Señaló el consolador que estaba junto a mi cara. —¿Y esto? ¿Por qué dejas que te lo haga? Dirigí la mirada hacia ella. Sí, seguía ahí. Levanté la vista un instante mientras pensaba en mi respuesta. —Creo que hay tres razones. Primero, me produce placer sentir cómo me estimula por dentro. Segundo, porque me deja en una de las posiciones más vulnerables e indefensas que un hombre puede experimentar. Y tercero, porque a Jess le excita justo lo contrario. Le encanta tener el control y el poder; y, eh, que me penetre con eso —señalé a mi derecha con la mirada—, le da la máxima sensación de control. Por razones obvias, supongo. Omití mencionar que también hubo muchas situaciones en las que Jess disfrutó del rol sumiso. Emma podía leer las historias en línea si necesitaba más detalles. —¡Guau, eso es increíble! —dijo, maravillada. —Sí, sí, basta de charla —dijo Jess, interrumpiendo—. Volvamos al trabajo. Tomó a Emma de la mano y la condujo de vuelta detrás de mí. Sentí una mano, supongo que la de Jess, que me acariciaba los testículos. Otra mano recorría mi pelvis. Me hacía cosquillas y me puse de puntillas. Claro que no podía escapar, y esa muestra de debilidad la animaba aún más. Un dedo me hizo cosquillas en la cabeza del pene; este se estremeció en respuesta y ella lo repitió. Entonces sentí un dedo acariciando el borde de la cabeza, mientras la otra mano jugaba con mis testículos. —Juega con sus pezones, le encanta —me indicó Jess. Siguió acariciándome mientras sentía cómo un pulgar y un índice me agarraban los pezones. La sensación era eléctrica mientras los hacía girar entre sus dedos; temblaba de pies a cabeza. Jess señaló el semen que goteaba de la punta de mi erección. —Creo que Aaron está a punto de correrse. ¿Has visto alguna vez a un hombre eyacular? —“Eyacular” sonaba tan clínico, pensé. —Sí —dijo, sin dar más detalles. —¿Quieres hacer que mi marido eyacule? —preguntó con ligereza. Emma se quedó perpleja. —Yo, yo, no... —LevBueno, hablando con propiedad, “robar un caballo del ayuntamiento”. Si te refieres a que en la vida real, nada, por supuesto. Todo esto es una broma. De verdad que se somete a esto voluntariamente porque le encanta. Al oír el comentario de que le excitaba, Emma intentó mirar hacia abajo, a mi m*****o que colgaba debajo de mí, pero la parte delantera del cepo le impedía la vista. Jess la vio mirar. —Venga, vamos a echar un vistazo. —Se levantó y le ofreció la mano a Emma. Ella la tomó y Jess la acompañó hasta donde yo estaba. —Dime, Em, ¿alguna vez has visto a un hombre encerrado así? —preguntó Jess. Por su expresión, parecía bastante claro que la respuesta era no, pero Jess quería seguir hablando para que se sintiera cómoda. —No, señora... Jess, quiero decir. No lo he hecho —respondió sin apartar la mirada de mí. Se había puesto a mi lado, fuera de mi campo de visión, pero aún podía sentir su mirada. Me puso nerviosa. —Adelante, échale un vistazo. Y puedes tocarlo, no muerde. A pesar de la oferta, no hizo ningún intento por tocarme, limitándose a observarme de arriba abajo. Parecía fascinada. A Jess se le ocurrió una idea. —¿Has visto alguna vez a un hombre desnudo? —preguntó. Emma no respondió durante varios instantes. Y cuando lo hizo, ni siquiera miró a Jess. —Claro que he visto fotos. Además, hace unos años tuve un rollo con un chico del instituto. Y una vez vi a una prima mía desnuda. —La última frase le pareció desagradable. Jess no pudo indagar más, pues Emma continuó—. Si lo que realmente quieres saber es "¿Sigo siendo virgen?", entonces sí, lo soy. —Bueno, aprovecha para ver a Aaron. Seguro que no le importa. —No lo hice. Para animar a Emma, Jess tomó su mano y la deslizó por mi nalga. Me retorcí un poco. Luego me arañó con las uñas el lado derecho del abdomen. Me hizo cosquillas y me reí como una niña pequeña. Entonces, Emma me tocó por primera vez. Pasó la mano por mi espalda, sintiendo mi piel. Luego palpó mi brazo, apretando mis músculos (no es que los tenga grandes, pero no pareció decepcionarla). —No seas tímida, tantea —dijo Jess. Emma lo hizo y me tocó el trasero con la mano. Me lo apretó suavemente antes de deslizar el dedo índice por mi hendidura, lo que me hizo retorcerme de nuevo. —¿Por qué... por qué le gusta esto? —le preguntó a Jess como si yo no estuviera allí. —Pregúntale tú misma —dijo secamente. Emma me tocó la parte interior del muslo, haciéndome cosquillas de nuevo, antes de darse la vuelta para mirarme de frente. El consolador seguía colgando obscenamente a tan solo una pulgada de mi cara. —Bueno, entonces, ¿por qué lo haces? —preguntó con torpeza. —¿Por qué hago qué? —pregunté. Quería que ella lo dijera. —Ya sabes, disfruta de esto —dijo, exasperada. —¿Disfrutar... de qué? —pregunté. Para entonces, ella ya se había dado cuenta de que la estaba tomando el pelo y suspiró audiblemente con frustración. —¿Estar encerrado así y que jueguen conmigo, de acuerdo? Le sonreí antes de responder. —No lo sé, la verdad —empecé. Ella empezó a levantar las manos con frustración, pero la interrumpí. —Espera, espera, que no he terminado. Obviamente, tengo un lado sumiso. Que Jess no tenga poder para hacer conmigo lo que quiera me excita. Claro que sé que jamás me haría daño de verdad, pero estar en una posición así... bueno, la sensación es increíble. —Probablemente seguía siendo una respuesta floja, pero parecía satisfecha. Señaló el consolador que estaba junto a mi cara. —¿Y esto? ¿Por qué dejas que te lo haga? Dirigí la mirada hacia ella. Sí, seguía ahí. Levanté la vista un instante mientras pensaba en mi respuesta. —Creo que hay tres razones. Primero, me produce placer sentir cómo me estimula por dentro. Segundo, porque me deja en una de las posiciones más vulnerables e indefensas que un hombre puede experimentar. Y tercero, porque a Jess le excita justo lo contrario. Le encanta tener el control y el poder; y, eh, que me penetre con eso —señalé a mi derecha con la mirada—, le da la máxima sensación de control. Por razones obvias, supongo. Omití mencionar que también hubo muchas situaciones en las que Jess disfrutó del rol sumiso. Emma podía leer las historias en línea si necesitaba más detalles. —¡Guau, eso es increíble…! —dijo, maravillada. —Sí, sí, basta de charla —dijo Jess, interrumpiendo—. Volvamos al trabajo. Tomó a Emma de la mano y la condujo de vuelta detrás de mí. Sentí una mano, supongo que la de Jess, que me acariciaba los testículos. Otra mano recorría mi pelvis. Me hacía cosquillas y me puse de puntillas. Claro que no podía escapar, y esa muestra de debilidad la animaba aún más. Un dedo me hizo cosquillas en la cabeza del pene; este se estremeció en respuesta y ella lo repitió. Entonces, sentí un dedo acariciando el borde de la cabeza, mientras la otra mano jugaba con mis testículos. —Juega con sus pezones, le encanta —me indicó Jess. Siguió acariciándome mientras sentía cómo un pulgar y un índice me agarraban los pezones. La sensación era eléctrica mientras los hacía girar entre sus dedos; temblaba de pies a cabeza. Jess señaló el semen que goteaba de la punta de mi erección. —Creo que Aaron está a punto de correrse. ¿Has visto alguna vez a un hombre eyacular? —“Eyacular” sonaba tan clínico, pensé. —Sí —dijo, sin dar más detalles. —¿Quieres hacer que mi marido eyacule? —preguntó con ligereza. Emma se quedó perpleja. —Yo, yo, no... —Levántate y vuelve aquí —ordenó Jess. Oí el roce de la ropa de Emma al levantarse. Jess agarró la mano de Emma y la estampó contra mi m*****o erecto. Emma gritó de sorpresa y yo me estremecí ante el contacto repentino. Sentí que intentaba apartarse; sin embargo, Jess apretó su mano, rodeándome con ella. A pesar de jugar con mi cuerpo desnudo, Emma aún no parecía estar preparada para este nivel de contacto s****l. Jess le sujetó la mano a Emma hasta que dejó de intentar soltarla. Para entonces, yo llevaba más de una hora con una erección, así que ya estaba muy sensible. —Adelante —insistió. Al principio, no hubo movimiento. Luego, sentí su mano acariciarme. Ya estaba muy excitado y gemí fuerte. Animada, al parecer, aceleró el ritmo y tiró más rápido. —Sigue así —le dijo Jess—. Observa cómo reacciona —añadió. Un instante después, sentí el dedo de Jess en mi entrada trasera. Todavía estaba resbaladiza por el consolador que había usado antes y se deslizó dentro, hasta los nudillos. —¡Uf, Dios mío! —oí exclamar a Emma. Sin embargo, no se detuvo. Entre que dos mujeres me tocaban y me masturbaban, Jess solo me metió el dedo un par de veces antes de que yo eyaculara. Lloré cuando eyaculé por primera vez. Mi esfínter se contrajo sobre el dedo de Jess con cada chorro que caía al suelo bajo mí. Mi m*****o se estremeció en el firme agarre de Emma. Tras cinco tragos potentes, mi semen se redujo a un goteo en la mano de Emma, quien terminó de exprimirme hasta la última gota. Jess retiró el dedo y pude recuperar el aliento. Jess fue a lavarse las manos al fregadero de la cocina; Emma me soltó y admiró su obra, es decir, el charco que había debajo de mí. Cuando Jess regresó, dijo: —¡Guau, Jess, tienes razón sobre la sensación de control! Es increíble. Jess se secaba la mano con una toalla mientras respondía: —Y creo que todos podemos estar de acuerdo en que Aaron también se lo pasó bien. —¡Sí, lo hice! —grité a las dos chicas que estaban detrás de mí. —A Aaron le encanta que le haga sexo oral mientras está atado así. La sensación de indefensión intensifica las sensaciones —dijo Jess. Emma no lo sabía, pero Jess había tenido la misma experiencia, pero con los papeles invertidos, así que hablaba por experiencia propia. Emma parecía pensativa. —¿Lo tomas mucho en la boca? —Con bastante frecuencia. Me gusta practicarlo. Bueno, para ser más precisa, disfruto de la sensación que me produce complacer a los chicos. ¿Has probado alguna vez el sexo oral? Emma guardó silencio un minuto. Reflexionó un buen rato antes de empezar. Mientras tanto, Jess abrió el pestillo y me liberó. Me dio la toalla con la que se había secado la mano y, sin que me lo pidiera, me arrodillé para limpiar el desastre que había hecho en el suelo. Mientras yo fregaba, Emma nos contó esta historia.
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR