Mierda. Me alejo gateando, con las patas delanteras arrastrando las traseras, lo más rápido que puedo, así cuando él salta fuera del camión, seiscientas libras de pelo y colmillos, no aterriza encima de mí. Miro por encima del hombro, jadeando, para ver qué tan cerca está. Que enojado esta. Lo juro, su lobo sonríe. Levanta el hocico y vuelve a aullar al cielo azul claro. Es una advertencia. Una promesa. Ya no se contiene más. Corro. Estamos en un campo en barbecho y salgo corriendo lo más rápido que puedo sobre tres patas, arrastrando la cuarta. Hay un cortavientos en la distancia, y me dirijo allí por instinto, aunque no es lo suficientemente grueso como para perderlo, y soy pequeña y cojeo y mi mente humana sabe que si él quiere, puede atraparme de un modesto salto. . Mi lobo y yo

