Capitulo XIII

1483 Palabras
Punto vista de Charlotte El sonido del golpe de mi palma contra la mesa resonó en la habitación como un trueno inesperado. Me levanté con tal violencia que la silla, al igual que una marioneta sin hilos, cayó al suelo con un estrépito seco. Las miradas de todos se clavaron en mí, como flechas invisibles, y por un segundo el tiempo pareció detenerse. Nadie se atrevió a mover un músculo. —¡Perdiste la cabeza! —gritó alguien desde el fondo, mi voz un eco apagado por la furia que me nublaba los sentidos. —Ella solo tiene diecinueve años. No voy a permitir que eso ocurra sobre mi cadáver. — Mi mirada me perforó como una aguja, y sentí el veneno en cada sílaba. Mi tía siempre había creído que podía decidir por todos, que su juicio era el único válido, como si los años de experiencia le dieran una autoridad absoluta. La rabia me quemaba desde el estómago, pero no dejé que me cegara. No ahora. No cuando mi hermana necesitaba que alguien la defendiera. El calor que recorría mis venas era puro coraje, y lo que empezó como una chispa se convirtió en un incendio que me impulsó hacia ella. Me acerqué rápidamente a mi hermana, que estaba a un lado, como una estatua rota, tomé su mano con fuerza. El temblor en sus dedos me destrozó por dentro. A pesar de su fortaleza exterior, ella estaba asustada. Yo lo sabía. Y nadie más lo entendía. Antes de que pudiera reaccionar, sentí la mano de mi tía en mi muñeca, apretando con la misma fuerza que sus palabras. Me detuve en seco. —Compórtate —murmuró entre dientes, su tono impregnado de desprecio. —¿Compórtate? —Repetí, la rabia transformando mi voz en un filo afilado. Mi mirada se clavó en la suya, desbordada de desafío. —¿Desde cuándo la protección de tu sobrina se llama compórtate? ¿Desde cuándo mi hermana necesita que alguien decida por ella, sobre su vida, su cuerpo? Ella no es una niña para que la mantengas bajo tu yugo. Las palabras salieron de mis labios como si nunca hubieran sido pensadas, y lo peor de todo es que sentí que eran ciertas. Mi tía se quedó inmóvil, su rostro tan rígido como una máscara de mármol, pero su mandíbula tembló apenas. La tensión se podía cortar con un cuchillo. Mi hermana apretó mi mano con más fuerza, casi como si intentara encontrar en mí la fuerza que aún no creía tener. Yo no iba a fallarle. No iba a permitir que la vida de nadie más se viera pisoteada por las decisiones de una persona que pensaba que la protección significaba controlarlo todo. Mis manos todavía tiemblan por el golpe que di en la mesa. No me arrepiento, pero el peso de tantas miradas me aplasta. —Bueno esta fiesta a terminado gracias por asistir. Expreso mi abuelo con seriedad. Al levantarse de la mesa. Poco a poco los invitados empezaron a salir. Solo se queda nuestra familia en una enorme tensión. Siento el calor subir por mi cuello, mi corazón late tan fuerte que temo que todos puedan oírlo. —¿Por qué decidiste esto sin consultármelo? —repite mi abuelo, su voz grave. —Porque alguien tenía que hacerlo —respondo con firmeza, aunque mi voz se quiebra un poco al final. Miro a mi hermana; sus ojos están llenos de miedo y confusión. No debería cargar con esto, pienso, no a su edad. —No te corresponde decidir nada, Charlotte —interviene mi tía Grace, fría como siempre. —Te comportaste como una niña malcriada frente a todos. —¿Malcriada? —repito con incredulidad—. ¡Estoy tratando de protegerla! ¿O es que nadie más lo ve? Margot se cruza de brazos, rodando los ojos, pero esta vez no me importa. Mi abuelo suspira y se pasa una mano por la frente. —No entiendes lo que está en juego —dice él finalmente. —Entonces explícamelo —le digo con voz baja, mirándolo directo a los ojos. —Pero no esperes que me quede callada mientras arruinan su vida. El silencio vuelve a caer sobre la sala. Mi hermana baja la mirada, y por un segundo siento una punzada de culpa. Pero también sé que no me detendré. No esta vez. —Grace, ella es mi nieta y no voy a permitirlo —dijo mi abuelo, la voz cortada por la rabia y la incredulidad. Mi tía dio un paso al frente y lo miró con la calma afilada de quien ha aprendido a medir cada gesto. Extendió la mano y posó su palma sobre el brazo del abuelo, no para convencerlo con palabras, sino para recordarle que en esa casa había reglas que, por dolorosas que fueran, se cumplían. Lo detuvo. —Ahora soy la cabeza de la familia Jefferson. Scarlet está bajo mi tutela, la decisión recae en mi. Sus ojos buscaron los míos y, por un instante, sentí cómo el peso del apellido se posaba sobre mis hombros. —Lo que estoy haciendo es por nuestra familia, padre. Con esta alianza matrimonial obtenemos protección dentro del territorio europeo —dice mi tía Grace,, con esa firmeza que siempre la ha caracterizado. —Ya ha sido muy difícil poder expandir nuestros negocios. Espero que lo entiendas, Scarlet, y lo hagas por tu familia. Sus palabras caen pesadas en la sala, como una sentencia. Yo la miro en silencio, sin saber si admirar su determinación o temerla. Habla de alianzas y protección, como si se tratara de un simple acuerdo comercial, pero detrás de cada palabra hay una vida que se ofrece en sacrificio. Luego miro a mi hermana. Scarlet mantiene el rostro erguido, aunque en sus ojos se refleja algo que solo yo puedo reconocer la lucha entre el deber y el deseo de libertad. Quisiera decirle que todo estará bien, pero ni yo misma lo creo. —¡Nosotras nos vamos de aquí!—. Exclame. —Entiendo pero quiero tu respuesta el día de mañana Scarlet. Piénsala bien.— expresó mi ti. Quería solucionar esto pronto. Ninguna dijo nada en todo el camino a casa. Sabia que ella estaba pensado en las palabras de mi tia y el porque de esta alianza, pero no había empezado a vivir y ya debía casarse. Solté un suspiro al entrar a casa, tomo su mano. —No tienes que hacerlo —susurro al fin, rompiendo el silencio. Mi voz suena más frágil de lo que esperaba. Ella gira apenas el rostro hacia mí. Sus labios se curvan en una sonrisa tenue, casi imperceptible, pero sus ojos… sus ojos dicen otra cosa. —Tú no entiendes, Charlotte. —Su tono es suave, pero cargado de cansancio. —No se trata de querer o no. Se trata de lo que esperan de nosotras. —¿Y desde cuándo eso importa más que lo que tú quieres? —digo, dando un paso hacia ella. —Siempre has hecho lo correcto, siempre has cargado con todo… ¿y ahora también con esto? Scarlet cierra los ojos un instante. Respira hondo, como si buscara fuerza en un lugar muy lejano. —Si esto mantiene a la familia a salvo, entonces vale la pena. Abre los ojos y me mira con una calma que me duele. —No todos tenemos el lujo de elegir, Charlotte. Sus palabras me atraviesan como una cuchilla. Quiero gritar, decirle que no se sacrifique, que huya, que viva… pero me quedo quieta, observando cómo mi hermana, una vez más, entierra sus sueños en nombre de todos los demás. Cuando Scarlet se marcha, la habitación queda vacía… o al menos eso parece. Pero en realidad sigue llena de todo lo que no dijimos. De las palabras que quedaron suspendidas entre nosotras, flotando como polvo en el aire. Camino hacia la ventana. Afuera, el cielo comienza a oscurecer y una llovizna fina se desliza por el vidrio. Observo las gotas caer y pienso que tal vez mi hermana también está llorando en silencio, aunque nunca lo admitiría. Ella siempre fue la fuerte, la que mantenía la calma incluso cuando todo se desmoronaba. Apoyo la frente contra el cristal. Siento el frío atravesarme y me doy cuenta de que, de alguna forma, también estoy atrapada. No con un anillo o una promesa, sino con la impotencia de no poder cambiar nada. Quisiera hacer algo. Romper ese destino que otros escribieron por nosotras. Pero ¿cómo se lucha contra una familia que convierte el amor en estrategia y la sangre en moneda de cambio? Cierro los ojos y respiro hondo. En el silencio, solo escucho el eco de su voz: “No todos tenemos el lujo de elegir.” Porque si ella ha decidido sacrificar su libertad por la familia… entonces alguien tiene que luchar por su felicidad....
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