Tartamudeó algo y se quitó el casco. — “Eres Vimar”. Asintió con la cabeza. “Lori”. Su caballo pateó el suelo y relinchó. Vimar hizo un movimiento sobre su hombro hacia el caballo. “Dabbous”. Su desproporcionada sonrisa infantil no era tanto la de un soldado entrenado en el arte de matar, sino más bien la de un adolescente tímido. Podría haber tenido veintiún o veintidós años, pero parecía tener dieciocho. — “Hola, Dabbous”. Lori se acercó al caballo, le rascó la mandíbula y le frotó el cuello. “Es hermoso”. Inspeccionó la brida, las riendas y el resto de la tachuela. Todo estaba bien hecho y trabajado a mano con varios diseños de estrellas, barras y medias lunas. La silla de montar estaba cubierta por una fina piel de leopardo. Lori se dio la vuelta y se topó con Vimar, haciendo que

