La vida comenzaba a abandonarlo, su respiración se volvía superficial, sus movimientos más débiles. Justo cuando Rayo de Sol estaba a punto de asestar el golpe final, un pensamiento cruzó su mente: ¿debería matar a este lobo, o dejarlo vivo para que sus propios errores lo persiguieran? Miró a Aurora, que lo observaba con ojos grandes y asustados, aún temblando. La visión de su hermana, traumatizada por la experiencia, endureció su resolución. La justicia, pensó, no siempre significaba la muerte. A veces, la humillación y el miedo eran castigos más duraderos. Con un gruñido, Rayo de Sol apartó sus colmillos de la garganta del lobo, pero los mantuvo firmemente apretados sobre su lomo, inmovilizándolo. "Escúchame bien, escoria", siseó Rayo de Sol, su voz un murmullo helado. "Vuelve con tu m

