La noche había envuelto el bosque en su manto de estrellas, y un silencio, roto solo por el crepitar de la hoguera y el suave respiro de la manada dormida, se había asentado sobre el campamento de Rayo de Sol. La llegada de Llama del Ocaso había sido recibida con una mezcla de cautela y fascinación. Sus ojos de fuego y su aura de misterio intrigaban a los lobos, y la férrea lealtad que emanaba de Rayo de Sol hacia ella no pasaba desapercibida. Él mismo se sentía transformado; el vínculo que había forjado en la batalla con la loba cobriza era algo que nunca había experimentado, un eco profundo en su propio espíritu. Sin embargo, la paz era efímera. Antes de que la luna alcanzara su punto más alto, un hedor repugnante y ajeno invadió el aire nocturno. Era un olor acre a lobo, pero distors

