La promesa resonó por el Valle del Nuevo Amanecer, un eco del juramento de Amarok que se entrelazaba con el aullido colectivo de la manada. No era un simple lamento, sino una declaración de guerra contra el olvido, un himno a la esperanza forjado en la forja del sacrificio. El sol, ahora en su cénit, bañaba el valle con una luz dorada que parecía más brillante, más viva, como si la misma esencia de Llama del Ocaso se hubiera fusionado con los rayos para iluminar su camino. El cuerpo de Llama del Ocaso, tendido en el centro del valle, se convirtió en el epicentro de un ritual silencioso y solemne. Lobos que minutos antes rugían de triunfo, ahora movían rocas y apartaban la tierra con reverencia, sus garras trabajando con una precisión que desafiaba el cansancio. Lyra, aún con los ojos enro

