NARRA LEYLA HAWTHORNE
Las palabras, el aire y hasta mi propia alma, se quedaron atascadas a mitad de mi garganta. Sentí que mi cuerpo se quedaba arraigado al suelo y que mi espíritu se escapaba hasta la mismísima estratósfera, dejando mi cuerpo como el cascarón vacío de un huevo.
—Lo sabías... —murmuré, en un hilo de voz tembloroso, porque me costaba articular las palabras, manteniendo los ojos estrechados y el rostro contraído por la frustración—. Tú... Tú lo sabías y no dijiste nada. Preferiste continuar jugando a la reconciliación..., a ser la pareja feliz, sabiendo que yo a...
—¡No lo digas! —exclamó y no pudo ocultar su molestia—. Por favor... No lo digas.
—¿El qué no quieres que diga? ¿Que amo a otro hombre y que no eres tú? —alcé la voz y estoy segura de que las paredes retumba
