AITANA
Era una mañana de pleno verano, hermosa, con los árboles cargados de flores y el aire perfumado por el pasto recién cortado. El sol brillaba fuerte en un cielo azul perfecto. Max trotaba junto a mi patineta mientras yo me deslizaba hacia el trabajo, con la lengua colgándole felizmente de la boca.
En realidad, mi vida era bastante buena.
Y con eso me refería a mi vida, no a la de esa chica del video que tuvo la suerte de revolcarse en la cama con Elijah Colton. Porque claramente esa vida no existía, como lo demostraba el hecho de que, una vez terminada la grabación, no lo volví a ver.
Eso no significaba que mi vida no hubiera cambiado.
Seguía siendo la misma persona, pero ahora había niños que se me acercaban pidiendo autógrafos, chicas celosas lanzándome miradas venenosas y tipos desconocidos coqueteando más de lo habitual. Incluso había tenido algunas citas. Nada del otro mundo, claro, pero tampoco se podía esperar que hombres comunes y corrientes se compararan con Elijah Maldito Colton. Y estaba bien. Una vez que las intensas memorias de mis horas en la cama con él se disiparan y los sueños sexys desaparecieran, seguramente encontraría a alguien genial que me hiciera vibrar, ¿no?
O al menos eso me repetía para superar la sensación de que lo más emocionante que había hecho —y probablemente haría— ya había pasado. Y que no iba a repetirse.
Olvídalo, me dije, parte de mi nuevo mantra diario. Fue genial. Fue una locura. Fue breve.
Se acabó.
Bienvenida a la realidad. No está tan mal.
El lugar de mi hermana era una casa patrimonial preciosa y bien cuidada en Mount Pleasant, a menos de cinco minutos de mi departamento, donde Nudge Coffee Bar ocupaba las habitaciones del frente. Si hubiera podido, habría seguido de largo para dar un paseo más largo con Max, pero ya iba tarde, gracias a mi resaca de vino tinto. Así que giré mi patineta y subí por la acera hacia la casa.
Noté al tipo grande que estaba afuera de inmediato. Difícil no hacerlo. Más de un metro ochenta, músculos marcados bajo su camiseta negra sin mangas. Llevaba gafas oscuras y se apoyaba contra un lujoso auto n***o estacionado en zona prohibida. Para ser un tipo con un enorme tatuaje de un árbol enroscado en el brazo, tenía una vibra más de agente del Servicio Secreto. O tal vez de guardaespaldas…
Santo cielo.
Me detuve en seco.
Un rockstar estaba sentado en las escaleras del porche de la casa de mi hermana. Lo cual explicaba todas las vibraciones que mi celular había estado haciendo en el bolsillo de mis shorts camino acá. Un poco tarde para lamentar haber ignorado eso.
Llevaba gafas, así que no estaba segura de si me había visto. Tenía un vaso de café para llevar en la mano y empecé a calcular las probabilidades de que simplemente hubiera pasado por un café. Entonces inclinó la cabeza hacia mí y una sonrisa deslumbrante se dibujó en su rostro. Se puso de pie y comenzó a caminar hacia donde yo estaba.
Mierda.
Aparté la vista un segundo para asegurarme de estar despierta. Estaba en el lugar correcto, ¿verdad? Despierta, ¿verdad? ¿Esto no era otro de esos sueños calientes donde terminábamos encima del capó de su auto mientras su guardaespaldas miraba y luego despertaba empapada en sudor, sola con mi perro?
Levanté la patineta y solté un poco la correa de Max para que pudiera ir a brincar sobre Elijah Colton, que se moría de ganas de hacerlo. Lo observé mientras él acariciaba a mi perro y luego se subía las gafas hasta la cabeza, donde se enredaron en sus rizos oscuros.
Se detuvo frente a mí.
—Aitana Bloom —dijo, aún sonriendo, pronunciando mi nombre.
—Elijah Colton —respondí lo más tranquila que pude mientras mi corazón latía como un solo de batería de Daniel Reid. Su mirada bajó a mi pecho, y por un segundo pensé que podía oírlo. Luego recordé que iba a hacer un calor infernal ese día y que llevaba un diminuto top de bikini blanco con forma de halter y los shorts de mezclilla más pequeños que tenía.
Aunque ya me había visto con menos ropa, me sentí completamente desnuda bajo su mirada. Su sonrisa se desvaneció, reemplazada por esa expresión oscura e indescifrable que había mostrado casi todo el tiempo que filmamos el video.
—Eh… pensé que los rockstars no se levantaban antes del mediodía o algo así —dije. Porque era demasiado temprano para estar frente a Elijah Colton, sin preparación. Y definitivamente demasiado temprano para que se viera tan bien.
—¿Has estado en la cama con un rockstar? —preguntó con toda seriedad.
—Solo una vez.
Ante eso, volvió a sonreír.
—¿Tienes un minuto?
Por ti… eh, sí. Bastante segura de que puedo hacer tiempo.
—Ajá. ¿Quieres pasar por detrás? Tengo que dejar a Max.
—Tú guías.
Fuimos hacia la parte trasera de la casa; el guardaespaldas de Elijah se quedó al frente, pero en realidad fue Max quien tomó la delantera, corriendo por el pasillo lateral y atravesando la puerta del patio trasero. La cerca estaba cubierta de árboles y todo el jardín era un laberinto de arbustos y flores que a veces competían entre sí; mi hermana y su esposo tenían un pulgar verde… en guerra. El patio decía caos acogedor, y me encantaba. Era uno de mis lugares favoritos en el mundo.
Y ahora Elijah Colton estaba ahí.
Una locura total.
Mis sobrinos salieron gritando hacia donde estábamos.
—¡Aitana! —chilló Owen, lanzándose contra mi pierna.
—Llegas tarde —anunció Sadie.
Genial. Owen y Sadie tenían cuatro y seis años, respectivamente, y cero noción del tiempo. Lo que significaba que mi hermana me había estado buscando.
Me agaché y besé a Owen en su cabeza rubia, despeinándole el cabello rebelde.
—Ve a decirle a tu mamá que entro en unos minutos, ¿sí?
—¡Sí! —gritó Owen, corriendo hacia la casa, feliz de tener una misión.
—Voy a hablar con… mi amigo —le dije a Sadie, que se quedaba cerca, jugando con el borde de su vestido de verano y mirando a Elijah—. ¿Puedes ir a jugar con Max?
—Está bien —dijo, y llevó a Max al área de juegos en la esquina del jardín.
Los observé alejarse, dándome unos segundos extra para respirar. Sadie miraba a Elijah por encima del hombro todo el camino, recordándome a las chicas jóvenes que ahora a veces se me acercaban exigiendo saber cómo era Elijah Colton. Usualmente les decía que era súper amable, porque era adorable ver cómo se ponían todas risueñas y con los ojos brillantes. Pero la verdad era que no tenía idea de si el tipo era amable o no.
Lo único que sabía era que me había pagado una cantidad obscena de dinero para poder tocarme, besarme y empujarme con su dureza hasta que casi veía estrellas, y luego me había entregado a uno de sus guardaespaldas tipo motociclista para que me llevara a casa.
Y ahora estaba aquí, y estaba bastante segura de que me estaba mirando el trasero con mis diminutos shorts de mezclilla… porque sí, eran tan pequeños, y sinceramente, si yo fuera un rockstar arrogante, haría lo mismo.
Me giré hacia él y sonreí, como si no fuera gran cosa que estuviera ahí, de pie en el sendero empedrado entre los rosales de Becca y las hortensias de Jack, mirándome el trasero.
—Lindos niños —dijo.
—Mis sobrinos.
Parpadeé hacia él, deseando haberme puesto algo de maquillaje para cubrir las ojeras producto de la sangría, en lugar de haber planeado solo aplicar brillo labial y rímel al llegar al trabajo. Porque el hombre era, literalmente, deslumbrante; la luz del sol se reflejaba en sus pestañas y en sus anillos, cegándome al rebotar contra la camiseta blanca que se estiraba sobre sus pectorales.
—¿Disfrutaste el pay? —preguntó con aparente inocencia, mostrando una sonrisa de dientes perfectos.
Cierto. El pay.
Aunque no lo había vuelto a ver desde la grabación del video, sí había sabido de él. Una vez.
Más o menos.
La mañana después del rodaje, me había enviado un pay. Lo cual fue algo cruel, porque solo me dio falsas esperanzas de volver a verlo o de que enviarme pays fuera una especie de costumbre. No lo fue. Solo hubo ese, enviado a mi departamento desde Stella’s Pies. Un repartidor llegó con él y una tarjeta que decía: Dicen que son los mejores de la ciudad. J.
El pay era de cereza.
—Estaba bueno —dije.
—¿Solo bueno?
—Los míos son mejores.
—Creí que los de Stella eran los mejores.
—Eso es porque no has probado los míos.
—Estaré encantado de probar tu pay, nena.
Whoa.
Al otro lado del jardín, Max ladró mientras Owen salía corriendo de nuevo. Observé a mi perro revolcarse feliz con los niños en su enorme arenero, lo cual me dio la excusa perfecta para fingir distracción mientras intentaba recomponerme después de ese comentario.
—Bueno —dije, arriesgándome—, quizá algún día te prepare uno.
—Me encantaría —respondió él. Lo que hizo que mi corazón se saltara unos cuantos latidos y mi cabeza se llenara de ideas equivocadas.
—Mira —dijo, sentándose en uno de los bancos de piedra con sus jeans rotos, separando sus fuertes muslos y haciéndome un gesto para que me sentara frente a él—. Quiero pedirte disculpas.
No supe bien cómo tomar eso. Era lo último que esperaba escuchar de él.
Me senté. —¿Por qué?
—Por besarte durante la grabación —dijo—, en esa… situación.
Noté que no dijo por besarte, simplemente.
—Por hacerte sentir incómoda. Ya sabes, por ser un idiota. —Una sonrisa jugueteó en la comisura de su boca perfecta—. ¿Sigo?
—O podrías simplemente dejar de hacer cosas por las que tengas que disculparte.
—Trabajaré en eso. —Bebió un sorbo de café—. Pero en serio, lo siento por todo ese rollo de estar tan… impactado por ti. Honestamente pensé que solo estabas ahí para conocer a Zander.
Eso no lo entendí. Zander era guapo y todo, pero Elijah… por favor.
Lo miré tratando de captar alguna señal de que estaba bromeando, pero no la encontré.
—¿Te pasa eso muy seguido?
—Más de lo que me gusta admitir —dijo con una sonrisa genuina que me dejó sin aire.
Wow. Quién diría que la arrogancia combinada con la dosis justa de humildad podía ser tan… sexy.
No supe qué decir. Cuando me fui de la grabación, definitivamente no esperaba un pay al día siguiente, y mucho menos una disculpa en el patio trasero de mi hermana.
—Está bien —dije—. Si eso te hace sentir mejor, te perdono. Pero en serio, que me besaras no fue precisamente un momento bajo en mi vida. —Sentí cómo me ardían las mejillas mientras decía eso, pero igual lo solté, recordando mi promesa a Cami de tomar la vida por los cuernos—. Es amable de tu parte, pero no tenías que venir hasta aquí solo para disculparte.
—No vine solo a disculparme —dijo él—. Vine a pedirte que vengas de gira conmigo.