Capítulo 25

1509 Palabras
ELIJAH Estaba bastante seguro de que podía acostumbrarme a esto. Todos los beneficios de tener novia, sin realmente tener una novia. Bueno, quizá no todos los beneficios. No tenía idea de si ese beneficio en particular iba a formar parte del trato. Eso dependía de Aitana, porque mi polla había estado lista prácticamente desde el primer momento en que la conocí, ahí parada con la ropa empapada de lluvia, ofreciéndome pastel de cereza. Y ahora, con ese vestido rosa ceñido, el que la hacía verse prácticamente desnuda mientras se deslizaba en mi regazo, sus suaves pechos presionados contra mi pecho, sus labios rosados y carnosos rozando los míos, esa pequeña lengua suya saliendo a probarme… Cristo. Estaba duro como un maldito palo. No me importaba quién mirara. La habría recorrido de pies a cabeza, lamido ese maldito vestido si ella me lo hubiera permitido. Cuando llegamos al siguiente club y entramos en la sala VIP con poca luz, Aitana tomando mi mano mientras miraba a su alrededor, todavía intentaba ajustar mi erección en mis jeans. Tenía que dejar de mirar su trasero cada vez que caminaba. Un par de tipos en la barra iluminada en la esquina se habían girado casi por completo en sus taburetes para mirarla con su vestido ceñido y revelador. La acerqué más, apretando mi agarre. No podía dejar que se alejara con ese vestido. —¿Podemos sentarnos allá? —preguntó, señalando un sofá vacío. —Puedes sentarte donde quieras, cariño —respondió Jeff. Jeff tenía una forma de llamar “cariño” a las mujeres que generalmente hacía que se derritieran, y no me importaba que lo usara con ella. Le gustaba Aitana. Me gustaba que le gustara. Jeff odiaba a la mayoría de las mujeres con las que salía. No lo había dicho, pero estaba bastante seguro de que pensaba que Aitana era adorable, y lo era. Lo único que había dicho sobre ella, o sobre mi relación con ella, fue: —¿Estás seguro de esto, hermano? —Será buena para nosotros —dije, lo más vagamente posible. Y lo era, ya lo estaba siendo. Nos estaba ayudando a vender música. Nos mantenía entretenidos. Ya estaba haciendo que esta gira fuera más interesante de lo que sería sin ella. Sin duda. Pero, aunque me gustaba que Jeff la apreciara, y eso hacía que el egoísta en mí se sintiera orgulloso cuando la miraba de la forma en que lo hacía esa noche cuando apareció con ese vestido, no quería que le gustara tanto. En este momento, estaba realmente agradecido de haber hecho que aceptara no involucrarse con nadie más. Lo último que necesitaba era que Aitana se enamorara de Jeff o de alguien más de mi equipo. No necesitaba esa complicación. Al diablo. Eso era una mierda. La verdad era que no quería compartir a la chica. Puede que sea mi novia falsa, pero era mi maldita novia falsa. La atraje contra mí y ella me sonrió. Luego la besé, largo y profundo, dándole a esos idiotas en la barra un buen espectáculo. Ella se estiró de puntillas mientras la acercaba más a mí. Cuando la solté, tambaleó un poco con sus tacones, pero la sostuve, manteniéndola firme. Jeff estaba hablando con la anfitriona. La sala estaba salpicada de sofás bajos, la mayoría ocupados, pero ella nos llevó directamente al sofá que Aitana había señalado, frente a la pared de ventanas con vista a la pista de baile abajo. No me importaba dónde nos sentáramos, solo quería un descanso del caos afuera. Jeff nos pidió una botella y él y Flynn desaparecieron mientras Aitana y yo nos acomodábamos en el sofá bajo juntos. La mesera trajo un balde de hielo en un soporte y una botella de champaña con dos copas. Serví champaña para ambos y noté a Jeff alejando a un par de mujeres que querían acercarse. No dejaba que nadie se acercara. Levanté mi brazo sobre el respaldo del sofá y me relajé mientras Aitana se recostaba contra mí. Definitivamente no me molestaba tenerla para mí por un rato. Mi mano encontró su hombro desnudo, donde el vestido se había deslizado y ella no lo había arreglado. Deslicé mi pulgar sobre la tira de su sostén y me incliné más cerca. Dejé que mis labios rozaran su oído cuando dije: —Te pusiste la lencería. Me miró por encima del hombro, entrecerrando los ojos ligeramente. Luego levantó su champaña en un brindis. —Por tu nueva gira. Le levanté la copa, tocando su borde con la mía. —Y por mi nueva chica. Mi pulgar seguía acariciando su hombro, jugando con la tira de su sostén. Rodó los ojos un poco. —Me gustan los brillitos —admitió, tomando un sorbo de champaña—. Son bonitos. —Son diamantes. Aitana se atragantó con la bebida. —¿Qué? —Tosió y carraspeó, alcanzando para dejar su copa en la mesa a nuestros pies. Me recosté en el sofá, con una sonrisa en la comisura de los labios. —Dije, son di… —Te escuché —ya estaba quitándose el sostén bajo el vestido—. No puedo usar diamantes. Solo observé el espectáculo, divertido y un poco desconcertado, bebiendo mi champaña mientras ella se quitaba el sostén sin sacar el vestido y lo liberaba por una de las mangas. —¿Por qué demonios no? Me lanzó el sostén. —Porque la industria del diamante es, como, totalmente malvada. Tomé el sostén de mi pecho y lo llevé a mi rostro. Olía a ella, a cerezas y crema. Su boca se abrió mientras me veía olerlo. —¿Toda la industria del diamante? —Vas a tener que retractarte —insistió. Dejé el sostén en el sofá junto a mí. —No creo que acepten lencería usada. —Bueno, lo donaremos a la caridad —acomodó su vestido—. ¿Normalmente compras regalos con diamantes para mujeres en cuanto empiezas a salir con ellas? Mi mirada recorrió la perfección de sus pechos, sin sostén bajo el vestido suave. Luego ajusté mi erección en los jeans, abriendo un poco las piernas mientras me recostaba más en el asiento. A este ritmo, la chica me mantendría perpetuamente duro. Miré sus ojos azul-verde, preguntándome cuán borracha estaba. Cuánto de esto era Aitana Bloom y cuánto era para la apariencia. —Tú, Aitana Bloom, definitivamente no eres como las mujeres con las que normalmente salgo. —Lo tomaré como un cumplido —dijo, mirando mi mano en mi entrepierna. —Deberías. —Bueno, tengo mi integridad —anunció—. Y no me importa si mis valores están equivocados o no. Son míos. Cruzó las piernas y mi mirada bajó al borde de su vestido. Mi pene palpitó con la imagen repentina: yo, dentro de Aitana Bloom, mis caderas subiendo entre esos muslos suaves y cremosos. —¿Qué pasa con las bragas? Sus ojos se entrecerraron otra vez. —No tienen diamantes. Y se quedan puestas. Se recostó en el sofá otra vez, satisfecha, y se apoyó en mi costado. Mi brazo volvió al respaldo, mis dedos acariciando su hombro desnudo otra vez. Me miró. Luego se giró hacia mí y me besó. Me sorprendió, pero no soy idiota. La besé de vuelta. Cuando presionó su cuerpo contra el mío, gruñí en su boca, mi pene tensándose en mis jeans. Mi mano se metió en su cabello y la sostuve mientras mi lengua encontraba la suya. Nos presionamos el uno contra el otro, mi otra mano acariciando su suave pecho, apretándolo ligeramente aunque estaba cubierta por el vestido. Ella se derritió en mis manos y tuve un impulso abrumador de abrirle las piernas y hacer exactamente lo que estaba haciendo con su boca a su dulce y suave v****a. Clavé mis dedos en su muslo, probablemente dejándole moretones, gimiendo mientras ella barría su lengua suave contra la mía. Mi pulgar rozó su pezón duro. Luego se apartó y respiró hondo, y la dejé ir. Alcanzó su copa y miró alrededor, pero nadie prestaba mucha atención. No éramos los únicos besándose. Dejó su mano en mi muslo, cerca de mi bulto en los jeans. Peligrosamente cerca. Mi corazón latía con fuerza en mi pecho, en mi pene. Si movía los dedos una maldita pulgada más, juraba que iba a explotar. —Entonces… ¿por qué nunca sales con chicas comunes? —Carraspeó un poco y bebió un sorbo tembloroso de champaña—. Y por chicas comunes me refiero a no famosas —añadió, usando la frase que yo había usado para describirla esa noche en el bar del hotel. Cuando me miró, se veía increíblemente excitada, sus labios rosados hinchados por besarme. Quería besarla de nuevo. Quería empujarla sobre el sofá, arrancarle esas bragas de encaje negras y abrirle las piernas, lamerla hasta que gritara y temblara de placer. Quería chuparla hasta que se olvidara de respirar. Quería follarla con mi lengua hasta que olvidara su maldito nombre. En cambio, respiré hondo y exhalé. —No tengo idea —dije.
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