CAPÍTULO 1.
Abro los ojos deseando no hacerlo. Ha llegado el día más terrible de mi vida. Mis padres no han logrado sacarme del pueblo durante estos años. No he conocido el contacto humano que no sea los abrazos de mis padres antes de encerrarme en el sótano para que no salga.
Lo primero que veo es el candelabro colgado en el techo y como las lágrimas de diamanten brillan gracias a la luz del que se filtra por la pequeña ventanita del sótano. La misma imagen de todas las mañanas desde hace dieciocho años.
O, perdón, hoy cumplo diecinueve. Estoy condenada. Me siento en la cama sintiendo la suave seda de mi pijama sobre mi pálida piel. Entonces la puerta de mi habitación se abre y veo como los zapatos bajos de mamá descienden por las escaleras con gran pesar.
A medida que baja veo con más detalle su vestido gris pegado al pelo. Tiene el cabello rubio recogido en un moño alto y no hay ningún solo mechón que se escape. Todo está en su lugar. Desde aquí puedo ver como sus pendientes brillas y puedo apostar que su pintalabios rojo se nota desde la otra calle.
Tiene un muffin de vainilla con una vela fina de cumpleaños encendida que sostiene con ambas manos mientras veo como la llama se refleja en sus ojos azules.
—Feliz cumpleaños a ti, feliz cumpleaños a ti, feliz cumpleaños dulce Emma...feliz cumpleaños a ti —me canta mi madre hasta que finalmente se sienta a mi lado y me da el muffin que tomo con cuidado entre mis manos.
Soplo la vela con cierta nostalgia. Mamá da palmaditas y me da un beso en la mejilla.
—Te amo mamá, pero hoy no quiero festejar esto —le digo, mirándola a los ojos —. El pueblo no tardará en saber que existo.
La veo tragar saliva, sosteniendo su amplia sonrisa para que la mala vibra no nos pegue en la cara.
—Bueno, es entendible que no quieras saber nada de tu cumpleaños número diecinueve, Emma y aún me sigo castigando todas las noches por no saber cómo sacarte de esta mierda de pueblo —me confiesa con culpa —. Yo también estaba así a tu edad ¿sabes? Cada vez que iba a la escuela veía a mis compañeros de clase, los analizaba con detenimiento.
—¿Por qué?
—Porque trataba de adivinar con cuál de ellos iba a casarme.
Las frías palabras de mi madre mientras me ve me hacen dar cuenta lo aterrador que puede llegar a ser un destino que no puede evitarse.
Como mi muffin en silencio mientras ella me trenza el cabello. Cada tanto tus largas uñas esculpidas rozan mi espalda.
—En una hora vendrán a tomar el té varias amigas mías de la comunidad de lectores —me informa. Ahora entiendo por qué tan arreglada —. Trata de no hacer ruido, querida.
—Sé cuál es el procedimiento, mamá —le respondo, desanimada mientras miro mis manos entrelazadas sobre mi muslo.
—Buena niña —la escucho decir en voz baja.
Se lleva el envoltorio del muffin y me desea nuevamente un feliz cumpleaños para luego marcharse. Sé que mi padre no aparecerá porque está trabajando así que ni siquiera me esfuerzo por preguntarle.
Mi familia millonaria vive en una mansión de lujo en donde no puedo disfrutar ni siquiera los días soleados en una piscina. Siempre tuve curiosidad por subir a la planta principal, pero solo puedo hacerlo cuando están todas las cortinas cerradas para que ningún vecino me vea.
Sueño todos los días con salir de aquí y ser libre. Pero allí fuera sería una gran casería y seria atada a un hombre que no amo. Nunca he sentido nada por nadie.
Me permiten usar internet para mis clases online. Me ha gustado mi profesor de portugués, pero era alguien inalcanzable de veinticinco, yo solo tenía quince.
Mis profesores eran de otros países y todas mis clases eran vía cámara web. Conozco rostros por la pantalla y nada más.
He terminado el nivel secundario y mi sueño es entrar a lo que llaman universidad, pero...eso consiste salir al mundo. No pienso seguir estudiando desde la computadora. Estoy harta.
Escucho reír a mi madre con sus amigas, son risas superficiales y breves. Deben estar leyendo una novela de Jane Austin. A veces me siento que estoy en una de esas novelas, pero en la versión borrador y mala calidad.
Paseo por mi monstruosa habitación. Creo que estoy a punto de tener un ataque de ansiedad. Ya no puedo soportarlo más.
Con un gran temor, de esos que te erizan la piel y sientes como tu corazón amenaza con salir de tu pecho con cada latido, empiezo a subir las escaleras de mi habitación hasta que llego hasta la puerta.
Tomo la manija y la abro. Ya no lo soporto.
ELIZABETH.
Elizabeth ya sabía su destino en cuanto sus padres le contaron que pasaría con ella apenas cumpliera sus diecinueve. Como a todos los jóvenes del pueblo The Sun les generaba incertidumbre, espanto y en algunos casos, emoción llegar a los diecinueve.
Luego de esa edad, serias encerrada con varios jóvenes apuestos en el palacio ubicado estratégicamente en el medio del pueblo. Un palacio de en sueño que solo se utilizaba para la unión casamentera de la Elite. Ridículo, absurdo y costoso.
Cosa que para Elizabeth era todo lo contrario.
Era una joven callada, sigilosa y calculadora, algo que muchos admiraban y otros deseaban hacerla gritar. Se graduó con honores en la única escuela privada del pueblo que tenía un valor de cinco cifras al mes por cada estudiante.
Ni hablar de la inalcanzable universidad.
¿Qué?¿Deseas salir del pueblo para viajar? Por supuesto que puedes, pero a lugares especificos como visitar a otros pueblos con los mismos reglamentos que The Sun. Por ejemplo The Moon estaba ubicado en Francia. El pueblo Star estaba en España.
Podías visitar otros pueblos. Había varios en cientos de países.
Pero solo eso y claro, por un tiempo predeterminado. Si deseabas escapar de cualquier pueblo, estabas sentenciándote a muerte. No lo tenías permitido, cariño.
¿Pero quién deseaba escapar del paraíso? Porque para Elizabeth era eso, un paraíso.
—Mierda, Eli —jadeaba su conquista mientras ella deslizaba su lengua por la punta de su m*****o.
Le jalaba el cabello con cuidado. A Elizabeth le encantaba tener el control sobre los demás. Sam, su compañero de tenis se hundía en el colchón, perdiéndose por completo sintiendo cada succión de la boca de la joven.
Sam tenía una gran fortuna. Sus padres eran dueños de las concesionarias de los pueblos de la elite. Elizabeth lo tenía como uno de sus candidatos para casarse y así, aumentar su fortuna.
—Di que soy tu puta, Sam.
—Dios mío, eres mi puta. Sí, lo eres...—gimotea Sam echando la cabeza hacia atrás, apunto de explotar.
Elizabeth se aparta y se sienta en la cama en cuanto vi como él eyacula manchando sus sabanas. El chico la mira abriendo los ojos, sorprendido porque no se tragó la prueba de su orgasmo.
—Se supone que debías tragártelo —le dice Sam, algo molesto.
—Esa mierda nunca me ha gustado —Elizabeth se abrocha la camisa frente al espejo y se retoca el labial rosa que saca de su bolso.
Sam la observa con deseo. Como aquella falda negra con bolados aumentan su trasero y como esa camisa blanca hace resaltar sus facciones en el rostro. Elizabeth recoge su cabello castaño en una cola alta, dejando su fino cuello al descubierto.
—Estuve pensando enserio si pedirte matrimonio apenas nos instalemos en el palacio de la elite —se sienta Sam en el borde de la cama y la mira, pensativo —. Me gustas mucho, Elizabeth.
Ella sonríe por dentro con cierta arrogancia. Pero no se lo demuestra. Los chicos caen como idiotas si no vas detrás de ellos. Fingir desinterés los mata, les golpea el ego. Eres como un desafío.
«No existe el amor en el paraíso, solo el dinero que puede mejorar tu estilo de vida. Debes saber jugar si no quieres quedar exiliada de este sitio»
—Te veo el próximo jueves en la cancha, Sam —ella le da una media sonrisa, sin responder a su confesión.
Eli sale de la habitación con una sonrisa en sus labios. Poco a poco estaba armando sus posibles matrimonios y no se cansaría hasta conquistar hasta el más idiota millonario. Cada quien trata de sobrevivir como puede en aquel costoso pueblo.