Agnese. Desde el día en que les dimos permiso para ser quienes realmente son, todo ha mutado. Se han vuelto exponencialmente más posesivos, dominantes, atentos y, ante todo, protectores. No puedo negar que siento una punzada de miedo, no un terror que inspire repulsión, sino un temor reverencial que solo aumenta el deseo. Es el miedo a su aspecto físico y a su furia. Son verdaderos gigantes de más de dos metros de altura, con cuerpos anchos y musculosos, una voz fuerte y grave, y unos ojos que prometen desnudarte con una sola mirada. Y sus manos... sus enormes manos podrían abarcar mis senos por completo. Pero, a la vez, me fascina. Nos fascina. Amamos esta atención desmesurada, una atención que, en nuestro caso, se multiplica por diez. Somos masoquistas, sí, aunque Ágata es la más evide

