El local era lujoso y a la vez cálido y acogedor. A ella la conocían en el lugar, incluso se acercaron los dueños de la salsoteca a saludarnos. Alex y Fernando, eran una pareja muy agradable. La sonrisa la tenían a flor de labios y una muy especial manera de ver la vida y el mundo.
―Vengan aquí, tenemos disponible una mesa muy especial y esta noche será para ustedes ―nos indicó Alex con un guiño malicioso.
―Alex, Sebastián y yo no... ―comenzó a explicar Monserrat.
―¡Ay, mi reina! Tranquila, que de esta boca no saldrá nada si tú no quieres. ―Puso dos de sus dedos en un extremo de su boca y aparentó cerrar una cremallera, ponerle candado y lanzarlo lejos, lo cual me pareció muy gracioso.
―Es que...
―Yo huelo el amor a kilómetros, linda, conmigo no tienes que fingir.
―Con nosotros ―protestó Fernando―, porque yo no me quedo atrás en eso de oler las "feromonas".
Por mí, esperaba que no se equivocara esa excepcional pareja, deseaba que lo que ellos decían fuera cierto y que no solo fuera mi amor por ella el que olieran, sino también el de ella, aunque estuviera escondido bajo siete llaves.
La mesa que nos asignaron estaba ubicada detrás de unos biombos algo lejos de la pista de baile. Una lámpara estilo japonés daba una luz tenue y las flores y adornos entregaban el toque romántico al lugar.
―Aquí estarán muy cómodos, nadie los verá y el primer trago corre por cuenta de la casa ―indicó Alex con picardía.
―No hace falta... ―Me sentí apabullado con tanta atención y además tenía algo de miedo que Monserrat quisiera escapar de allí.
―Tú tranquilo, guapo, es una atención especial que siempre hacemos a nuestra alumna mimada. ―Me detuvo Fernando―. Así que no pueden negarse.
―Ustedes no cambian ―expresó Monserrat con cariño―. Muchas gracias, chicos.
―Muchas gracias ―la imité.
―Que tengan buena noche ―se despidieron los dos a un tiempo, con tono socarrón antes de marcharse.
―Te quieren mucho ―exterioricé tomando su mano.
―Sí, nos conocemos hace muchos años, yo también los quiero mucho.
―¿Estudiaste baile aquí con ellos?
―Sí y no. Yo... Yo necesitaba hacer ejercicios y me dijeron que lo mejor era el baile y la natación, y como el agua no me gusta mucho, opté por el baile. Alex y Fernando trabajaban en una academia y fueron muy buenos conmigo, me ayudaron mucho, no solo en sentido físico, también en sentido emocional y sentimental, se convirtieron en mis hermanos o más que eso, considerando el tipo de hermanos que tengo ―me contó con un poco de vergüenza―. Ellos estaban por independizarse, pero les faltaba un poco de dinero para comprar este local y yo los ayudé en agradecimiento a todo lo que hicieron por mí.
―O sea, tienen esto gracias a ti.
―No, esto es por su esfuerzo y trabajo, yo solo les di el empujoncito final.
―Que es el que más cuesta.
―Tal vez, pero ellos son muy buenos en lo que hacen.
Un mesero les entregó las bebidas, un pisco sour para ella y un whisky en las rocas para él.
―Espero que sea lo normal y no que sepan mis gustos.
―No, ellos son muy observadores e intuitivos.
―¿Tengo pinta de tomar whisky?
―No, pero te ves nervioso ―se burló de mí.
―¿Cómo quieres que no esté nervioso si estoy aquí contigo? Almorzamos juntos, pasamos la tarde juntos, cenamos juntos y ahora vinimos a bailar, lo que no había pasado en dos años ocurrió en un solo día.
―Es que estamos de aniversario ―dijo ella como si nada encogiéndose de hombros.
―¿De aniversario? ―pregunté enormemente sorprendido, ¿aniversario de qué podíamos estar?
―Claro que sí, nos conocimos hace dos años.
Yo y mi falta de memoria para las fechas, siempre me ha jugado malas pasadas.
―¿Lo recordabas? ―atiné a preguntar.
―Claro que sí, no todos los días se te presenta un hombre al que acabas de conocer y te dice que le gustas y que se enamoró de ti a primera vista.
―Yo creí que eso te pasaba todos los días ―me justifiqué.
―Pues no, solo tú ves en mí lo que nadie más ve.
―No lo creo, quizá los demás solo te temen.
―¿A mí? ¿Por qué? ―preguntó extrañada.
―Porque eres una mujer de hierro, implacable, atemorizante. Una mujer hecha de hielo.
―A ti no te doy miedo.
―Debo confesar que muchas veces sí. Sin embargo, el hecho de querer estar contigo es más fuerte, por eso me atrevo, pero te aseguro que tranquilo no estoy. Hasta tus amigos lo notaron. ―Le mostré el vaso de whisky.
Monserrat no dijo nada. Me observó durante un buen rato, yo sostuve su mirada, no sabía en qué pensaba, pero debo admitir que no era nada fácil estar frente a su escaneo. Bajó la cara de pronto.
―¿Qué pasó? ―consulté buscando de nuevo su mirada, sin la cual me sentí vacío.
―Nada ―contestó de un modo extraño.
―¿Y? ¿Me vas a enseñar a bailar? ―Cambié el tema a propósito, sus ojos se habían oscurecido.
―Vamos ―respondió ella con una sonrisa, relajándose notoriamente.
―Debo ser honesto y algo aprendí a bailar con mi exesposa, pero a ella no le gustaba nada de mí, no sabía por qué estaba conmigo, según sus últimas palabras, me odiaba ―revelé con sinceridad.
―¿Aun así quieres volver a amar?
Yo apreté su mano y me levanté con ella sin contestar, yo no quería volver a amar a cualquiera, solo a ella.
Bailamos y reímos ambos de lo torpe que yo era con los pies. Por más que ella intentaba, sentirla tan cerca de mí no ayudaba mucho.
―Creo que tengo dos pies izquierdos. ―Me rendí.
―Es cuestión de práctica.
―Claro, como para ti es fácil y bailas como una diosa.
―No te creas ―lanzó una carcajada―. Cuando llegué con Alex y Fernando era peor que tú.
―Bueno, espero aprender pronto, si a ti te gusta bailar, no te voy a dejar sola para que venga otro a querer bailar contigo.
―¿Celoso?
―Sabes que sí ―admití sin pena.
―Y eso que no somos nada.
―Desde ahora seremos compañeros de danza.
―¿Partners?
―Obvio. Además, no es que sea celoso, pero los que vengan después de mí, tienen que ponerse en la fila, yo tengo el primer lugar.
―Ah, ya... ―No dejó su buen humor.
―Te ves muy hermosa riendo ―comenté sin pensar, escaneando su rostro como si quisiera grabarlo en mi memoria, como si no lo tuviera ya grabado a fuego.
―Gracias ―contestó ella algo turbada y enrojeciendo de modo muy leve, lo que me pareció encantador, primera vez que la veía sonrojarse.
Vi a Alex y Fernando que nos observaban, se miraron con gesto cómplice y hablaron algo, que comprendí poco después, pues se acercaron al Dj y en cuanto el tema terminó, la canción que siguió era un lento muy romántico.
Monserrat y yo nos miramos unos segundos, yo no sabía si estaba dispuesta a bailar esa canción conmigo. Ella se mordió el labio y ya no lo dudé, la apreté contra mi cuerpo de modo muy posesivo, no quería que fuera así, pero no pude evitarlo.
―Esto sí lo sé bailar ―susurré muy cerca de sus labios.
Ella no respondió, simplemente se dejó llevar por la música, entregada en mis brazos durante mucho rato.
Cerca de las cuatro de la mañana buscamos a Alex y Fernando para despedirnos de ellos y agradecerles todo lo que habían hecho por nosotros. Al oído Alex me susurró que ella se moría por mí y que, si yo me atrevía a hacerle daño, ellos se encargarían de mí. No me molestó, al contrario, la querían y eso me agradaba mucho.
Ella me fue dejar a mi casa y maldije la hora en la que dejé mi auto en el restaurant. Ahora ella tendría que volver a su casa sola cuando mi idea era que yo tendría que irme de su casa. Me quedé preocupado, a pesar de que yo sabía que ella estaba acostumbrada, era independiente y yo lo sabía, pero eso no quitaba mi ansiedad.
Solo quedé tranquilo cuando pude leer su mensaje:
‹‹Ya llegué a mi casa sana y salva››.
‹‹Me alegra, gracias por este día››, le respondí.
‹‹Gracias a ti. Buenas noches, nos vemos el lunes››.
‹‹¿Almorzamos?››, me animé a preguntar.
‹‹No puedo, tengo una reunión con los empresarios europeos de los que te hablé››.
‹‹¿Cena?››.
No hubo respuesta durante mucho rato. Luego apareció escribiendo y borrando, escribiendo y borrando. Yo no sabía si hablarle o no.
‹‹Sebastián... Yo te advertí que no quiero nada con nadie, mucho menos contigo, lo de hoy estuvo entretenido, creo que ambos necesitábamos liberar tensiones, pero fue eso, nada más››.
‹‹Lo sé, no pienses que es porque quiero enamorarte, yo lo pasé bien contigo, espero que tú también lo hayas disfrutado››.
Lo envié y al segundo siguiente me di cuenta de lo que realmente ella me había escrito.
‹‹¿Por qué mucho menos conmigo?››, interrogué dolido.
‹‹Porque seremos socios y si yo caigo en tus redes, todo se irá al infierno, sea que resulte o no algo contigo››.
Me quedé pensando un rato y me decidí a decirle lo que realmente pensaba, si al final ella sabía de mis sentimientos, eso no era ningún misterio.
‹‹Quiero estar contigo››, escribí con dedos temblorosos, ‹‹y si la fusión se va a las pailas, que se vaya, ni tú ni yo necesitamos en sentido económico del otro››.
Me dejó el visto, ¿qué había pensado en aquel momento? ¿Y si se había enojado? Mis temores más grandes se me presentaron en ese momento. ¡Fui un estúpido al insistir tanto! Dos años me había mantenido a raya y ahora me había lanzado con todo, pero bueno, ¿ya qué más podía hacer? Esperar a que ella aprobara o rechazara mi amor y que, así como yo quería estar con ella, ella también quisiera estar conmigo.
Frustrado, me metí a la ducha y dejé caer el agua sobre mi cuerpo para relajarme. Aunque fuera solo mi amiga, solo mi socia, no quería perderla. Salí del baño y me tiré a la cama. Por inercia tomé mi celular y lo miré. Dos mensajes.
‹‹¿A las ocho?››, me había preguntado.
Era el primer mensaje. Sonreí encantado, había aceptado mi invitación.
‹‹¿Te enojaste? ››.
El segundo fue enviado algunos minutos más tarde.
Me apresuré a contestar.
‹‹Disculpa, estaba en la ducha. No me he enojado, no tengo por qué. A las ocho te paso a buscar. Ahora me toca a mí llevarte››.
Le había llegado el mensaje, pero no lo vio. Quince minutos más tarde sonó la notificación.
‹‹Ahora estaba yo en la ducha. Te espero en mi casa a las ocho››.
‹‹Ahí estaré, que descanses››.
‹‹Buenas noches››.
Monserrat había aceptado, después de dos años, dos invitaciones consecutivas. Eso era un gran progreso para mí que ya empezaba a creer que de verdad sí tenía posibilidades con ella.