—¡ELISE! —la voz de Richard Kauffman retumbó como un trueno en el silencio pulcro y elegante de la mansión, rompiendo la burbuja de aparente tranquilidad que los rodeaba. Elise se sobresaltó en el sofá. El libro que tenía en sus manos tembló levemente, como si compartiera su nerviosismo. En lugar de responder, giró lentamente la cabeza hacia su hermana, con los ojos tan abiertos que parecían dos lunas llenas cargadas de ansiedad. —Seguro Adrian le avisó a mi papi de lo que hiciste —susurró, aunque su voz traicionaba un pánico creciente. Su tono de voz no tenía acusación, sino un miedo infantil, como si esperara que la regañina cayera sobre ambas por igual. Lena, en cambio, no se inmutó. Estaba sentada con las piernas cruzadas, el rostro sereno y altivo. Sus labios se curvaron con descar

