Susan
Hoy dormiremos por primera vez juntos. Desde que lo conozco, nunca habíamos tenido un contacto mayor que no fuera dormir en la oficina luego de varias horas de trabajo, claro está él en su majestuoso sofá y yo en una silla super incómoda.
El dormitorio de mi jefe era una extensión de su personalidad, impecable, sobrio y ligeramente aterrador.
Especialmente esto último.
Eran las diez de la noche, y el drama del pequeño paseo había pasado, al menos por ahora.
Ahora me toca enfrentar la realidad, mi triste realidad. Compartir un espacio con mi jefe, el hombre cuya voz me hacía correr.
Él apareció luego de darse un baño. Tenía su torso descubierto y obvio, no soy de piedra… mis ojos miraron cada detalle. Pero es que para eso se hicieron, para ver.
Sería pecado no hacerlo.
— La cama es grande. Yo dormiré en este lado —dijo, señalando el borde izquierdo, sacándome de mi ensoñación—. Y tú en el otro. No te pases de la raya. Necesitamos una barrera, así sea invisible.
Abrí mis ojos de par en par.
No entiendo como es capaz de decirme esas cosas… especialmente luego de aparecer así, casi desnudo. Estoy segura que si en lugar de mi pijama de aguacates navideños hubiera sido yo la que estuviera así… él no pondría esa “barrera”
—¿Crees que no soy consciente del espacio personal, jefe? — Me acerqué al centro de la cama con una pila de almohadas—. No tienes porque preocuparte, no pienso lanzarme sobre ti como una hiena. No tengo malos gustos.
—Prácticamente me comiste con la mirada, aquí el único que debería sentirse preocupado sería yo… no tu.
Bufé ante lo que dijo. No puedo creer que me describa como si fuera una depravada.
Sin importar nada, empecé a construir la frontera entre los dos. Una pila de almohadas que no sea fácil de derrumbar.
Él me miró como si fuera algo exagerado.
—No puedo dormir si escucho ronquidos, por favor, no respires fuerte. Y si piensas hacer un comentario burlándote de mí, te aconsejo que mejor te lo ahorres.
Él observó mi construcción, en completo silencio. Intenté obligar a mis ojos a que no siguieran observandolo. Pero es que desde hace cuanto no veo a alguien así… han pasado algunos años.
—Es... un poco dramático e innecesario, somos adultos Susan, sin contar que solo eres mi secretaria, te veo de cualquier modo, menos como mujer. Te juro que ni siquiera un mal pensamiento me pasa cuando te veo. Solo mirate.
Sonreí con maldad… menos como mujer… puede ser mi jefe en la empresa… pero aquí, se comerá sus palabras.
—No he dicho lo contrario.
Me fui directo al baño buscando algo de ropa para ponerme. Él quiere crear una guerra, no estoy dispuesta a perderla.
Me dejé con un short corto, muy corto y una camisa con tiras y salí.
—Me gusta que hayas puesto la calefacción, así puedo dormir cómoda —mencioné.
Él estaba en la cama revisando algo en su teléfono, subió la mirada y luego volvió a bajarla.
¿Quiere golpear fuerte en mi ego?
Me metí en mi lado de la cama. Las sábanas eran increíbles. Demasiado increíbles. Me sentía como si estuviera durmiendo en una nube… esos pequeños detalles que confirmaban que él era un hombre demasiado pudiente y con una gran cantidad de dinero en sus bolsillos.
Él apagó la luz principal, y la habitación quedó sumida en la oscuridad, iluminada solo por la luna de invierno que se colaba por el ventanal.
A mi mente llegó el beso que me dio, que le dí… carajo, el silencio en la habitación estaba haciendo que mi cabeza trabajara de más.
—Jefe, puedo decirte algo.
—Dime Susan.
—Solo para que sepas, el beso que te dí…
—Sobre eso, creo que nos tocará uno que otro, claro está delante de mi familia. Para que todo sea más creíble. ¿Estás de acuerdo?
—Solo si me subes un poco más el sueldo, es lo mínimo después de tener ese tipo de contacto.
—Susan —su voz sonó más baja— Es hora de dormir. Y por el dinero no te preocupes, te daré lo que mereces… más bien deberías taparte bien, puede que te resfríes.
—¿Estás preocupado por mí? no deberías, suelo dormir así y nunca me ha pasado nada.
—Nunca digas nunca —me giré y vi que me estaba observando—. Las cosas pueden cambiar de un día para otro. Adicional, no estoy preocupado, solo actuo como si fueras mi hermana pequeña.
Volví a mi lugar, la sonrisa en su rostro en estos momentos era como si fuera de burla.
Me acurruque. Pero mi mente, se negaba a desconectar. Me di cuenta de que, a pesar de la barrera de las almohadas, estaba increíblemente consciente de él, de su cercanía. De la forma en que su respiración se había ralentizado. El hecho de que compartíamos la misma cama.
Intenté recordar por qué había aceptado esto. No era solo el dinero; era un reto grande. Demostrarle al jefe arrogante que yo era más que una secretaria. Pero ahora, cerca de él, con la seguridad de la oficina lejos, me sentía... diferente. Él ya no era solo mi jefe. Era el hombre que me había besado, aunque fuera por una actuación nada más.
Me giré y lo observé completamente dormido, supongo que el cansancio solía agotarlo.
Me quedé mirándolo. Su expresión era más suave en el sueño, la tensión de su mandíbula había desaparecido. Parecía... vulnerable. Menos jefe. Parecía una completamente diferente.
Volví a mi lugar, de alguna forma sentía alivio de que no me viera como mujer, sería bastante raro pensar lo contrario.
Abrí los ojos, no sé después de cuanto tiempo me quedé dormida. Estiré mi brazo para moverme, pero no pude. Cuando visualicé bien a mi alrededor, noté su rostro muy cerca del mío, al mismo tiempo que nuestros cuerpos estaban enrollados el uno al otro.
Con sumo cuidado comencé a quitar sus fuertes brazos de encima mío, me moví con cautela fuera de la cama, procurando ni siquiera respirar.
Cuando puse mis pies en el piso, por fin solté el aire que estaba acumulado. Tomé una bata para poder escapar de esta situación.
—Susan —escuché como susurró mi nombre—. No deberías escapar de este modo, no después de que derrumbaste esa tonta barrera que pusiste y te lanzaste sobre mí.