Un almuerzo para olvidar

1352 Palabras
Un almuerzo para olvidar La reacción de David al ver las comidas ofrecidas en aquel menú fue sencillamente impresionante. Sus ojos brillaron como si descubriera al fin una sensación nueva después de haber pasado mucho tiempo buscándola. No era para menos, en el internado las comidas solo podían considerarse como tal por una cuestión de costumbre, pues aquellos preparados de naturaleza incierta tenían más semejanzas con el contenido de un caldero de bruja que con los alimentos que debían conformar la alimentación esencial de un pequeño en crecimiento. David volvía a ver ante sí la posibilidad de escoger su comida, cosa que había creído imposible después de haber pasado más de cinco años encerrado en lo que tenía más parecido con una prisión que con un centro de atención para niños sin hogar. Aquella lejana amenaza del Jefe entonces se removió en mi cabeza y me hizo considerar las implicaciones de que sobre mi hermano se cerniese una acusación capaz de llevarlo a la cárcel: el golpe para él sencillamente resultaría irreparable. Me llené de fuerza para alejar esos pensamientos de mi mente y mostrarle a David la mejor cara en medio de ese dolor que me atosigaba el alma. Ya estaba decidida a vivir por su felicidad, por lo que no podía seguirme lamentando cada vez que diera un paso. ―Escoge lo que quieras ―le dije sonriéndole mientras le animaba a no contenerse, pues de alguna manera debía celebrar su libertad y que mejor manera de hacerlo que disfrutando los que eran sus mejores almuerzos de cuando niño. David seguía siendo un niño en muchos sentidos. Eso quedaba en evidencia a cada rato, por ejemplo cuando terminó pidiendo prácticamente uno de cada cosa que se ofrecía en aquel menú, pero luego le veía cambiar su actitud y mostrarse como un hombre sin tiempo, que había tenido que verse forzado a crecer por las inclemencias de aquel maldito lugar. ―Exageré ¿Cierto? ―me preguntó cuándo me vio contando los billetes que llevaba conmigo en el bolsillo de mi pantalón. Yo le sonreí y quería decirle que el dinero para nosotros ya no era ningún problema. En la bolsa que había dejado dentro de aquel coche que debía valer cuando menos unos quinientos mil dólares, había dejado otros veinte mil en efectivo, pero de momento quedé sin argumentos para decirle aquello, pues con el dinero que había llevado conmigo no me alcanzaba para pagar todo el pedio que él acababa de realizar, por lo que le tranquilicé con mucha calma y simpatía y le pedí un momento mientras regresaba al coche por más dinero. Cuando me dirigía a la puerta divisé un cajero automático que se encontraba cerca de la entrada y entonces recordé que llevaba mi tarjeta conmigo, por lo que me anime a descubrir si aún quedaba algo de aquellos ahorros que me habían ayudado a sobreponerme a las crisis antes de todo aquello. Introduje la tarjeta en la ranura y marqué los datos que la pantalla del aparato me fue indicando, cuando llegó el momento de visualizar en la imagen el monto del saldo en mi cuenta tuve que esforzarme por ocultar la pantalla, pues una señora que hacía fila detrás de mí, se impresionó cuando vio de reojo aquel número llamativo. Mi cuenta tenía una cantidad que sobrepasaba los cinco dígitos. Ni en toda mi vida había tenido una cantidad de dinero así. Me apresuré a retirar la tarjeta y salir del local sin mirar atrás. David había quedado sentado mirando casi alelado un programa deportivo que trasmitían en una televisión sobre una pared del lugar, algo para el inimaginable. Mi primera impresión fue la de asumir que debía existir un error en aquella cantidad que refería a la información financiera de mi cuenta bancaria, pero al poco tiempo sus palabras volvieron a hacer eco en mi memoria, desencadenando entonces el estallido de agonía como nunca antes. El señor Cavill ya había entendido que yo no volvería, el depósito había sido realizado. Él ya se había enterado de mi traición. Yo no era una traidora, yo solo era una víctima. Esto me lo repetía hasta el cansancio, pero no había forma de que mi corazón, adolorido y mortificado por las miserias de mi situación, siquiera entendiera un mínimo de las razones que yo trataba y me esforzaba en decirme. El señor Cavill, ese hombre que se había dado todo por mí, acababa de entender que yo no iba a volver a su lado, su corazón estaba asimilando mi traición. Yo estaba clara de que aquello, tarde o temprano, iba a ocurrir y me había preparado para recibir algún tipo de mensaje o llamada, pero aquella forma impersonal en la que él me había dejado en claro que ya asumía mi traición como consumada, depositando ciento cincuenta mil dólares en mi cuenta, me destrozaba de maneras inauditas. Me hacía saber que el hombre sensible y amoroso que había logrado surgir en medio de sus miedos y temores ahora había vuelto a quedar sepultado bajo ese montón de impiedad insensible que le caracterizaba cuando lo había conocido aquella primera vez. Corrí hacia el carro cuando comenzaba a caer una suave llovizna en el estacionamiento. Lejos del centro de la ciudad, el lugar se encontraba privado de aquel bullicio y descontrol propio de la metrópolis, ahí, en cambio, podía escuchar los susurros de mi corazón que se quebraba como una cascaron vacío. Cerré la puerta y sencillamente me tendí a llorar. Esa era mi última oportunidad, era mi última oportunidad, no para volver atrás y enmendar aquello de alguna manera, pues por más que lo quisiera yo no estaba dispuesta a poner en riesgo la vida de las personas que amaba; solo era mi última oportunidad para sufrir como una condenada las consecuencias de esa decisión que asumí sometida de manera obligada y bajo amenazas; era mi última oportunidad para llorar por todo aquello, puesto que ahora ni siquiera era libre de sufrir a gusto, pues ahora tenía que velar por el bienestar de mi hermano y ante él no podía quebrarme de ninguna manera. Las lágrimas cayeron a mares recorriendo mis mejillas como un río que abre las montañas. Como pequeños hilos corrieron conduciendo la agonía y el dolor de mi alma marchita. Pensé en aquel rostro y en aquella voz aun una vez más. Me lo imaginé rompiendo nuestro recuerdo y negándose a amar nunca más. De manera cruel me convertía en parte singular de ese panteón que ocupaban las personas que más daño habían hecho a su corazón. Quería morirme ahí mismo, pero sabía que no podía, ahora yo vivía por David, quien, como si de una resurrección se tratase, prácticamente había vuelto a la vida. Limpié mis mejillas y me sacudí. Tome el dinero y dejé mi mente en blanco. No quería pensar en nada más. Caminé de vuelta al local como si mi alma se encontrara desecha en mil pedazos. La sonrisa falsa y fingida se iba a convertir en mi mejor aliada a partir de ese momento. Me conseguí a David a quien se le veía comenzando a estar incómodo justo cuando me vio aparecer frente a él. ― ¿Dónde estabas? Pensé que me habías dejado. Negué enfáticamente reconociendo que aquel temor solo podía considerarse como un residuo de su daño emocional, entonces fingí mi mejor sonrisa para poder hablarle desde la poca ternura que podía quedar en mi corazón muerto. ―Yo nunca te dejaré David, nunca. David sonrió ahora con un gesto tranquilo y sosegado, justo en ese momento el chico del servicio llegó a la mesa trayendo consigo varias bandejas donde traía lo que mi hermano había pedido. Le dimos las gracias y David comenzó a comer de inmediato. Yo me coloqué de pie y él se alarmó en el acto. ― ¿A dónde vas? ―Tranquilo, solo voy a la caja a pagar. David se sintió más tranquilo y siguió comiendo. Yo terminé mis responsabilidades de adulto y volví a la mesa para tener lo que sin duda alguna iba a ser un almuerzo para olvidar.
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