2

1685 Palabras
El punto de vista de Sofía Me senté en primera fila treinta minutos antes de que empezara la conferencia: en silencio, inquieta, con la garganta seca y los puños tensos. Sí, tensos. ¿Por qué? Porque después de tres años, estaba a punto de volver a ver a Christopher Vaughn. El exmejor amigo de mi padre.Un hombre quince años mayor que yo.Un hombre al que arruiné. Golpeé el escritorio con los dedos, intentando calmarme, pero mi corazón latía con fuerza. Debería haberme centrado en Neurociencia o en lo que fuera esta clase, pero solo podía pensar en cómo reaccionaría al verme de nuevo. ¿Me ignoraría? ¿Fingiría que no existo? ¿Me odiaría? Ya lo hacía. La última vez que lo vi, lo estaban sacando a rastras de la casa de mi padre, acusado de cosas que nunca hizo. Por mi culpa. Tragué saliva con dificultad y miré la hora. Quedaban diez minutos. El aula se estaba llenando. Una chica con gafas gruesas y una cabeza llena de rizos rojizos se dejó caer a mi lado. Olía a hierbas y aceite; demasiado estudiosa para mi gusto. —¿No te había visto antes? —Se giró hacia mí y sacó una tableta más grande que mi paciencia. —Sí, soy nueva —respondí brevemente. No estaba aquí para hacer amigos. —Oh —asintió ella—. Soy Suzi. —Sofía —forcé una pequeña sonrisa. Una chica negra, alta y despampanante, irrumpió en la sala como si fuera la dueña, con un vestido n***o ajustado que gritaba «rompe corazones, no curvas». Se detuvo, observó la primera fila y sus penetrantes ojos marrones se clavaron en mí. —Estás en mi asiento —dijo con un tono educado, pero con un dejo cortante. Antes de que pudiera responder, Suzi intervino: —Beth, es nueva. Beth suspiró dramáticamente, mirando al fondo de la sala. Ya estaba llena. —Uf. Creo que hoy no podré ver a mi bebé de cerca —gimió y se alejó tambaleándose. Suzi sonrió con suficiencia. —Es Beth. No le hagas caso; está obsesionada con el señor Vaughn. ¿Obsesionada? Casi me río. Parece que tengo competencia. Y entonces entró. La sala quedó en silencio. Christopher Vaughn se movía como si fuera dueño del m*ld*t* mundo, sus anchos hombros cortando el aire como una espada. Su ajustada camisa blanca ceñía su pecho, con las mangas arremangadas hasta los codos, dejando al descubierto sus fuertes antebrazos venosos. Sus pantalones negros le sentaban de maravilla, con un corte perfecto, haciendo imposible no fijarse en lo que llevaba debajo. Contuve la respiración mientras dejaba sus libros sobre la mesa. Luego se volvió hacia la pizarra, cogió un rotulador y mi amor escribió: Capítulo 1 - El cerebro y el cuerpo humanoSubtema - Obsesión. Mi corazón dio un vuelco. ¿Era una broma retorcida? —Suzi —llamó sin darse la vuelta—, resume la clase pasada. Y luego se giró. Sus ojos azul oscuro recorrieron la habitación hasta posarse en mí. La sonrisa en sus labios se congeló. Apretó el marcador con más fuerza. Su rostro se ensombreció, con un destello de sorpresa, ira y algo más profundo, algo crudo, destellando en sus rasgos. Parecía como si hubiera visto un fantasma. No, peor. Parecía como si hubiera visto una pesadilla hacerse realidad. Odiaba esa expresión. Pero me lo merecía, ¿no? Forcé una pequeña sonrisa, intentando pedir en silencio una reacción, pero él miró hacia otro lado, disgustado. Me ignoró durante toda la conferencia. Ni una sola vez me miró. Así que hice lo que mejor sabía hacer: Lo obligué a mirarme. Levanté la mano. Exhaló con fuerza. —¿Sí? Incliné la cabeza, observándolo atentamente. —¿Cómo sabemos cuándo alguien está obsesionado con algo? ¿O con alguien? Silencio. Su mandíbula tembló. Sus dedos se cerraron sobre el marcador, con los nudillos pálidos. Y entonces sonrió. Una sonrisa cruel y fría. —Deberías preguntarte eso. Las palabras me atravesaron, más afiladas que cualquier espada. Un calor me subió por el cuello. El aire era demasiado pesado, demasiado sofocante. Bajé la mirada. Había ganado. Aún sabía cómo doblegarme. —Página sesenta y nueve —continuó secamente—. Consulta la lista. Allí encontrarás la respuesta. Página jodidamente sesenta y nueve. Estúpido. Más tarde, esa noche... De vuelta en mi apartamento, me quedé mirando mis cajas todavía empacadas, pero mi mente estaba en otra parte. En él. En cómo ni siquiera me había reconocido. Me tiré sobre la cama, agarré mi teléfono y abrí GramInsta. Apareció una notificación. Un mensaje de Christopher Vaughn. No para mí. Para Taylor Meyers. La cuenta falsa que había estado usando para hablar con él durante el último año. Sonreí con suficiencia. El pobrecito aún no sabía que me había estado enviando mensajes. Le respondí como Taylor: —¿Cómo estuvo tu día? Su respuesta fue inmediata: —El peor día. Me mordí el labio. ¿Por mi culpa? —¿Por qué? ¿Qué pasó? —Nada importante. Solo estrés. Mentiroso. Lo conocía demasiado bien. —Puedo ayudarte a relajarte. Me di la vuelta, me levanté la camisa y me desabroché el sujetador. Mis dedos se posaron sobre el botón de la cámara. ¿Debería? Ya nos habíamos enviado mensajes antes. Le había mandado fotos falsas muchas veces, pero esta era yo. Exhalé con fuerza y tomé una foto: pechos desnudos, piel suave, puños tensos, pero sin rostro. Enviar. Silencio. El pánico me subió por la garganta. … ¡! ¡¡!! Luego, una notificación. Lo abrí y sonreí. Me envió una foto. Una foto de su entrepierna vestida, pero el contorno de su erección era inconfundible. Me mordí el labio con más fuerza. —Quítate eso —le escribí. Ninguna respuesta. Y luego… otra foto. Oscuridad. Nada más que n***o. Fruncí el ceño. —¿Qué es esto? Su respuesta me provocó un escalofrío en la espalda: —Mi habitación está oscura. Pero me desnudé. Para tu información. Y luego se desconectó. Me quedé mirando la pantalla, con el corazón latiéndome con fuerza. … Mi mente se oscureció y entró en un espacio peligroso, deliciosamente prohibido. ¿Quizás se esté masturbando con mi foto? Fue un pensamiento delirante, pero mi mente depravada se aferró a él. Y entonces se formó la imagen: Christopher, con sus labios perfectos entreabiertos, el ceño fruncido y los ojos entornados por la lujuria mientras envolvía sus largos dedos alrededor de su m*****o, acariciándose, pensando en mí. ¡! Tragué saliva; de repente, mi piel estaba demasiado caliente, demasiado tirante. El dolor entre mis muslos se volvió insoportable, exigiendo atención. No pude resistirme. Me temblaban las manos al desabrocharme los vaqueros, bajándolos por las piernas, seguidos por las bragas. El aire fresco rozó mi piel expuesta e hinchada, haciéndome estremecer. Estaba empapada: la prueba de mi excitación brillaba en la tenue luz. Lentamente, dolorosamente, pasé mis dedos por mis pliegues resbaladizos, provocándolos, extendiéndolos, cubriéndolos con mi propia humedad. Mi respiración se entrecortó y mis dedos de los pies se curvaron mientras encontraba ese pequeño brote dolorido y lo frotaba en círculos lentos y tortuosos. Necesitaba más. Mi otra mano se deslizó por mi cuerpo, encontrando mis pechos, mis dedos rodando mis p*z*n*s rígidos y sensibles. Un gemido se escapó de mis labios. Cerré los ojos y dejé que la fantasía me consumiera. Christopher. Sus manos, ásperas, exigentes, en todas partes a la vez. La forma en que me susurraría al oído, con la voz cargada de pecado: —Te estiraría tan bien, cariño. Me tomarías tan bien. Gemí, arqueando la espalda y con los muslos temblorosos mientras presionaba con más fuerza, frotando círculos apretados y desesperados sobre mi clít*r*s palpitante. Mis caderas se sacudieron contra mi mano, buscando más, más, más. Necesitaba ser llenada. Me abrí por completo, con los dedos húmedos y ansiosos mientras empujaba uno dentro, apretando las paredes con avidez. Respiraba entrecortadamente mientras lo deslizaba más profundo, curvándolo, imaginando que eran sus dedos gruesos y provocativos en lugar de los míos. —Tan apretada —gemía—, tan jodidamente perfecta para mí. Empecé a meter y sacar el dedo, despacio al principio, luego más rápido, añadiendo otro. Mi cuerpo se tensó al imaginar su peso sobre mí, su cuerpo atrapándome, su m*****o rozando mi entrada, provocándome, tentándome. —Lo deseas, ¿no? —Por favor —susurré sin aliento. Moví mis caderas, mis propios dedos, el placer agudo, cegador. Casi podía sentirlo: su calor, su aroma, sus palabras sucias contra mi piel. —Gritarías por mí, ¿verdad? Suplicarías. —¡Sí, Chris… ahhh! Un grito escapó de mis labios mientras mi cuerpo se tensaba, se apretaba, se rompía. El placer me golpeó, candente y absorbente, mis piernas temblaron mientras me deshacía, rompiéndome con su nombre en mi lengua. ¡! Cabalgué las olas, con el cuerpo tembloroso y la mente aturdida. Tenía los dedos empapados y el pecho subía y bajaba con respiraciones entrecortadas. No tuve tiempo de disfrutar de las réplicas antes de que mi teléfono vibrara a mi lado. La pantalla parpadeó: Papá. Mi estómago se retorció y la culpa me golpeó como un tren de carga. Me limpié los dedos con las sábanas y agarré el teléfono. —¿H-hola? —¿Cómo estuvo tu día, cariño? —Su voz era cálida y desprevenida. —B-bien —dije con dificultad, todavía sin aliento y con los muslos pegajosos. —¿Cómo está el profesor? Mi corazón dio un vuelco. —Ah, es bueno. —¿Hombre? —Su tono se endureció, porque no quería que el error se repitiera. Saliva Tragué. Forcé una sonrisa en mi voz. —Sí, el señor Jackson Duke. Tiene sesenta y setenta y tantos. Una pausa. Luego: —Ah, vale. Hizo algunas preguntas más antes de colgar, dejándome sola con mi desorden, mis pensamientos, mis pecados. Y entonces mi teléfono vibró otra vez. Un mensaje. Christopher. —Vamos a encontrarnos. Me quedé congelada. Sentí frío en el cuerpo y un escalofrío me recorrió la espalda. Nunca antes me había pedido vernos. Esto era diferente. Esto era peligroso.
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR