«Espera sentado en el aposento del apóstol, un canónigo de lengua serpentina y deseos reprimidos».
La ilustración del pueblo de Hillwind nació de la maleza; acercándome, sus estructuras pérfidas en seguridad volvían a sonreírme.
Subí las escaleras del andén, se escabulló el niño en los pasillos de la estación. Resté importancia al seguimiento, algo no andaba bien. El vapor había desaparecido, pero los sonidos guturales en rincones oscuros causan repelús. No sé, hay animales siendo desollados o maltratados en cualquiera de aquellos sospechosos sitios cerrados o eso me parece.
El aspecto de la estación es sinónimo de las películas del viejo oeste. Hillwind es un pueblo en el naufragio de la modernidad, cerca de un lago circunfluso de horrido aspecto lamoso.
Avancé a tientas para no acercarme a los lugares con sonidos extraños, evitando a toda costa la curiosidad y siguiendo el instinto animal de supervivencia. Estoy alterado, hay manchas de sangre en la madera como una persona herida arrastrándose. Mi corazón se aceleró, golpea reverberando mi pecho el tambor; tum, tum, tum. Debo salir.
La salida de la estación es vigilada por dos faros, un arco de bienvenida con el cartel doblado, comido por las termitas y rodeado de hongos morenos, luce protervo. Dejé atrás las taquillas de vidrios empañados de humedad. Continué por la calle recta, de izquierda a derecha, abedules con detenimiento ven mi carrera. Es estoy corriendo, pero sigue latiendo, aumentando la frecuencia. ¿Por qué tengo tanto miedo?
Está sonando tan fuerte; tum, tum, tum.
Doy la vuelta ¡¿Qué es eso?! Se retuerce en el suelo, caminando como una araña, mostrando sus músculos vendados, goteando saliva de su mandíbula rota, vacías las cavidades de los ojos esparciendo gusanos de moscas; su lengua alargada estremece la imaginación. Debo huir.
Maldición, su hedor me causa náuseas, sin dar la espalda retrocedo. La criatura ríe, una risa de bufón, una risa mecánica e irracional. Se acerca, lento, insidioso. Echo a correr y lo escucho, exclama algo incomprensible. Sus uñas alargadas resuenan tac, tac, tac, en el asfalto. Cuando volteo salta sobre mí. ¡Tiene un m*****o alargado viscoso drenando un especie de semen putrefacto y sanguinolento! ¡Maldigo esta abominación, quítate!
—¡Hijo de perra!
Clavó las garras en mi piel. Golpeo su abdomen, cayendo al suelo con vista al cenit. Las horrendas patas se movían como un escarabajo en agonía. Ignorando el ardor de las heridas, busqué una rama cercana; en el fructífero y peculiar hallazgo hay una estaca con forma de cruz. No es momento para preguntarse por tan curioso objeto, necesito acabar con aquel monstruo.
La criatura recuperó estabilidad, se posicionó para volver a saltar, blandí y propicié una estacada, enterrando un brazo del crucifijo en el pecho.
¡Muérete mutante degenerado! Maldito, maldito seas… Respiro, exhalo, respiro, exhalo… Estoy manchado de sangre, huelo el hierro, veo las salpicaduras en mi camisa blanca. La criatura ha fallecido, cinco estacadas fueron suficientes.
Añoraba la sensación de matar una cosa que se moviera; tenemos gusto en apagar las luces de los seres vivos. No, no humanos, también animales e insectos, los consideramos peligrosos; somos animales, hijos de la naturaleza, es nuestra genética, no somos malos, nadie nace malo.
Retiro la cruz calmada la frecuencia cardíaca. Veo el agujero dejado, golpeo otra vez deleitado por el sonido de la carne perforarse por la misma, como la religión perforó miles de mentes y me hizo sufrir.
Cavilé sobre la cruz en mis manos, no había fragmento del pasado que diera una explicación a la existencia de dichosa arma. De todas formas en el limbo nada tiene sentido, tampoco en los sueños. La linterna, un algo para la situación, es hilarante como los acontecimientos de nuestras vidas, solamente sucede, manera de evitarlas no las hay, están allí presentes. Me rio de esta desventura.
Emprendí la ruta. Llegué hasta la valla publicitaria de dentífrico, tiene las bombillas encendidas aún y el diente del modelo está oscurecido. Admiro la mano del artesano, las publicidades de Hillwind siguen manteniendo el aspecto de dibujo de los años pasados.
La pared de la farmacia ajada me saluda, a la derecha está un poste de electricidad intermitente, una tienda de víveres y al fondo, las demás intersecciones acompañados de los locales. Olí la dulzura del lago. Hay colgados del cableado eléctrico, banderillas triangulares representando un patrón cromático.
Me detuve en medio del semáforo que intercambia entre el rojo, amarillo y verde en recesos de minutos, podrías dormir si lo contemplas. A la izquierda está la calle Sunmind, conduce al sanatorio, y en la esquina hay un mini mercado. Recuerdo que al entrar para comprar dulces, hay una puerta trasera que conduce a un callejón, tal atajo lleva hasta una cafetería cercana al sanatorio. A la derecha está la calle Mansweet, después de pasar la tienda de ropa con los maniquíes amarillentos y prendas comidas por polillas, llegas a la escuela primaria Sofislove, ubicada frente a las residencias Housegirl. Si voy por el camino norte, llegaré al parque y pasado el parque, doblando a la derecha, podré ir a la iglesia.
Por un lado podría ir a las residencias, pues allí está mi hogar y futuramente, el de Rosantina y nuestra familia.
¿Qué? ¿Alguien silba? Escucho una melodía, viene del parque.
Vi de reojo la pintura amarilla y verde que caía descascarillada; los anuncios de frutería, productos de menor importancia y la vidriera empañada del hálito de… Espera… ¿Una persona?
—¡Tú! —gritó, pero se escuchó ahogado por el vidrio templado, dio varias palmadas.
Me acerqué e identifiqué una mujer morena de cabellos rizados, sus ojos vidriosos me preocuparon, temblaban los labios gruesos. Viste con una chaqueta impermeable marina, con el cuello bordeado de plumas sintéticas.
—¡Necesito tu ayuda! —dijo.
—¿Cómo puedo ayudarte? —pregunté.
¡Otro ruido! Golpean la puerta de la trastienda. Corrí hasta la entrada, es imposible abrirla, usé la cruz para romper los vidrios y funcionó.
—¡Ven, ahora!
Ella con mi apoyo salió por debajo, es de esas doble puertas con una bisagra en el medio.
—Corre y no mires atrás, ellos vienen por nosotros —dijo la mujer, obviando el río de sangre en sus manos por los filamentos de vidrio.
Tram, tram, sonaba la puerta.
—Locke, espero nos volvamos a ver —dije asintiendo.
—Kitna —contestó yendo en dirección al sanatorio.
Di la vuelta y hui al parque, en el fondo escuché la puerta romperse, desintegrándose el eco del acero chirriante en el entorno.
La calle se abría en una circunvalación. El cerco oxidado sostenido por tubos anaranjados me obligó a rodearlo para hallar la entrada. Bloquea un candado la verja; pateo el centro hasta que cedió, despidiendo conchas y partículas gruesas de herrumbre.
El césped seco muestra una paleta de colores sofocada. Produje el quejido del marchitar. Suena el columpio rogando aceite, los toboganes como gusanos peludos en proceso decadente. Me acerqué palpando el plástico para comprobar que se deshacía con facilidad al tacto. Tosí por el polvo a huesos de cementerio.
El silbido seguía por alguna parte. Exploré sin éxito de encontrar algo… Mi corazón está latiendo fuerte de nuevo, me alejo y regresa la frecuencia a la normalidad. Cuestioné el comportamiento de mi órgano vital. Vuelvo a acercarme y está latiendo estridente. Me adentro hasta no poder soportar el ruido.
Lo miro con repugnancia. Es la casa del árbol, de allí viene el silbido y la causa de mi alteración cardíaca. Rendido, no sé que hacer, hasta que Lucas apareció en el umbral de la casa.
—No deberías hablar con ellos —dijo el niño como un gato.
—¿Con quiénes?
—Los adultos, son enemigos —contestó bajando por la escalera.
—¿Cómo sabes qué estuve hablando con alguien?
No responde, está callado a un metro, viéndome.
—Él está esperando, debemos ir —dijo.
Lo intenté agarrar del brazo, pero la sorpresa me abrumó de golpe. Atravesé su cuerpo.
—Los adultos creen resolver los conflictos con problemas —dijo el niño—. ¿No es así, Locke?
—No sé de que hablas —mi voz está vacilando. El niño no es real.
—Él quiere volver a verte, ¿lo recuerdas?
—No lo sé, niño.
—Dice que ocultas tus pecados. ¿Quieres ser un mejor hombre?
—Estoy en proceso.
—No, no lo estás Locke. —¡Me atravesó!
Veo su espalda alejarse hasta la entrada. Lo sigo, guardando la distancia con el fantasma.
—Papá, mamá, lloras por ellos —dijo el niño—. Querías una familia feliz.
—Tuve una familia feliz —mentí.
¿Por qué queremos mentir cuando nos dicen la realidad?
No, otra vez no, un recuerdo, ¡la centella cegadora!
Recuerdo
Como un títere estuve obligado por un desconocido a ver la escena que se desarrollaría. Revivía la vida en el parque con centenares de niños jugando.
—Mamá —me escucho tan lastimero.
Sentada en el banco leyendo un libro, una señora de anteojos con montura delgada, ve a través de los cristales de aumento a su hijo. El pequeño Locke jugando en la casa del árbol, luciendo un short de pescador y franela, una botas hacían juego con el conjunto.
Mi padre trabajaba como payaso de cumpleaños en el pueblo. Era muy conocido por su afabilidad y trato con los infantes.
—¡Mami! —gritó Locke.
La beldad de su tierna mirada rompía mis emociones siendo un adulto. Crecemos y parecemos no volver a ver a nuestros padres igual. ¿Qué nos pasó? ¿Dejaron de ser nuestros héroes cuando aprendimos que ellos pueden hacernos daño?
Ella ocultaba tanto en su silencio. Descendí para ir con ella y recibir sus abrazos. Siento un temblor, madre no solía hablar tanto. Los demás ríen, siguen con sus vidas, mi padre ofrece un espectáculo de globos con forma de perros, yo sigo en sus pies, deseando… deseando su salvación. Estaba en un episodio de locura, era un actriz por el disimulo, lo sabía por su acariciar agresivo, halando mis cabellos, enterrando sus uñas en mi muñeca. El libro estaba a un lado, era de autoayuda, la enfermedad consumía su cordura año tras año.
Un trueno hizo cambiar el ambiente. De noche, en el mismo banco, mi madre está allí conmigo. Una madre llora, yo no sabía lo que hacía, me lleva a la casa del árbol, están subiendo.
Me liberé de las cuerdas, obviando el corazón a punto de estallar, subí las escaleras para ver el destello argento del cuchillo de cocina.
—¿Qué haces, mamá? —Nos hacemos esa pregunta un millón de veces, ellos hacen y nosotros vemos, imitamos, absorbemos.
—¿Quieres conocer a dios? —me pregunta, sus lágrimas descienden como estrellas.
—No —respondimos.
A pesar de ser ignorantes como niños, conocemos cuando alguien nos quiere lastimar. Mi madre quería matarme, está luchando para tomar la decisión, escucha voces, delira poniendo los ojos en blanco.
—¡Mamá! —grita el pequeño Locke desesperado.
La cabeza de ella se doblaba, sonaba su cuello hasta causarme escalofríos. Babea en exceso de salivación, convulsiona brotando sangre de la boca, sus dientes están rebanando su lengua.
—¡Maldito niño has algo! —grito—. ¡Nuestra madre está muriendo!
¡Termina el recuerdo! Por favor, no quiero ver más, ¡lo suplico!
—Mamá —susurro.
No, no quiero ver.
Me duele… Caí de espalda.
Aquella noche grité, por suerte un policía nocturno pudo socorrernos. Internaron a madre en el sanatorio mental. Me llevaron al hospital para suturar mi mano. Abriendo los ojos veo las cicatrices que la dentadura materna causó. Salvé a madre de ahogarse con su propia sangre, metiendo la mano entre sus dientes en un episodio epiléptico.
Tenía fracturas graves, temía perder la mano derecha, con el curar de la primera década pude sanar en rehabilitación después de clases.
Me levanté esforzándome. Dejé secarse las lágrimas en mi rostro y continué. No había rastro de Lucas. Sé a dónde ir. Apreté la cruz y revisé la linterna. Me aseguré de mantener los recursos intactos ante la precipitada caída. Los latidos bajaron de intensidad y volvían a ser normales.
Salí por la segunda verja que está abierta, sonó la campana de la iglesia. Más allá a continuación, las calles están rodeadas de vapor. No veo los otros locales. Miré por el lado izquierdo, está cubierto de vapor también. Seguí el camino de la derecha, adentrándome en una estrecha calle empedrada. Se encendían las farolas cuando se perdían de mi vista; un coro tenor recita el padre nuestro en latín.
Esto dio inicio a un cruel recuerdo.
Luego del episodio de mi madre. Por recomendación de los vecinos chismosos, pues creían que estaba poseída; padre decidió que sería conveniente llevarme a la iglesia para ser adoctrinado por el sacerdote Abel durante las horas libres.
Sigo en movimiento, veo como el pequeño Locke camina de manos con Abel. Los setos sobresalían en rosas por los resquicios del enrejado. Palomas despegan en vuelo al visualizarnos, era verano para aquel entonces, mi primer día, mi primera noche después.
«Pater noster, qui es in caelis:
Sanctificetur Nomen Tuum».
—Tu madre, Locke —dijo Abel—. ¿Trató de matarte?
Locke asintió.
—Es duro, una madre no debe lastimar a sus hijos —dijo Abel acariciando la columna del niño.
De espalda me parecía repulsivo, un enfermo podrido en vejez, entradas magistrales y ojos rapaces. Nariz ganchuda, sonrisa hipócrita, encías hinchadas en plena gingivitis.
—La iglesia será tu hogar, yo seré como un tercer padre para ti —dijo el imbécil.
—¿Un tercer padre? —preguntó el pequeño Locke.
«Adveniat Regnum Tuum;
Fiat voluntas Tua,sicut in caelo, et in terra».
—Honra a tu padre y madre para que disfrutes de una larga vida en la tierra que te da dios. ¿No les enseñan a leer la biblia en la escuela, Locke?
—No, señor Abel —contestó intimidado.
Agazapado, presentía lo que él haría, era un presagio infalible, su apariencia rebosaba en sadismo.
—Aquí aprenderás a amar a tu padre y madre, dios, amén, dilo, di amén. —Me obligaba, sus dedos me dejaban marcas en el brazo.
—Amén —musitamos los dos. El pequeño Locke y yo.
—Buen chico. —Felicitó el sodomita.
«Panem nostrum cotidianum da nobis hodie; et dimitte nobis debita nostra,
Sicut et nos dimittimus debitoribus nostris».
La iglesia se yergue ante nosotros. Pasamos una fuente, rogaban mis labios cosidos al ángel protector que apunta su espada al cielo, sus alas en despliegue eterno quería arropar a quien misericordia necesitara.
Una estructura católica es aterradora y la morada de dios en Hillwind no es la excepción; la puerta de madera arqueada bajo el umbral tallado de semejante piedra lisa y blanquecina; vitrales de caleidoscopio confieren policromía armoniosa, plasmando escenarios de versículos bíblicos al oeste y este. Arriba se construye un segundo piso, su geometría asignaba un triángulo, techando los alféizares de las ventanas de las escaleras de caracol. En el tercer piso en una torre compacta, está una cruz como pináculo y en medio, la abertura que brinda temple a la campana.
—Hoy aprenderás a amar a los unos y a los otros, querido Locke —su calcinante tacto en mi mejilla, condenó por siempre mi ano.
«Et ne nos inducas in tentationem; sed libera nos a Malo».
Estoy por subir las escaleras. La proyección terminó, Lucas está en la puerta a punto de abrirla. Da una última ojeada a mi aspecto.
—Lucas, te salvaré —dije.
—Es tarde…
Tam, tam, tam, el tañido de la campana.
—Es tarde, aprendí amar a los uno y a los otros —afirmó Lucas.
Tremebundo sonido de la campana. Me preparé para encontrarme con Abel. Él está esperando mi regreso, mi llegada. Vengaré la inocencia de Lucas.
Subo los escalones. Lucas empujó por el lado derecho y yo por el contrario.
Abrimos la bienvenida al averno.