Cuando sales de un país ya sea por tu bien o por obligación, dejas en tu tierra la mitad de tu corazón. No soy una excepción, deje mi corazón en Alemania, mi familia, a las personas que ayude y también, deje a las personas que han manchado mi reputación. Nunca me dieron la oportunidad de explicarme, para ellos siempre fui la culpable de todo.
Cuando se es de la realeza muchas cosas debemos callar. Debemos guardar la compostura aunque por dentro estemos por estallar. Aprendí a sonreír con ganas de llorar, a fingir una sonrisa cuando por dentro estaba por reventar de la rabia. A ser un ejemplo para los demás cuando nadie era un ejemplo para mí. Como princesa siempre fui marginada, a pesar de tener todo, y como plebeya he conseguido tanto, a pesar de no tener nada.
«Que ironías tiene la vida», pensé.
No me considero alguien especial y mucho menos creo ser mejor que los demás.
—Solo que no te sientes orgullosa de tu sangre real —conciencia mía, como deseo que por unos segundos te calles.
—¡Amaya! —grita Beca, desesperada cuando llega hasta mí—. Por favor dime que sabes dónde está Matt —pregunta.
El ogro no me dirige la palabra desde hace varios días, otra vez. Digamos que he estado viviendo con el idiota rey del hielo. Para él, la princesa de Alemania, o sea yo, no existe.
—No lo sé, ayer en la noche cuando llegue a casa él no estaba ahí —respondo dudosa, pasa sus manos por su cabello nerviosa y sus ojos se cristalizan—. ¿Qué le pasó a Matthew? No te calles ahora. ¿Qué le pasó al ogro?
—Es su mejor amigo —habla en un hilo de voz, le hago señas animándola a continuar, que no sea nada grave por favor—. Amaya, en estos momentos Matt nos necesita. Su mejor amigo murió ayer en la mañana y desde anoche no sabemos nada de él.
La miro sorprendida por la noticia y le doy un abrazo intentando darle fortaleza. Llega Thomas al estacionamiento del restaurant dónde nos encontrábamos y quedamos en buscar a Matt por todos lados. Quién lo consiga primero debe avisarle al otro para no seguir preocupados.
—Genia, de Londres no eres y sin Google Maps te pierdes. Entonces, ¿cómo vas a buscar a alguien si no eres de aquí? —pregunta mi conciencia.
Ok, sé que no debí ofrecerme para ayudar a buscarlo y aunque todos sabemos que el ogro no es muy amigable conmigo, presiento que no es mala persona, tal vez solo es un amargado y ya. Salimos del estacionamiento y nos dividimos en grupos de tres. Beca se fue por la calle donde se encuentra la compañía de custodios. Thomas se fue calle abajo por el restaurant, ¿y yo? Yo con mi Google Maps visité todos los lugares dónde un ogro pueda estar.
Cuevas y pantanos.
¿En Londres dónde hay esas cosas?
Aja, regresemos a la búsqueda del ogro.
Buscamos por más de cuatro horas y no lo conseguimos por ningún lado. Beca llamó a su padrastro Sean y yo llamé a Liam para qué nos ayudarán, pero a pesar de eso tampoco funciono, no lo encontramos. Honestamente estoy empezando a preocuparme, ya son más de 24 horas sin saber de él y temo que le haya pasado algo.
—Diez de la noche, señor ogro, ¿dónde está? —murmuro, a la nada mientras camino cerca de un bar latino.
¿Un bar?
¡Claro, la gente deprimida ahoga sus penas en alcohol!
El señor ogro debe estar ahí.
—Genia, no solo se va a un bar a ahogar las penas —me reprende mi conciencia. Que iba a saber yo que en los bares no se va a eso nada más.
Entró al establecimiento con pinta de mala muerte y me repugna el olor a porquería que desprende desde la entrada.
—La reina se sorprendería de verme aquí. Aunque por primera vez uno de los rumores sería verdad —río sin ganas, miro a toda la gente que estaba borracha gritando y hombres mirándome de manera lasciva.
¡Qué asco! ¿Por qué me metí aquí?
—Pero mira que tenemos aquí —un hombre bastante oloroso a sudor y grotesco me habla en español—, oye tú, ten sexo conmigo si no quieres tener problemas aquí.
¡Oh por Dios, este hombre va a violarme!
Aunque no hable mucho español, eso le logré entender.
—Señor, no entiendo lo que dice —le explicó en un intento de hablar español, este pasa su lengua por sus labios y me toma del brazo llevándome por un pasillo oscuro.
¡Voy a ser violada!
Mi primera vez en un bar latino y seré ultrajada por un asqueroso hombre. Intento soltarme y este toma mi mano apretándola fuertemente hasta hacerme daño.
Cretino, te salvas de que estoy cansada y no puedo matarte a golpes.
—Ween du weiterleben willst, nimm meine hände von mir. Nur um mich ohne earlaubnis zu berühren, wird die königin dich töten und niemand würde etwas vermuten* —le exijo molesta y un poco nerviosa. Comienza a reírse y sigue llevándome del brazo haciendo más presión en la mano.
»"Si quieres seguir viviendo, quítame las manos de encima. Solo por tocarme sin permiso, la reina te matará y nadie sospechará nada"«
—Mario, suéltala —esa ronca voz conocida me sobresalta. ¡Es mi príncipe! Ah, no. Es el ogro. ¿El ogro? ¡Lo he encontrado!—. Ella viene conmigo no puede ser tu juguete. Si la quieres probablemente me toque patearte las bolas y no queremos eso, ¿verdad? —el aludido me suelta de golpe y yo acarició mi mano.
El fulano Mario le dice algo al ogro para luego retirarse de mala gana. El señor ogro me mira a los ojos fríamente y baja su vista por un momento a mi mano, suspira y tensa su mandíbula.
¿A que no adivinan quién se enojó? El amargado ya está molesto conmigo.
—¿Por qué no me dejas en paz? Me resultas asfixiante, niña —gruñe entre dientes.
Este hombre es un idiota, por los nervios comienzo a jugar con las uñas de mis pulgares. No voy a negar que si me asuste un poquito, pero este imbécil, ¿no me va a preguntar si estoy bien?
¡Casi fui violada! Esto es increíble. Matthew Bennett, te proclamo rey de los idiotas.
Como deseo lanzarlo de la azotea para ver si se le acomoda esa amargura, pero no puedo, debo comportarme como una princesa educada y agradecer por la estupidez que hizo.
—Gracias por ayudarme —pone los ojos en blanco y se sienta en una silla que estaba cerca—, y disculpe por resultarle tan asfixiante, no es mi intención ser así.
Vuelve a suspirar y me pide que tome asiento frente a él. Le hago caso fingiendo obediencia y sigo jugando con mis dedos.
—¿No te cansas? —cuestiona molesto, lo miro confundida sin entender a qué se refiere—. Te trato como la mierda y tú solo te callas. ¿No te cansas de ser una mujer sin sentimientos? Debes ser de hierro.
Señor ogro, eso dolió. No soy de hierro solo no puedo expresarme debido a las leyes de mi país. Tengo 25 años reprimiendo mis sentimientos, solo es eso.
—Si me canso no creo que a usted le importe —me mira sin expresión alguna—. Si guardo silencio es mi decisión, no debe preocuparse —ignora lo que digo y le pide a un mesero una botella de whiskey.
—Me estas conociendo y esa mierda no me gusta. Tu opinión no me importa, a diferencia de ti, yo si expresó lo que siento —mira mis pulgares señalándolos—. Deja de hacer eso, te vas a lastimar.
¿Este hombre será normal? Primero me trata mal y después me anda ordenando. Loco inglés, no te entiendo
Llega el mesero con mala cara a entregarle la bebida, le dice que después de tomársela debe abandonar el bar para que no cause problemas otra vez.
¡Tenemos un chico malo!
—Sus amigos están preocupados por usted, debería llamarlos y decirles que se encuentra bien —le pido sinceramente.
Se hace el que no escuchó y toma de su botella de alcohol como si no hubiese mañana.
—Jamás lo entenderías, no has perdido a alguien importante en tú vida —asegura molesto. Me quedo en silencio tratando de calmar el nudo que se formó en mi garganta.
Tenía 14 años cuando perdí a la persona que más quería. No pude decir cómo me sentía porque para ellos yo fui la causante de todo. La diferencia entre el señor ogro y yo es que a él lo apoya mucha gente, y a mí nadie me apoyaba para ese entonces.
Después de un largo rato y una botella casi terminada me vuelve hablar.
—No entiendo como tú familia pudo enviarte a vivir con un extraño. Alemania no está a la vuelta de la esquina —ríe sin ganas—. Odio vivir contigo, odio ser tu niñero y haberte salvado de una violación segura hoy. ¿Acaso no tienes manos y pies para defenderte? O ¿Finges ser la doncella en apuros para atrapar a los hombres? —me habla titubeante y no por estar nervioso, sino por estar borracho.
—Yo no le pedí que me salvara y fácilmente pudo dejar que ese hombre me violara. Tampoco le pedí ser mi niñero, creo que he seguido las órdenes que me dio para poder vivir en su casa —pasa su mano por su cuello y se sirve el último vaso de su botella—. No soy ninguna doncella en apuros, se defenderme sola —espeto molesta.
—Es primera vez que te veo un poco molesta. Por un momento pensé que eras una momia de hierro sin sentimientos —sus orbes azules me miran fríamente mientras suspira—. A él lo trataba peor que a ti, con él si me podía ir a los golpes —sonríe nostálgico, primera sonrisa sincera que le veo, hasta parece más humano—. Estudiamos siempre juntos en el colegio. De grande él consiguió una beca deportiva, para mí era el mejor beisbolista, y yo me aliste en la real fuerza aérea. Estuvimos separados por muchos años, pero siempre mantuvimos el contacto.
Sus ojos se cristalizan y baja la mirada tensando toda su cara, cuando la vuelve a subir sus ojos regresan a ser fríos y sin rastro de lágrimas.
—Hace cuatro meses me envía un mensaje diciendo que tenía cáncer de garganta, era un tumor maligno y aunque el médico le dio esperanzas de vida, Andrés no lo aguantó. Cada día era una mierda entre dolores y quimioterapias, cada día se consumía su vida —mis ojos se llenan de lágrimas y presionó mis dedos para no llorar—. Ayer en la mañana me llamó para despedirse. El muy hijo de puta me pidió que fuera feliz y que no dejara sola a Lucía. ¿Si tanto la amaba por qué coños decidido morirse? ¡Debía vivir y no dejarse morir!
*****
Después de todo lo que me dijo en el bar latino el nudo de mi garganta no se fue. Regresamos a casa pasada las 12. Él estaba muy borracho y tuve que pedirle ayuda al señor del taxi para subirlo al ascensor.
—Amaya —me toma del brazo hasta llegar a mi mano y acariciarla, detengo mi camino hacia mi habitación y lo veo—. Mañana acompáñame al funeral de Andrés, no me dejes solo en esto —su voz suena temblorosa y suplicante.
Lo miro por unos segundos mientras sigue acariciando dónde el hombre del bar me había lastimado.
—Está bien, le acompañare al funeral de su amigo —suspira aliviado—. Por favor, llame a los chicos y dígale que usted está bien, ellos también son sus amigos.
—Gracias... gracias por aguantar mi mierda y no dejarme solo —balbucea para luego soltarme y marcharse a su habitación.
Mañana será un día muy duro para el señor ogro. Mañana le toca despedirse de su mejor amigo para siempre.