17 Veinticinco veces

438 Palabras
Veinticinco veces. Veinticinco veces vio Lea cómo se oscurecía aquel trocito de cielo azul. Veinticinco veces había usado el clavo para hacer una muesca en la pared. Veinticinco veces se había abierto la r*****a en la puerta para dejar pasar algo de agua e insuficiente comida en mal estado. Veinticinco veces había pasado el día llorando. Veinticinco veces había ocupado su tiempo intentando recordar estúpidas canciones para no perder la cabeza. Veinticinco veces se había preguntado cuándo podría salir de aquella mazmorra. El vigésimo sexto día la celda de Lea se abrió para que dos hombres la arrastraran fuera. El cansado cuerpo de la bruja sintió un breve alivio, este duró hasta llegar a la sala donde tendría lugar el interrogatorio. —Vamos muchacha, —apenas pudo abrir los ojos para vislumbrar a un campesino que rondaría los cuarenta, cuyas canas y arrugas comían terreno a su juventud.— debe confesar.—apartó la silla para que Lea la ocupara, ella se tambaleó hasta allí aún desorientada.—Será lo más fácil para todos.—aquel hombre tenía una forma de hablar que no cuadraba con su posición en la escala social parecía incluso culto. —No... no comprendo...—murmulló débilmente antes de beber el agua que le ofrecieron.—¿Qué quieren que confiese? —¡La identidad de los demás pecadores!—el otro hombre que parecía el engendro hijo de un cerdo y su mala madre, rugió haciendo que saltara del susto. Comprendió que no buscaban su confesión (la cual habría dado sin dudar para evitar más sufrimiento), lo que pretendían era hallar más nombres a los que perseguir y torturar. —¿Queréis saber eso?— apenas podía expulsar las palabras llenas de rabia.—Sé de alguien que es la mayor de las brujas, la más sucia y asquerosa de todas. —¿De quién hablas?— ambos se acercaron curiosos. —Debéis conocerla, vendió su alma, asesina a niños como sacrificio, quema los campos y hace que vuestras mujeres no puedan daros un varón...— la duda les carcomía por dentro, ya podían saborear la victoria. —¡Decidnos! ¡Decidnos quién es esa puta y la haremos pagar por sus pecados!—gritó sin poder contenerse. —Vuestra madre.— consiguió escupir esas dos palabras antes de echarse a reír. —¡Mala landre te pique zorra del averno!—el engendro se preparó para golpearla con todas sus fuerzas. —Creo que deberíamos enseñarle los juguetes por si cambia de opinión.—creyó tener suerte cuando el otro hombre le detuvo, pero lo que la aguardaba era mucho peor.
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