La tentación de quitar la máscara del rostro de la mujer que reposaba a su lado invadió a Alejandro por completo, pero él era un hombre de palabra, y si ella no quería mostrarle su rostro, él iba a respetar su decisión. Además, él le había dado la pulsera que era de su madre, y le dijo que después la buscaría.
No sabía porque lo había hecho, tal vez se había enamorado a primera vista de la joven, o tal vez era la razón de que le entregó su virginidad, porque si de algo estaba seguro el CEO Lombardi, era que esa mujer fue virgen la noche anterior. Y no solo era por las sábanas blancas que estaban manchadas de sangre, sino la estrechez de la mujer y la manera tan exquisitamente inexperta de sus manos.
Sonrió poniéndose de pie, odiando la idea de dejarla, pero, debía primero cumplir con su plan, con su promesa, y con su palabra, la promesa que había hecho en la tumba de su hermano, unos años atrás, de hacerle pagar a Sofía Miller, todo el daño que le hizo a su hermano, y provocar que este se suicidara.
Salió de su club y condujo hasta la mansión en dónde se había hospedado.
—Me tuve que venir solo, espere por ti horas, pero el señor Lombardi se quedó con esa desconocida toda la noche —dijo Albert, el mejor amigo de Alejandro y su mano derecha.
—No digas bobadas, ella ya no es una desconocida —dijo quitando su ropa con rapidez.
—Perdón por ofender a tu novia —llevó la mano a su pecho con burla —¿Como se llama la sexi mujer?
Alejandro se quedó inmóvil.
—No me lo dijo —respondió con un semblante pálido —pero, sé cómo conseguirla —sonrió al recordarla.
Jamás en su vida una mujer se había metido tanto en sus pensamientos.
—Sería bueno que está mujer te aleje de la absurda idea que tienes de vengarte de la muerte de Sebastián.
—No vamos a volver a hablar de eso, es mejor que te pongas a trabajar —lo sacó de su habitación a rastras y comenzó a vestirse.
Alejandro era un hombre hermoso, casi perfecto, tanto físicamente como intelectualmente. Era el dueño de muchos clubs y casinos. Él y su difunto hermano eran los herederos de sus padres, pero, cuando su hermano se suicidó, él quedó solo en el mundo, convertido en un perro con sed venganza y un hombre cruel y despiadado.
…
Cuando llegó a la casa de su nuevo socio, su corazón latía con fuerza. Por fin iba a lograr su promesa, e iba a cumplir su venganza.
Sentía el dolor en su pecho, y la rabia se apoderaba de él. No sabía cómo era físicamente la mujer que había dañado a su hermano, pero si sabía su nombre, su hermano lo había dejado en la carta dónde explicaba el motivo de su suicidio, y ese nombre estaba gravado en la mente de Alejandro como daga; Sofia Miller.
…
—Buenos días, mi nombre es Alejandro Lombardi —dijo él llegando al pie de la mesa.
Sofía subió la mirada lentamente. Esa voz no podía ser otra voz que la del hombre que la hizo mujer la noche anterior. Era él, era su príncipe azul, pero, ¿qué hacía ahí? ¿Acaso era el socio de su padre?
Mordió sus labios y por un instante los ojos del hombre se pasaron en los de ellas, pero había algo diferente en la mirada de este hombre, a la mirada del hombre que la hizo mujer, porque este hombre tenía una mirada fría y terrorífica.
—Señor Alejandro, es un placer que esté con nosotros —saludo James Miller estrechando la mano del hombre.
—El placer es mío —respondió con serenidad.
—Miré, ella es mi hija —Alejandro miró a la chica que estaba al lado de su madre y tomó su mano para besarla.
De pronto algo dentro de él se paralizó al ver la pulsera de su madre en la muñeca de ella.
Una opresión en su pecho lo embargó, preso del temor que le generaba darse cuenta que había la posibilidad de que la mujer con la que se acostó la noche anterior fuera la asesina de su hermano.
—Sara Miller —dijo la joven sonriendo.
Alejandro sonrió en su dirección al escuchar su nombre. Respiró profundo y luego giró su mirada a la otra gemela, era obvio, ella era la mujer causante de que su hermano perdiera la razón y se suicidara.
—Y ella es Sofia Miller —dijo su padre.
Alejandro miró a Sofía con un odio profundo. Ni siquiera se atrevió a tocar su mano, y eso rompió a Sofía en miles de pedazos, porque, estaba segura que el hombre enfrente de ella era el hombre que a ella le había entregado su virginidad.
«Maldito destino», pensó Sofía bajando su mirada.
—Y yo soy Ágata Miller. Un gusto tener al hombre más cotizado y millonario en mi casa —dijo Ágata y Alejandro sonrió tensamente.
Procedieron a comer. La tensión en la mesa era obvia, y no solo porque Sofía no podía articular ninguna palabra, también porque Alejandro y Sara no dejaban de hablar de una manera amena, y eso ponía nerviosa a Sofía, porque después de todo, si quieres casarse con el socio de su padre.
—¿Y tú Sofía? ¿Algún novio en el pasado? ¿Algún hombre que hayas amado y luego le hayas roto el corazón? —los ojos de Lombardi se posaron en los verdes de Sofía.
Él no entendía porque la mujer enfrente de él, a pesar de tener su rostro marcado, podía poner su mundo de cabezas, porque a pesar de ser un "monstruo" lograba acelerar su corazón tan fuerte.
—No, no hay pasado en mi vida —respondió ella sintiendo su boca temblar nerviosa.
—¿Segura? —insistió
—No —respondió ella subiendo su
mirada.
Alejandro sintió una rabia subir por su cuerpo, quería pararse y asesinar a la mujer con sus manos. Sin embargo, respiró profundo, si había esperando tanto, «¿Que le costaba esperar unos días más», pensó sonriendo tensamente.
—Ya es hora de irme, fue un placer conocer a tus hijas, James Miller —dijo Lombardi poniéndose de pie.
James estaba nervioso, el CEO no había dicho cuál sería la mujer que tomaría para casarse, aunque estaba seguro que era Sara, él había hablado todo el desayuno con Sara, su preciada hija, además, ¿Quien se casaría con Sofía, ese monstruo hecho mujer? Pero las palabras de Alejandro dejaron a todos desconcertados, incluso a Sofía que no supo cómo reaccionar a esas palabras.
—Prepara para mañana a Sofía Miller, con ella me casaré —dijo Alejandro mirando a Sofía como si fuera una presa que comería lentamente.