No entendía nada de lo que estaba pasando. Mi mente intentaba aferrarse a alguna explicación lógica, pero todo parecía un maldito rompecabezas sin piezas.
Cinco cuerpos yacían en el jardín de mi casa, entre ellos, un pelirrojo con una sonrisa vacía y unos ojos sin vida. Su expresión final me inquietaba, como si, incluso en la muerte, supiera algo que yo desconocía. Algo que Karen sí entendía.
Ella estaba arrodillada junto a él, murmurando palabras entrecortadas que apenas lograba escuchar. Había dolor en su voz, un dolor profundo, como si una parte de ella hubiera muerto con esas personas. Pero no intenté entender lo que decía, porque, ¿qué podía decirle? ¿Qué podía hacer para aliviar ese sufrimiento?
Lo único que pude hacer fue acercarme, abrazarla y dejar que se aferrara a mi camisa mientras su cuerpo temblaba.
El tiempo pareció detenerse. No sé cuánto estuvimos así. Minutos, quizás. Tal vez horas. Solo escuchaba su respiración entrecortada y el latido acelerado de su corazón contra mi pecho.
Y entonces, de repente, algo cambió.
Karen se separó de mí. Su expresión dejó de ser la de alguien rota por el dolor y se transformó en algo diferente… algo frío. Se limpió las lágrimas con determinación, como si estuviera borrando cualquier rastro de debilidad.
Su mirada se cruzó con la mía, y por un instante, sentí que estaba viendo a otra persona.
Había algo más que dolor en sus ojos. Odio. Arrepentimiento. Y algo que no podía identificar… algo oscuro, intenso.
Y en ese momento, lo supe.
Cada vez entendía menos lo que pasaba con ella.
—Acabaré con todos… —susurró, con una frialdad que me hizo estremecer.
Me giré hacia ella, sin comprender del todo el significado de sus palabras. Pero antes de que pudiera decir algo, Karen comenzó a caminar hacia la casa con paso firme y decidido.
—Con todos… —murmuró de nuevo. Cómo si estuviera pensando en voz alta.
Y entonces, con un simple chasquido de sus dedos, los cuerpos de los vampiros se convirtieron en cenizas.
Me quedé paralizado.
No era solo la muerte lo que me impactaba, sino la forma en que había ocurrido todo. El poder, la determinación en su voz, la forma en que su voluntad parecía materializarse en la realidad con un gesto tan simple… Como si ella estuviera por encima de las leyes del mundo.
No dije nada. Solo la seguí.
Karen entró en la casa y yo fui tras ella, con la mente aún enredada en un torbellino de preguntas sin respuesta.
Ella no dijo nada más, simplemente anunció:
—Voy a tomar un baño.
No me miró. No esperó una respuesta. Solo subió las escaleras y desapareció en su habitación.
Me quedé en la cocina, observando el lugar como si de alguna forma pudiera encontrar algo que me diera sentido a todo esto. Mi cuerpo se movió por inercia, sacando cosas para cocinar, como si hacer algo tan mundano pudiera traer algo de normalidad a esta noche.
Pero nada se sentía normal.
Nada en esta situación tenía sentido.
Mi mente intentaba reconstruir lo que había pasado, pero cuanto más pensaba en ello, más perdido me sentía.
Karen… la misma Karen que hasta hace unas horas era simplemente… ¿qué?, ¿Mi amiga?, ¿Mi compañera?, ¿Algo más? ¿Quién era realmente la persona que acababa de ver?
Zack entró en la cocina de repente, y su tono desesperado me sacó de mis pensamientos.
—Lucas…
Levanté la vista, sintiéndome más agotado de lo que debería.
—¿Qué? —pregunté, sin ganas de nada, como si cada palabra pesara demasiado en mi boca.
—Se encontraron varios vampiros muertos en distintos puntos de la manada y el bosque… —habló rápido, sus palabras chocando contra mi mente, que ya estaba al borde de la saturación—. Luego, sus cuerpos se convirtieron en cenizas. No entiendo nada, Lucas. ¿Qué pasó? Algunos guardias dicen que escucharon gritos de la luna y de otros hombres, pero había algo… algo que los detuvo. Un campo de energía que les impidió acercarse al jardín.
Mis pensamientos se detuvieron de golpe.
—¿Un campo de energía? —repetí, sintiendo cómo la confusión se intensificaba.
Antes de que pudiera procesarlo, un grito desgarrador resonó en el segundo piso.
—¡Aaaaaaaah!
Mi corazón se detuvo por un segundo antes de latir con fuerza.
—¡Karen!
Sin pensar, salí corriendo escaleras arriba, dejando a Zack en la cocina.
Cuando llegué a la puerta de su habitación, intenté abrirla, pero estaba cerrada con llave.
—¡Karen! ¡Ábreme!
No hubo respuesta, solo más gritos.
Golpeé la puerta con fuerza, pero no cedió. Retrocedí y comencé a patearla, cada golpe acompañado por su doloroso llanto. La desesperación crecía en mi pecho.
—¡Maldición!
En una última patada, la puerta cedió y cayó con estruendo.
Y ahí estaba ella.
Arrodillada en el suelo, sujetando su pecho, con la respiración errática y el rostro bañado en sudor.
Corrí hacia ella sin pensarlo, rodeándola con mis brazos.
Su cuerpo ardía en fiebre. Su cabello azul resplandecía en la oscuridad, como si emitiera su propia luz.
—¡Mier…da! —jadeó con dificultad—. ¡Aaaaaah!
Se aferró a mi brazo con una fuerza sobrehumana, sus uñas creciendo hasta convertirse en garras que se hundieron en mi piel.
Gruñí por el dolor, pero no me importó.
Eren llegó corriendo, su expresión llena de preocupación.
—¡¿Qué está pasando?! —exclamó, mirando a Karen—. ¿Mamá?
Ella no respondió. Solo gritaba y se retorcía, atrapada en algo que ni nosotros entendíamos.
—¡Llama a la hechicera de la manada! —le grité a Zack, que había llegado hasta la puerta.
Él no dudó y salió corriendo.
Pero Karen seguía retorciéndose en mis brazos, sus uñas perforando mi piel.
Un gruñido ronco escapó de mis labios. Se suponía que la marca nos conectaba. Se suponía que compartíamos el dolor. Pero yo no estaba sintiendo lo que ella sentía.
De pronto, sus gritos cesaron.
El silencio en la habitación fue ensordecedor.
Karen dejó de retorcerse. En su lugar, un gruñido bajo y ronco escapó de su garganta.
Miré su rostro con más atención.
Sus colmillos eran largos. Sus ojos, una mezcla intensa de verde y rojo.
Pero lo peor fue su cabello.
Creció en segundos hasta alcanzar el suelo, esparciéndose en mechones largos y desordenados tono azul.
Su piel se volvió pálida como la nieve. Sus labios, antes rosados, ahora parecían pintados de rojo sangre. Sus uñas, afiladas como cuchillas, se apartaron lentamente de mi brazo.
Karen parecía perdida en sus pensamientos.
No me atreví a hablar.
Ninguno de nosotros lo hizo.
Solo la observamos, esperando que, de alguna forma, lograra estabilizarse.
Pero en mi interior, una única idea se repetía sin cesar.
Esta no es la misma Karen que conocía.
Está no era mi Karen.