Oh, esto debe ser una broma.
—Mamá, no pueden quedarse aquí más tiempo… y menos molestando a Karen —solté con exasperación, sintiendo cómo la paciencia se me escapaba entre los dedos.
Mi madre me miró con esa expresión de tranquila superioridad que siempre me hacía hervir la sangre. Actuaba como si todo lo que decía fuera una ley inquebrantable, como si su voluntad estuviera por encima de la mía.
—Hijo, nos quedaremos aquí. Además, el deber de ella como tu Luna es casarse contigo y darte todos los cachorros que quieras. Y yo quiero muchos nietos —dijo con voz firme, como si estuviera dictando un destino innegociable.
Por la Diosa…
Un escalofrío de ira recorrió mi cuerpo. ¿Cómo podía decirlo con tanta naturalidad? Como si Karen no fuera más que una pieza en su juego de expectativas, como si no tuviera voz ni voto en su propio futuro.
—Mamá, ella no está en mi vida para eso —repliqué, sintiendo la rabia burbujear en mi interior—. Papá, ¿dejarás que siga con esto?
Desvié mi mirada hacia él con la absurda esperanza de encontrar algo de apoyo, pero solo vi su expresión neutral, su cuerpo relajado, su típico encogimiento de hombros de "no me meto en esto".
Por supuesto.
Siempre había sido así. Mi padre nunca interfería cuando se trataba de mi madre. Dejaba que hiciera y deshiciera a su antojo, sin contradecirla, sin detenerla. Y yo… yo estaba harto.
—j***r… —gruñí por lo bajo, llevándome las manos al rostro, tratando de calmar el ardor de mi propia indignación.
—Lucas, lenguaje —me reprendió mi madre con una mirada de desaprobación.
¿En serio?
Después de soltar semejante barbaridad sobre mi relación con Karen, ¿lo único que le molestaba era que hubiera dicho "j***r"?
Contuve el impulso de reírme con ironía.
Respiré hondo, tratando de ordenar mis pensamientos antes de hablar.
—Mamá, por la Diosa, no voy a obligar a Karen a casarse conmigo. Y lo de los cachorros será en un futuro, cuando ella esté preparada —dije con calma forzada, pero sin ceder en mi postura.
Sus labios se separaron para responder, pero levanté una mano antes de que pudiera decir algo más.
—Pero nada, mamá. Tú ya viviste tu vida, ahora déjame vivir la mía.
Mi voz salió firme, sin titubeos. Esta vez no iba a doblegarme ante su terquedad.
—Es mi decisión, mi familia, mi pareja y mi futuro. —agregué, marcando cada palabra con dureza.
Vi la mueca de desagrado en su rostro, la forma en que sus labios se torcieron con desaprobación. Pero no me importó.
—No morirás aún, no hay por qué adelantarse… —murmuré con cansancio, dándome media vuelta y saliendo al jardín sin darle oportunidad de responder.
—Qué j***r el de tu madre.
La voz de mi lobo resonó en mi mente con un gruñido profundo.
—Lo sé… Apenas y hemos podido asimilar a pesar del tiempo todo lo que ha pasado y ella ya está fregando con que nos casemos y tengamos cachorros… — conteste por nuestra conexión en respuesta, pasándome una mano por el cabello con frustración.
Cada vez que creía que podía tener un respiro, que podía enfocarme en lo importante, ella llegaba con sus expectativas, con sus demandas, tratando de imponerme un camino que no era el mío.
¿Acaso no entendía que mi relación con Karen no se trataba de satisfacer su deseo de nietos? ¿Que no era un simple trámite político, sino algo real, algo que debía construirse a su propio ritmo?
—Échala de aquí y ya después con regalos se reconcilian, pero no la quiero cerca de mi Luna.
El gruñido de mi lobo fue más fuerte esta vez, su instinto de protección ardiendo en cada palabra.
—Si esa mujer habla con mi Luna, la hará sentir mal. Y si acepta tener cachorros solo por presión…
Mis puños se apretaron.
—No dejaré que ella influya en sus decisiones —afirmé con voz grave, cortando el enlace mental.
Cuando llegué al jardín, la escena que encontré hizo que mi ceño se frunciera.
Karen estaba sentada bajo la mesa con los chicos, tomando jugo y comiendo galletas. Sus labios formaban una sonrisa ligera, pero en sus ojos… en sus ojos había tensión.
—¿Cómo podrá matar el padre de Marissa a Arturo? —preguntó uno de los niños con la naturalidad con la que hablarían de un juego.
Mi mandíbula se tensó.
No me gustaba ver a Karen así, rodeada de conversaciones ajenas, fingiendo tranquilidad cuando claramente algo le pesaba.
Ella era mi Luna. Y aunque mi madre no lo entendiera, mi deber no era imponerle un destino, sino proteger su libertad.
Escuché a lo lejos la risotada del hijo de Zack y Laura, ese niño era un verdadero sonajero andante. Por cualquier lado que anduviera, había un ruido inmenso, no me quería ni imaginar cómo sería el nuevo bebé que venía en camino.