Dio otro paso más hacia mí, hasta que el borde de su cuerpo rozaba el mío. El calor que emanaba de su piel, apenas cubierto por la camisa que acababa de abotonar, me envolvía. Su mano se levantó lentamente, y por un segundo pensé que iba a tocarme. Me tensé, mi pulso acelerado. Pero su mano se detuvo a centímetros de mi mejilla, y él ladeó la cabeza, como si estuviera contemplando algo profundamente. —Seguramente eres tan poca agraciada como para que yo solo te haya follado una vez, Mia. La frase me golpeó como una bofetada invisible, y me quedé quieta, mi mente aturdida mientras intentaba procesar lo que acababa de decir. ¿Cómo podía ser tan cruel? La frustración y la incomodidad se mezclaban con una rabia creciente. No sabía qué responder. Nunca había estado en una situación así.

