Capítulo 3

2157 Palabras
Seis meses después… CASSIAN ROGERS —alias un papá soltero militar que todavía no ha entendido que el pasado no se queda en el pasado, especialmente cuando huele a flores y acecha desde la bañera. LA CASA ESTÁ DEMASIADO SILENCIOSA. Probablemente porque Kenji dejó de hablar en cuanto vio los calcetines y el sujetador colgando del candelabro del vestíbulo. Un sujetador rojo. Con encaje. Y tirantes que cuelgan como un par de banderas de guerra. Bien hecho, papá. Introducirlo al epicentro del caos adulto antes de que aprenda a dividir fracciones. Me doy una palmada mental en la espalda. Padre del año. Si Chris Holmes no fuera lo más cercano a un hermano que he tenido, y si estar aquí no me revolviera la misma culpa corrosiva que cargo desde hace seis meses, ya estaría planeando poner picante en los calzoncillos de diseñador que modela en sus anuncios. Pero en vez de eso, inspiro hondo, echo un vistazo rápido a la sala y reprimo un suspiro mientras me quito las sandalias y hago que Kenji deje sus zapatillas en la alfombra de entrada. El lugar es un desastre absoluto: libros apilados sin orden, revistas abiertas como alas rotas, robots de juguete desperdigados como cadáveres en el suelo. Vasos vacíos, tazas con manchas secas de café y cerveza, platos sucios en todas las superficies planas. El caos se extiende sobre el piso de arce que, en otras circunstancias, habría lucido imponente bajo la luz que entra por las enormes ventanas. Las ventanas que se abren hacia una vista privilegiada: abetos y robles deslizándose ladera abajo, abrazando la montaña que protege a Shipwreck, Virginia. Un pueblo pequeño, pero lleno de secretos. Hay olor a humo de leña, aunque la chimenea de piedra está apagada, las cenizas acumuladas esperando que alguien las retire. La cocina, visible desde aquí, parece un campo de batalla: ollas, sartenes, cuencos y tazas formando trincheras de grasa y harina seca. “Usa mi casa de fin de semana”, dijo Chris. Traducción: “Ve y limpia mi maldita casa de fin de semana”. Un genio, mi amigo. Un jodido genio. Mientras repaso la escena con una mezcla de resignación y fastidio, mis ojos tropiezan con algo que me corta el aire: una foto familiar sobre la repisa. Chris. Su madre. Y ella. Eileen. Intento no reaccionar, pero el recuerdo es un veneno lento. La culpa sigue ahí. La culpa… y la mentira. La hice enojar. Eso fue lo único que le dije a Chris después del accidente. —Por supuesto que sí —había gruñido Elon, cuando lo encontré en el hospital al día siguiente. Había llegado antes que yo, por el mensaje de Chris, y por un segundo sentí alivio de tener un intermediario. Menos culpa directa. Menos exposición. Después de todo lo que viví antes de que mi madre nos arrastrara a Copper Valley, eso dice mucho. Elon, con esa frialdad quirúrgica que lo caracteriza, había rematado: Enfadar a Eileen es lo que haces, Cassian. Chris, en cambio, me soltó un: —Joder, hombre, tienes tus propios problemas. No te cargues esto tú también. Y así, de repente, fui absuelto. Por ellos, al menos. No por ella. Y mucho menos por mí. He logrado volver poco a poco a los chats del grupo, a las bromas, a fingir normalidad. Pero estar aquí, en esta casa… la segunda —¿o tercera? ¿cuarta?— propiedad de Chris, rodeado de recuerdos que llevan su perfume, me pone más tenso que cualquier misión en zona hostil. Venir fue una mala idea. Una jodida mala idea. Pero no estoy aquí por mí. No del todo. Apreto el hombro de Kenji, que sigue en modo estatua, los ojos enormes, fijos en un recorte de cartón tamaño real de Chris, posando en ropa interior en una esquina. Perfecto. Justo lo que necesitaba. —Vamos, peque. Busquemos los dormitorios —digo, girando la figura para sacarla de su línea de visión. Él asiente, aunque no parece convencido. Lo guío por la cocina, que sigue pareciendo la escena del crimen de un chef con estrés postraumático, y llegamos al pasillo. Dos dormitorios en este nivel. Coloco su maleta en la habitación de invitados, y estoy a punto de lanzar mi bolsa en el principal cuando algo me detiene en seco. Las sábanas arrugadas. Un vaso de agua medio lleno en la mesa de noche. Una maleta abierta junto a la chimenea, rebosando ropa femenina. ¿Y eso son… loros bordados? Joder. El golpe final es el aroma. Flores. Dulces, intensas, familiares. Un perfume que conozco demasiado bien. Mis dedos se tensan alrededor de la correa de la bolsa. Un pensamiento atraviesa mi mente como un proyectil: No puede ser. Pero lo es. Lo sé. Pero es la suave luz parpadeante en la puerta del baño lo que hace que se me ericen los pelos en la nuca. Extiendo la mano para detener a Kenji de acercarse. —Quédate aquí —murmuro, el pulso acelerado, un nudo en el estómago que no puedo deshacer. Desde Navidad, he estado solo. Solo. Excepto por los fines de semana que paso en Copper Valley para ver a mi hijo. ¿Revisar a un intruso? Veintiocho días al mes, puedo con eso. Pero el primer día que tengo a Kenji para el verano… ¿cuando no solo mi cuello está en juego? Esto no es como debería ser nuestra semana de vacaciones. Saco el teléfono del bolsillo, mi mente nublada por el pensamiento de lo que pueda encontrar al otro lado de esa puerta. Me acerco sigilosamente, con una mano levantada atrás para mantener a Kenji quieto, callado. Tiene siete años. Esto no va a terminar bien. Pero justo cuando me decido a largarme de aquí y llamar al sheriff, lo veo. Una mujer. Sola. En la bañera de esquina. Su cabello oscuro recogido en una pequeña coleta, una diadema frágil de burbujas sobre su cabeza. La música country fluye suave de sus auriculares. Velas bordean el borde de la bañera, la luz de las llamas parpadea. La espuma cubre su cuerpo hasta el cuello, oscureciendo su rostro. Mi corazón da un vuelco, una punzada de culpa me atraviesa, pero la recalco. Chris deja que cualquiera use esta casa. No es Eileen. Su cabello es demasiado corto y oscuro. Eileen siempre tiene mechones rubios. Piso el suelo fresco de baldosas, a punto de aclarar la garganta para llamar su atención cuando Kenji exclama: —¡Un baño de burbujas! La mujer grita, enderezándose y girando hacia nosotros. Sus grandes ojos azules se clavan en los míos por un instante, luego desaparecen, y un segundo después, un chapoteo ensordecedor, justo cuando reconozco esa voz. Eileen. Una ráfaga de espuma estalla por el aire cuando se hunde bajo el agua. Sus brazos suben, luego los otros, agitándose desesperadamente. Intento correr por el resbaladizo suelo, alcanzándola. Mi mano roza su piel húmeda y suave, y de repente recibo un golpe en el pecho cuando emerge del agua. —¡Retrocede, idiota! ¡Te voy a cortar! Esa voz… Sale de un rostro cubierto de burbujas, desde la cabeza hasta las pestañas pegadas de espuma, pero la conozco. Y hace que mi corazón lata fuerte, cada latido un martillazo en mi pecho. —Eileen. ¿Eres tú—? Sus ojos, burbujeantes, se abren y parpadean. —¿Cassian? Su grito rebota por las superficies duras del baño, se hace eco en la ventana de vidrio sobre la bañera, el espejo y el suelo de cerámica. Ella jadea, luego lanza sus brazos sobre su pecho cubierto de espuma, antes de agacharse nuevamente, sumergiéndose bajo el agua con un grito. Pero luego sale otra vez, su cuerpo sacudiéndose en el agua, y joder, ¿qué es lo que tiene esa bañera que la hace tan resbalosa? Me inclino, tratando de alcanzar su brazo, pero cuando la veo salir a la superficie, sus ojos se entrecierran, furiosos. —Suéltame —resopla entre las burbujas que caen por su rostro. —¿Para que te ahogues? —respondo, a duras penas conteniendo la rabia. No importa cuánto me moleste, no la voy a dejar ahogarse. Ni siquiera aunque… No. No pienso en Eileen de otra manera que no sea en esas formas molestas y vivas que me irritan. Aun así, estamos tan cerca, tan cerca que puedo contar las motitas de medianoche en sus iris azules. Y joder, sé que está desnuda bajo esas burbujas. Joder. Joder. Piensa en Kenji. Piensa en Chris. Piensa en algo… Sus párpados se abren y cierran, el calor de su mirada cargado de furia, no de interés. —No voy a… —su voz se entrecorta. Sus palabras se cortan cuando resbala y agita los brazos otra vez. No se hunde, porque agarra un puñado de mi camisa. Y tira. Fuerte. El suelo se resbala bajo mí, y de repente caigo de cara entre las burbujas. El calor húmedo me golpea el rostro, empapando mi camiseta. Me atraganto con un sorbo de agua jabonosa y salgo tosiendo. Probablemente me lo merezco. Y más. —¿Pa—para qué fue eso? —escupo entre tos y me alejo de la bañera. Aunque sé que me lo merecía, no estoy listo para admitirlo frente a ella. Sigo molesto con ella por ignorarme tan efectivamente estos últimos seis meses. Eileen se acurruca en una esquina, agarrando el grifo con fuerza. —Fuera. —Papá, tienes burbujas en la cabeza —ríe Kenji, y luego agrega—: ¿Puedo tener burbujas? ¿Puedo tomar tu foto? La mirada de Eileen es tan intensa que me sorprende que las burbujas no se derritan al instante. —Sá—sale —repite, el tono frío como el hielo. Me seco el rostro e ignoro el ardor en los ojos. —Con gusto. De nada por intentar ayudar. Ella me responde con un gesto que bien podría ser una firma de su desgana. No es la primera vez. No será la última. ¿Eileen Holmes y yo? Nos mezclamos tan mal como el agua y la lava. Y no quiero hablar de lo bien que se siente finalmente confirmar por mí mismo que sigue entera. Que sigue respirando. Y que todavía me odia. Más aún, si es que eso es posible. Odio que me odie, pero también necesito que me odie. Joder, somos complicados. —¿Puedo tomar un baño de burbujas? —pregunta Kenji, mientras lo saco del dormitorio, agarrando mi bolsa de viaje y luego su maleta del cuarto de invitados. El agua gotea de mi camiseta sobre la alfombra mientras nos dirigimos hacia las escaleras. Maldito Chris. Lo sabía. Sabía que ella estaría aquí. En serio, sácate el palo del culo, jode tu orgullo y usa mi casa en Shipwreck. A Kenji le encantará el festival pirata, y no vas a encontrar una cama más cómoda. Ni una mejor oportunidad para enseñarle a jugar Pac-Man. Ni unas vacaciones más baratas. ¿Cuánto estás pagando de pensión alimenticia? Joder. —Eso fue gracioso, papá. Estabas tomando un baño de burbujas con una chica. Mamá dice que ya soy demasiado grande para tomar baños con alguien, pero tú eres mucho más grande que yo, y lo estabas haciendo. ¿Podemos tomar un baño de burbujas juntos? No le diré nada a mamá. Promesa. Mi corazón tropieza de nuevo, pero esta vez, por una razón completamente diferente. ¿Cuánto promete él a su madre que no me dirá? Ya ha crecido una pulgada y media desde que lo vi por dos días el mes pasado. ¿Qué más me estoy perdiendo? Olvídate de Eileen. Chris no miente sobre lo bien que se está recuperando. Estará bien, y puede odiarme todo lo que quiera. Kenji es lo único en lo que necesito concentrarme durante la próxima semana mientras estoy de permiso. Y luego, cada minuto libre del resto del verano hasta que tenga que devolverlo con su madre. —Sí, campeón. Vamos a ver si hay una bañera grande arriba —digo, forzando una sonrisa. Espero que Eileen se haya ido para la mañana. Pero incluso si no lo hace, podemos evitarla. La casa es grande, y tenemos un montón que hacer en Shipwreck. Puede que haya invadido esta casa, pero no va a interferir con mis vacaciones con mi hijo. A menos que me necesite. No que ella lo admitiera nunca. Y no que yo quiera admitirlo tampoco. Me paso una mano por la cara mientras entramos al primer dormitorio del segundo piso. La cama queen está cubierta con un edredón con Chris haciendo caras tontas en su ropa interior, y las fundas de almohada tienen imágenes a juego de él guiñando un ojo. Loco de remate. —Papá, ¿por qué la foto de tu amigo está por todos lados? ¿Y por qué está desnudo? —pregunta Kenji, desconcertado. Esto va a ser una semana larga.
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR