El dolor y la desesperación son pésimos consejeros. Nathalya, al borde del suicidio, logró aferrarse a un último resquicio de cordura: una ráfaga de imágenes de su pequeño Emmanuel cruzó por su mente, su risa, sus ojitos vivaces, la forma en que la llamaba “mamá” con esa voz dulce y única. Aquello bastó para detener su mano en el último segundo. El amor de una madre puede más que cualquier oscuridad.
Temblando, se obligó a respirar hondo. Se bañó como debía, se vistió y arregló con cuidado, escondió su ropa mojada en el cuarto de lavar para evitar preguntas incómodas. Después, secándose las lágrimas que insistían en volver, salió en busca del único refugio que la hacía sentir viva.
Encontró a Emmanuel y al pequeño Alex jugando en el jardín. Su corazón se apretó al verlos tan inocentes, tan felices.
— ¡Mamá! ¿Quieres jugar con nosotros a los carritos? — preguntó Emmanuel con esa ternura desarmante.
— ¡Claro, mi amor! — respondió ella, forzando una sonrisa que poco a poco fue sintiéndose real —. Pero tienes que enseñarme, porque yo casi no sé jugar a eso.
— Es muy fácil — dijo él con entusiasmo —. Tú agarras tu carrito favorito y lo paseas por todos lados. Nosotros te damos ideas de qué hacer.
Señaló un carrito rojo y añadió con la seriedad que solo los niños entienden:
— ¡Mira! Éste ya se ponchó y está esperando la grúa que trae mi amigo Alex para llevarlo al taller…
El corazón de Nathalya se iluminó un poco más. Ese pequeño instante era su ancla, su razón… su salvación.
Alex, el orgulloso papá, admiraba desde lejos la inocencia con la que Nathalya jugaba con los pequeños. La escena lo enterneció tanto que, por un momento, se la imaginó de niña, sentada en el piso entre muñecas y trastes de juguete, rodeada de sus hermanitos. Sonrió sin darse cuenta, perdido en ese pensamiento, hasta que Natasha lo interrumpió.
— Es como una niña, ¿verdad?
— Sí… me encanta — respondió él sin apartar la mirada de su esposa.
— Y seguro ahora deseas tener una hermosa niña para que juegue con ella a las muñecas — dijo Natasha con un tono cómplice.
— ¿Cómo lo sabes? — preguntó él sonriendo mientras dirigía la mirada hacia ella.
— Te conozco muy bien.
Alex volvió a mirar a Nathalya. Suspiró quedamente, embelesado por la escena, antes de agregar:
— Sería increíble, ¿no lo crees?
— Definitivamente sí — concordó Natasha, disfrutando también del momento. Alex se acomodó para hablar un poco más seriamente con ella.
— Pero bueno… para eso tú y Max deberían encargar también una niña. Mi hija querrá una amiguita para jugar.
— La verdad, Max y yo no hemos hablado del tema.
— Dudo que mi hermano se resista — comentó Alex con una sonrisa pícara. — Basta verlo… se ha transformado por ti.
— ¿No entiendo?
— ¿De verdad no te das cuenta? A mí se me hace que te haces de la vista gorda — dijo Alex en tono burlón, antes de explicar —. Él era un tipo rudo, de los que andan en moto y se dejan la barba. Jamás daba explicaciones a ninguna mujer y menos iba por ahí comprando flores… ahora hasta me da risa.
— ¿Entonces tuve suerte? — preguntó Natasha divertida.
— ¡La suerte la tuvo él!
Natasha rió y, sin pensarlo mucho, tomó la mano de Alex.
— Creo que somos mejores como amigos que como pareja.
Él asintió, sujetando su mano unos segundos.
— Yo también lo creo.
— No puedo culpar a Nathalya por enamorarse de ti… ¡eres un tipazo!
— Lo sé — bromeó Alex, provocando que ambos soltaran una carcajada. Pero el momento se rompió cuando Max llegó, incapaz de disimular sus celos.
— Muchas risitas, ¿no? — insinuó con sarcasmo.
— Hermano, ¿cómo te fue? — preguntó Alex, intentando cambiar el ambiente.
— Bien. Don Emmanuel tiene mucha visión. Esta casa quedará más hermosa de lo que ya es.
— Me alegra.
— Pero… ¿me van a decir de qué se reían? — preguntó Max, intentando sonar casual sin lograrlo.
— No te pongas celoso, hermano — respondió Alex.
— Es que… me pareció que estaban muy…
— ¡No digas idioteces, Maximiliano! — lo interrumpió Natasha, molesta por su actitud.
— ¿Por qué no debería estar molesto? ¿Acaso no hiciste lo mismo conmigo? — soltó Max en un tono cargado de reproche.
— ¡Es diferente!
— Max — intervino Alex —, no tienes por qué ponerte así. Ella y yo solo estábamos platicando como amigos.
— ¡Pues de una vez les digo que no me gusta su amistad!
Las palabras de Max cayeron como un balde de agua fría. Natasha se apartó de él al instante, herida, y se marchó hacia su habitación sin decir nada. Nathalya, que había escuchado parte de la discusión, notó el gesto de su amiga y fue tras ella, como siempre, dispuesta a brindarle apoyo.
Natasha se dejó caer en la cama, con los ojos vidriosos.
— Entiendo que me equivoqué — murmuró temblorosa —, pero fue por él. Jamás hubiera hecho lo que hice si no fuera por él… porque me enamoré de él, de verdad.
Nathalya se sentó junto a ella y le tomó la mano.
— Lo sé, amiga… — respondió con voz suave —, pero quizá él necesite ayuda.
Nathalya intentaba consolarla, ayudándola a pensar en la manera de que su relación funcionara. La mejor idea fue sugerirle que asistieran a terapia de pareja; Natasha aceptó, aunque dudaba que Max quisiera ir, aun así lo intentaría. Ella, sin embargo, notaba algo extraño en Nathalya: no lograba mirarla directamente a los ojos y se mostraba a la defensiva cada vez que alguien la tocaba, incluso si solo era para tomarla de la mano. Natasha atribuyó aquel comportamiento a los nervios que su amiga sentía por no saber nada del paradero de Ángel. Intentó preguntarle por qué la desaparición de ese hombre le preocupaba tanto, pero Nathalya se negaba rotundamente a responder. Evitaba el tema con desesperación, aferrándose a cualquier distracción con tal de no hablar de él.
Esa noche, Nathalya no pudo estar con su esposo en la intimidad. Alex seguía sin entender el rechazo constante de su esposa, y la situación comenzaba a empeorar. Ella estaba distante, esquiva, y continuaba evitando mirarlo a los ojos. Él empezaba a sospechar que quizá su amada había dejado de quererlo después de todo lo ocurrido, y pensaba que tal vez ella simplemente no encontraba la manera de decírselo sin herirlo.
Después de varios días con la misma tensión, ambas parejas se enfrentaban a problemas que no sabían cómo resolver: Max convencido de que Natasha podría engañarlo con Alex; Natasha angustiada por no poder recuperar la confianza del hombre que amaba; Alex creyendo que Nathalya ya no lo amaba; y Nathalya rechazándolo aun cuando lo amaba profundamente, todavía aturdida y quebrada por lo que Ángel le había hecho.
Mientras tanto, Ángel tenía sus propios planes para seguir perjudicando a Nathalya. Evidentemente no huyó del país, como le había hecho creer; por el contrario, se mantenía oculto en un lugar impensable para todos… y mucho más cerca de lo que cualquiera podría imaginar.