Capitulo 5

1541 Palabras
—Es tarde, tengo que irme. Espero que mañana te sientas mejor —dijo con sinceridad y colgó antes de que él pudiera decir nada más—. Genial —dijo en voz alta—. Por fin encuentro a alguien que me hace olvidar todo el dolor de no poder tener el amor que deseo, y él es igual de inalcanzable, aunque de una manera totalmente distinta. Maggie sabía que estaba siendo tonta. Apenas conocía al hombre desde hacía unas horas, pero deseaba conocerlo mejor, a pesar de ser torpe y sencilla, demasiado alta y robusta. Vivía en un mundo completamente distinto donde salir implicaba usar unos buenos vaqueros y botas, no vestidos y tacones altos. Suspiró, sintiéndose triste, y entró en su habitación, cogiendo el viejo y desvencijado conejito de peluche de la cama. —Parece que otra vez solo quedamos tú y yo —dijo, estirándose en la cama y abrazando el suave y viejo juguete. Se le llenaron los ojos de lágrimas y se dijo a sí misma que solo había sido por el día tan ajetreado que había vivido, no por el hecho de sentirse más sola que nunca a medida que se acercaba rápidamente el día más importante de su calendario laboral. El día de San Valentín había sido fabuloso para ella en el plano profesional, pero desastroso en el personal. ***** Capítulo 3. Maggie despertó de un sueño que la había dejado acalorada y molesta. Había parecido tan real que despertarse sola en la cama fue decepcionante, y pensó en cerrar los ojos para intentar revivir el sueño. —No seas tonta —dijo en voz alta, incorporándose y bajando las piernas de la cama. Tenía trabajo que hacer, y nadie iba a hacerlo por ella. Apartó de su mente el recuerdo de Kaeden McConnell y el sueño, y comenzó su rutina diaria. La avioneta había sido arrastrada lejos del invernadero por la tripulación que había estado allí el día anterior y permanecía allí con el morro pegado al suelo y un ala doblada y deformada como un pájaro herido abatido por la tormenta. La imagen de Kaeden luchando con los controles al aterrizar le vino a la mente, y se preguntó si su presencia cerca de la antigua pista de aterrizaje había contribuido a su accidente. A través de los paneles exteriores empañados, divisó una sombra que se movía en el invernadero y echó a correr por el barro chapoteante, sacando el móvil del bolsillo para intentar pillar al intruso. Entró de golpe, abriendo la puerta con fuerza, y frunció el ceño. Sonaba música, una de las bandas sonoras que le gustaba escuchar cuando trabajaba allí abajo. —Un intruso no habría puesto eso —pensó. —¿Bob? —llamó, pensando que el anciano sería el único que se sentiría lo suficientemente bienvenido como para entrar y examinar los daños—. ¿Bob? —gritó más fuerte por encima de la música, caminando hacia el lugar del accidente. —Sí, soy yo, muchacha —gruñó poniéndose de pie—. ¿Por qué no me llamaste cuando pasó esto? Tuve que enterarme anoche por el viejo Bill de la bicicleta. —Apenas te he visto en el último año. No quería molestarte. Tengo seguro, y Alecks se asegurará de que todo quede arreglado —intentó sonar positiva, pero estaba más que feliz de ver al anciano. —Confiaste demasiado en ese chico y en su madre —dijo de mal humor—, pero si quieres que vaya, iré. —¿Por qué querría que te fueras? Eres el único en quien confío aquí en los invernaderos. Es una pena que hayas estado tan ocupado este año y no hayas podido ver todos los cambios que hice antes de que se destruyeran —sonrió, esperando que se quedara. Elena le había dicho que no quería que le recordaran a su difunta esposa viniendo a verla tan a menudo, así que no lo había presionado para que la visitara, aunque lo extrañaba muchísimo. —Creí que no me querías aquí, estorbando y estorbando —la miró, dándose cuenta de que debería haber cuestionado las duras palabras de Elena que le advertían que no estuviera allí para ayudarla—. Es un desastre. Probablemente necesites ayuda para salvar a algunos de estos —insinuó que le gustaría ser él quien ayudara. —Agradecería mucho toda la ayuda que pudiera recibir ahora mismo —dijo, igualmente deseosa de que él se quedara. Bob era el mejor amigo de su padre, y cuando este falleció, en lugar de quedarse con Elena, que se mudó a la ciudad con sus hijos, Maggie se quedó con Bob y su esposa, Lois, hasta que terminó sus estudios y tuvo la edad suficiente para hacerse cargo de la granja. Él era como un segundo padre para ella, y cuando Lois murió, compartió su duelo con él y sus hijos. Sus hijos eran mucho mayores que Maggie y se habían mudado antes de que la acogieran; solo los veía en ocasiones especiales, como Navidad, y sabía que eso decepcionaba a su padre. —Supongo que Elena y los chicos no querrán ensuciarse las manos —resopló, seguido de una risita al pensar que eso haría sonreír a Maggie. —Dijeron que vendrían esta tarde a echar un vistazo al seguro —los defendió Maggie, aunque no estaba segura de por qué debía hacerlo. Eran gente horrible que se merecía la opinión que Bob tenía de ellos. No siempre había pensado así. De hecho, una vez creyó estar enamorada de Alecks hasta que él la traicionó de la peor manera. Sacudió la cabeza, apartando aquel pensamiento doloroso. —Mejor me largo entonces —gruñó. —¡No, quédese, por favor! —dijo apresuradamente—. Sé que no es fácil venir aquí, pero… —Miró a su alrededor el desorden—. Ni siquiera sé por dónde empezar —dijo con tristeza. —Ah, muchacha, venir a verte es lo más fácil del mundo —dijo, abrazándola con fuerza—. Siempre estaré aquí cuando me necesites, solo tienes que pedírmelo. Tenía la sensación de que Elena había creado una brecha entre ellos con mentiras tan convincentes que ninguno las había cuestionado. Trabajaron juntos durante toda la mañana y hasta bien entrada la tarde, ignorando el desorden y los escombros del accidente y concentrándose en salvar la mayor cantidad posible de rosales. —Cariño, voy a pasar un rato por casa, pero vuelvo esta noche si quieres, o mañana si prefieres; solo tienes que llamarme. Apuesto a que Elena no se tomará muy bien verme aquí, y no quiero darle más motivos para que se queje de ti —dijo Bob, poniendo una mano en la espalda baja y estirándose. —¿Por qué le importaría? —Maggie frunció el ceño. —No estoy seguro, muchacha, pero creo que algo anda mal. No te preocupes, en cuanto se vayan volveré —dijo tocándose la sien y se dirigió con paso lento hacia la puerta del invernadero—. También tengo una pequeña sorpresa para ti. Maggie lo acompañó hasta la puerta y decidió que le vendría bien almorzar; subió hasta la casa. Sacó el móvil del bolsillo y vio dos mensajes. Seguramente no había oído la alerta por encima de la música cuando habían estado trabajando en el invernadero. Abrió el primero. —Buenos días, Ángel. Me preguntaba si te gustaría salvarme una segunda vez —leyó, dándose cuenta con curiosidad de que debía de ser de Kaeden. —¿Salvarte de qué? No estarás volando por los pasillos del hospital en silla de ruedas, ¿verdad? —respondió sonriendo. El segundo mensaje era de Alecks, confirmando que las aguas habían bajado y que él y Elena llegarían a las cuatro de la tarde. Ella respondió con un emoticono sonriente y entró en la cocina por la puerta trasera. Estaba buscando en la despensa algo de sopa o algo igual de fácil de calentar y comer cuando sonó su teléfono. Cogió una caja de galletas y contestó sin mirar el número. —¿Hola? —Hola, mi ángel —dijo Kaeden con voz suave y clara. —Por favor, deja de llamarme así —suspiró—. Me llamo Maggie y no soy un ángel. —¿Es cierto, Maggie? —Su voz se volvió más grave con insinuaciones, y ella pudo imaginar esa sonrisa torcida suya. —Ya sabes a qué me refería —dijo, sin poder ocultar la diversión en su voz—. ¿Había algún motivo para esta llamada? —Claro que hay una razón, necesito que me salves otra vez —dijo con voz dolida. —¿Y de qué necesitas que te salve, por favor? —preguntó. —Sobre todo por aburrimiento, pero a la enfermera Naggard le parece divertido no solo alumbrarme los ojos con linternas, sino también pincharme y pincharme —gruñó—. Y no de la forma amable en que tú lo hiciste, así que necesito que vengas y le enseñes cómo. —Estoy segura de que la enfermera está infinitamente más cualificada que yo, así que deja de comportarte como un bebé y tómate tu medicina —dijo Maggie riendo.
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