Capítulo treinta y uno La voz de mi madre atrás de mí me deja los pelos de punta y más porque, por lo general, cuando ella sale a vigilar siempre está mi padre con ella o muy cerca de ella. —¿Kayla, qué haces? —el ser más pequeño de nuestra familia avanza hasta llegar a mi lado y se tapa la nariz al sentir el apestoso olor que la tipa tirada en suelo desprende —¿y esta mierda? —habla sin tapujos y de un segundo a otro aparece mi padre a su lado. No sé por que no me sorprende. —Irina, — advierte —ya hemos hablado de eso —su voz rasposa y potente me deja los pelos de punta mientras que mi madre solo se limita a pegarle en el brazo y rodar sus ojos al mismo tiempo que sonríe. Vaya suerte, yo hago eso y me manda a correr cinco horas bajo el sol. —Ya te dije que no podrás cambiar alg

