Calculo que el vuelo de Brasov a Bucarest durará unas tres horas y veinte minutos, después de los cuales sé que mi vida cambiará para siempre, mucho más de lo que ya ha cambiado. Aferrándome a los reposabrazos del asiento, con las palmas sudorosas, cierro los ojos mientras los motores se preparan para el despegue. Es la primera vez que me subo a un avión y no me hace mucha gracia; de hecho, me aterra. Sin embargo, recuerdo tiempos en los que anhelaba poder estar a diez mil metros de altura yendo hacia cualquier otra parte; una isla tropical, una enorme y moderna ciudad de alguna metrópolis; a cualquier otra parte lejos de Bran, donde hubieran muchas más oportunidades de todo tipo. Sin embargo, a pesar de todos esos anhelos, este viaje no me parece para nada tan alegre, solo alberga sentim

