CAPÍTULO 6

1865 Palabras
Por poco me atraganto con mi propia saliva y aire, así que debo toser, sintiéndome muy avergonzada. Con mis ojos bien abiertos, lo miro absorta esperando que se ría por ese chiste que acaba de decir, porque tiene que ser un chiste, pero extrañamente no hay ni siquiera un atisbo de sonrisa en su boca. Se ha puesto serio, como si no estuviera bromeando, y eso me desconcierta mucho más de lo que ya lo estoy. Pestañeo para salir de mi desconcierto y trago. —Aparte de acosador, también eres un bromista de primera. Fantástico. —Miro hacia otro lado para no tener que ver esos ojos tan intensos que me ponen nerviosa. —Yo no estoy bromeando —declara, cuando vuelvo la vista a él. Su postura seria no ha cambiado en absoluto y no deja de verme a los ojos. También lo miro a los ojos; busco en ellos mentira, diversión, burla, pero no encuentro más que seriedad y esa cosa extraña en ellos, que me atrapa y que me envuelve, como la telaraña a un indefenso mosquito. —¿Qué? —espeto—. ¿Se ha vuelto loco? –Quizá —me da un encogimiento de hombros despreocupado y mete las manos en los bolsillos de su pantalón para tomar una postura más relajada—. Entonces, ¿qué dices? —Digo que debería de buscar a otra para eso —refuto, algo enfadada y sin poder ocultarlo—. No nos conocemos de nada, como para que me diga algo así. —Entonces, deja que te invite a tomar un café para que resolvamos eso —insiste. Tal parece, no va a dejar de presionar el botón, hasta conseguir lo que quiere. —Pues no puedo, lo siento. —Me escondo un mechón de cabello detrás de la oreja para ocultar mi nerviosismo. —¿Por qué no? —cuestiona. —Eh, porque no salgo con desconocidos y mucho menos si son acosadores. —No voy a secuestrarte, te lo prometo. —Se toca el pecho con la mano—. Aunque, bueno. Así como eres de bonita, quizá sí lo haga. El rubor me sube por el cuello y me llega hasta el rostro poniéndolo caliente. Debo de estar roja porque él pasea ligeramente la vista por mi cara y sonríe, apenas. —Te ves más bonita cuando te ruborizas —comenta, encendiendo mucho más el rubor en mi rostro. Paso una gran bocanada de aire y saliva por mi garganta y sin responder, lo esquivo y avanzo para alejarme. No me sujeta para detenerme, pero me sigue. —Entonces, ¿vas a ir conmigo? —insiste. —No. Ya le dije que no. No lo conozco y no me gusta su forma de ser. —¿Mi forma de ser? —Con agilidad, se interpone en mi camino y me corta el paso. Intento esquivarlo otra vez, pero extiende el brazo y me lo impide—. ¿Qué es lo que tiene de malo mi forma de ser? «Oh, Dios mío. ¿No piensa dejarme en paz?» —Quítese de mi camino y déjeme pasar, por favor. —No. Doy la vuelta para irme por otro lado, pero hace lo mismo que antes y me corta el paso. —Por favor, quítese de mi camino —resoplo con frustración. —No. Hasta que me respondas la pregunta que te he hecho. ¿Qué es lo que no te gusta? Estoy segura de que voy a perder esta batalla, así que me doy por vencida y respondo, esperando que eso sea suficiente para que deje de molestarme. —Es usted muy intenso y directo. —¿Directo? —Arquea una ceja oscura y espesa, y cruza los brazos sobre el pecho. —Sí. ¿Cómo, de primas a primeras, va a decirle a alguien que quiere que sea la madre de sus hijos y decir que no es una broma? Ni en broma se le puede decir eso a una persona que uno no conoce? —¿Por qué no? ¿Qué tiene de malo ser sincero? —rebate. —Ser sincero no tiene nada de malo. —Entonces no tengo nada malo. —Claro que sí. —Acabas de decir que no. —Dije que ser sincero no tiene nada malo, pero usted es directo y dice cosas que no debe. —Ah. —Arquea la ceja y se lleva una mano a la barbilla, para frotarla, como si analizara mis palabras—. Ha sido una grosería por mi parte y lo siento. Mi madre no me educó así, pero no soy un hombre al que le guste irse por las ramas y perder el tiempo con tonterías. Me gusta ser directo y expresar lo que pienso sin tapujos. Hace una leve reverencia inclinando apenas la cabeza y no lo voy a negar, tanto el comentario, como la reverencia, me hacen gracia y tengo que reprimir la risa. —Al menos te hice reír —expresa. —Con usted, parece que es inevitable. —Entonces, deja que te invite ese café y prometo sacarte más risas. —Ya dije que no puedo. —Claro. No nos conocemos —murmura y chasquea la lengua, mientras mira el suelo, como si estuviera decepcionado—. Está bien. —Pienso que al fin se va a apartar de mi camino, pero no es así—. Lo soluciono. Mi nombre es Deian Rosenzweig. Mucho gusto... Extiende la mano en mi dirección. Lo miro fijamente y me acaloro, así que llevo la vista a la mano y la observo, indecisa. Finalmente, también extiendo mi mano y estrecho la suya. —Mucho gusto, Deian —digo. Su ceja se levanta, interrogativa. —Todavía no me has dicho tu nombre. —Nunca le dije que se lo iba a dar. —¿Es en serio? —cuestiona, incrédulo y contrariado. —Mucho. Todavía no sé si es un acosador que me quiere hacer algo malo y no me puedo confiar. —Conóceme y así lo sabrás —rebate. —No. Lo siento y adiós. Aprovechando su momento de confusión, lo rodeo y me alejo a prisa. Escucho que me habla, pero no me detengo. Sigo mi camino. [...] —¿Tan guapo era? —pregunta mi madre, sentada a la mesa de la cocina. Me paso un dedo por el labio inferior, analizando su pregunta. —Quizá, pero es un acosador y me dijo esas cosas extrañas. —Miro la mesa y tuerzo la boca en una mueca. —Quizá sí le gustas mucho y, como dijo, no le gusta irse por las ramas y por eso fue tan directo —resuelve. Desde que le conté lo de Ioan, de que terminó conmigo y ya no somos pareja, se ha sentido decepcionada y no ha dejado de expresar lo mucho que desea que encuentre un buen hombre, que me valore y que me cuide cuando ella ya no éste. Escucharla me causa una tristeza terrible y sé que se sentirá angustiada por mí y será capaz de luchar contra la muerte hasta no verme junto a un buen hombre para que no me quede sola. Al igual que yo, ella confiaba en Ioan y pensaba que era un buen hombre, no el patán que resultó ser. Que le cuente de este hombre desconocido solo aumenta sus expectativas. Miro la ilusión en su rostro y suspiro. —Sí, estaba muy guapo —confieso, haciéndola sonreír como una jovencita ilusionada—. Es de los que te entran ganas de despelotarte y dejar que te devore con la mirada. Es un verdadero bombón. Mi madre se echa a reír y se tapa la boca al momento. —Ay, quisiera conocerlo —expresa—. Es que ya me lo imagino. —Pero eso no va a pasar, mamá. —¿Por qué no? Es solo que lo conozcas y ya. —¿Para conocer a otro patán como Ioan? No lo creo. —No todos los hombres son patanes, hija. Hay hombres buenos, solo tienes que conocerlo. Pero, actuando así, no lo vas a conocer jamás. Tose con fuerza y se tapa la boca con una servilleta. Su salud ha decaído mucho en los último días y cada día se ve más débil y desmejorada. —No te niegues a darle una oportunidad, Mirena. Es solamente un café. ¿Qué vas a perder con eso? —Nada. Pero yo no te puedo dejar sola. —Yo voy a estar bien. Nada va a pasar por una o dos horas que te tomes para ir a divertirte. Te lo mereces. No haces más que trabajar, hacer todo en esta casa y en la granja, y cuidarme. —No me molesta hacerlo. —Sé que no. Pero yo no quiero que detengas tu vida por mí. Algún día voy a irme... —Mamá, no hables de eso ahora. —Algún día voy a irme —insiste— y no quiero que hagas tu vida a un lado. Quiero que vivas y que seas feliz. Quiero irme de este mundo viéndote feliz, amando y siendo tan amada como tú mereces. Un nudo me sofoca la garganta y lágrimas pican detrás de mis ojos. Que hable de esa forma siempre toca mis fibras más sensibles y no me gusta. —Lo haré —le prometo, tragándome el nudo—. Aunque dudo que vuelva a aparecer otra vez. Mi madre asiente y suelta una risita. —Tienes que hacerlo. Estoy segura de que se va a aparecer en el castillo mañana. Ya lo verás. Sé amable con él y conócelo. Quizá salga algo bueno de allí. —No sé —encojo los hombros y me deshago la coleta—, ha sido la reacción más extraña que he tenido con alguien. Y, además, me da muchísima vergüenza cómo he actuado. Una niña de preescolar lo hubiera hecho mucho mejor. Sonriendo con aire de superioridad y los ojos brillantes, le da un traguito a su té. —Lo harás bien, solo no te pongas nerviosa y no seas huraña con él. Actúa con normalidad y ya. —Me da una palmada en el brazo para animarme—. Enamórate, sé feliz y disfruta del amor, Mirena. No pienses en los errores que yo cometí y vive. Comete errores y aprende de ellos, sino, no vas a aprender nada de esta vida, ni la vas a disfrutar. Al final, nada es un error. Yo no me arrepiento de lo que hice y de haber sido engañada, porque tú fuiste el fruto de eso y tú eres lo mejor que me ha pasado en la vida. El nudo vuelve a aparecer y a apretarme la garganta. —Mamá, por favor. Para ya. Basta de decir esas cosas para hacerme llorar. —Me paso las yemas de los dedos por los lagrimales para limpiar la humedad que se ha acumulado en ellos. —Te quiero, hija, y eres lo más bonito que me ha pasado en la vida —manifiesta, rodeándome con sus brazos para atraerme a uno de sus cálidos abrazos. Esos abrazos que me recomponen y que tanto me fascinan.
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