Todo era una locura, pero, aunque sabía que no podría salir fácil de donde estaba, no parecía estar en peligro, en realidad, así que me relajé un poco, o tal vez solo estaba en shock, pues seguir la corriente fue un poco natural para mí.
Salí de la regadera, envolví mi cuerpo en una toalla y me dejé caer de espaldas en la cama, con los brazos abiertos en cruz. No podía dejar de pensar en todo lo que Alex había dicho. Todo era tan fantásticamente increíble, que de verdad no podía creer nada.
Cerré los ojos esperando me ayudase a poner orden en mi cabeza. Pero, aunque aún sentía que todo era un sueño que desaparecería en cualquier momento, la pesadilla era mi realidad.
Escuché mi puerta abrirse, giré hacia ella encontrando a Mari, observándome desde allí, y las palabras de Alex vinieron a mi mente.
"Todo lo que dije es cierto, pero puedes no creerme, puedes hacer lo que quieras excepto dos cosas, una es irte de mi lado, y la otra, la más importante, es no volver a lastimar a nuestra hija".
«¿Ella de verdad era mi hija?, ¿será que podía creer las palabras de ese hombre?»
Suspiré con pesar. No tenía las respuestas.
—¿Quieres pasar? —pregunté a la pequeña con mi mejor sonrisa.
Los ojos de Mari se volvieron incluso más grandes de lo que ya eran, lo que hizo dar un brinquito a mi corazón. Creí que esa niña sonriendo era incluso más bella que el atardecer.
La vi correr a mi cama agitando en el aire un pequeño conejo de trapo que, segundos antes, mientras me veía desde la puerta, abrazaba fuertemente. Yo me senté en la orilla de la cama.
» ¿Necesitas algo Mari? Te llamas Mari, ¿cierto? —pregunté y ella asintió sin dejar de mirarme con sus hermosos grandes ojos.
—Si, me llamo Mari —dijo y sonreí.
—Hola Mari, ¿necesitas algo? —repetí mi pregunta con una sonrisa.
—¿Sigues enojada? —preguntó mientras algo ensombrecía su rostro.
«¿Cómo contestar eso, cuando lo que yo sentía era confusión y no enojo?, ¿cómo le explicaba eso a una niña?»
—Yo no estaba enojada —aseguré.
—Entonces... entonces, ¿por qué dijiste que no eras mi mami?
—Mari, tú... ¿tú me recuerdas?
—No.
—¿Cómo sabes que soy tu mami si no me recuerdas? Yo tampoco te recuerdo.
—¿No recuerdas que estaba en tu pancita? —preguntó muy sorprendida.
—¡¿En... en mi... pancita?!… No, no lo recuerdo.
—Yo tampoco —dijo—, pero las fotos que me dio mi papi me dicen que sí eres mi mami.
—¿Fotos?
—Mi papi y yo siempre las veíamos juntos, para que cuando vinieras yo ya te conociera. ¿Quieres verlas?
—Sí, sí quiero.
—Voy a traerlas, espera un poco, ¿sí?
—De acuerdo, no te tardes.
—De acuerdo —dijo y salió de la habitación con una gran sonrisa en su rostro.
Yo aproveché la soledad para vestirme. Até mi cabello con una cinta que encontré y esperé el regreso de Mari.
Fue pronto. La vi abrir la puerta con dificultad, pues en sus manos sostenía un álbum bastante pesado a la vista, así que me dirigí a ella y le ayudé con este mismo. Ella cerró la puerta y, tomando mí mano, nos dirigió a la cama, subió a ella y esperó por mí.
Subí a la cama y se acomodó entre mis piernas. Pude deducir que si algo no le faltaba a esta niña eran mimos, ella lo corroboró cuando señaló que esa era la manera en que su papi y ella veían las fotos.
Le entregué el álbum y comenzó a hojear.
» Mi papi siempre me cuenta la historia de las fotos —dijo sonriendo.
Yo no podía apartar mis ojos de esas imágenes que se descubrían, página a página, frente a mí.
Pude verme abrazada a Alex. Pude verme besando a Alex. Pude verme corriendo, sola y acompañada, siempre feliz.
Para cada imagen había una historia, una que la pequeña narradora parecía disfrutar.
«¿Cómo es posible que no recordara haber vivido todo lo que ella contaba?, ¿de verdad era yo la de la foto?, ¿será que podría ser alguien que se veía exactamente como yo?»
Sumergida en tanta interrogante dejé de escuchar lo que Mari tenía para decir. Me perdí del mundo hasta que una foto en especial me hizo volver a la realidad. Una foto en que me encontraba yo, embarazada, con la mirada perdida en un hermoso vientre abultado, abrazada en una indescriptible ternura.
—Aquí estoy yo, mami, en tu pancita. ¿Lo recuerdas?... Mami, ¿por qué lloras? —preguntó y la miré desconcertada.
«¿Yo estaba llorando?, ¿por qué lo estaba haciendo?»
De nuevo no había respuestas, solo había lágrimas en mi cara, un nudo en mi garganta, un hueco en mi estómago y ese penetrante dolor en el pecho que me empujaba a seguir llorando.
» No llores, mami —pidió Mari abrazándose a mí—, dormiré contigo esta noche, ¿sí?
Asentí abrazándola tan fuerte como pude. En mi cabeza seguía habiendo solo confusión, pero esos pequeños bracitos podían calmar el insoportable dolor de cabeza que tanta confusión me producía.
—Eso me gustaría mucho —dije con una sonrisa y besé su pequeña frente.
—Traeré la mantita que tú me diste, espera aquí, no me tardo —dijo señalando la fotografía.
La vi irse y sequé mi cara. Ella no debía verme llorar. Sacudí las sábanas y acomodé la cama para recibirla de nuevo.
Mari volvió corriendo, abrazada a esa manta que aparecía en la foto que me había mostrado segundos antes. La ayudé a subir a la cama.
» Cuando seguía en tu pancita tú me regalaste esta mantita. Mi papi me lo dijo, dijo que desde pequeña es mi favorita. Gracias mami —dijo besando mi mejilla.
Cada que ella decía algo, el hueco en mi estómago se hacía más grande.
«¿Cómo era posible que no pudiera recordar a mi propia hija?»
Pensar en eso me hizo querer llorar de nuevo, pero no podía dejarle ver mis lágrimas a alguien que solo me había dado sonrisas. Subí a la cama y la abracé fuerte a mi pecho.
—¿Apagarás la luz? —preguntó ella y negué con mi cabeza.
—No, porque a ti no te gusta la oscuridad —dije.
—Tal vez a tu lado ya no le tenga tanto miedo, si quieres apágala —sugirió pegándose más a mí.
—Cuando te quedes dormida, antes de eso seguirá la luz prendida —aseguré besando de nuevo su frente y la vi cerrar sus ojos un tanto complacida.
Fue entonces que dejé salir todas las lágrimas que había estado conteniendo. Seguía preguntándome un montón de cosas que no alcanzaba a entender.
«¿Qué significaba todo?, ¿por qué no recordaba absolutamente nada?» y recordé la versión corta de la historia que Alex me había dado antes de la hora de la cena.
Tú y yo nos conocemos desde siempre. Tu papá lleva siglos siendo el mayordomo de la casa. Soy apenas un año más grande que tú, así que crecimos juntos.
Siempre fuimos los mejores amigos. Aunque a mi mamá no le hacia ninguna gracia que me codeara con la servidumbre, tuvo que aguantarse porque a mí siempre me gustó estar contigo.
Cuando cumpliste diecisiete nos escapamos de casa juntos porque estábamos enamorados y mamá jamás aceptaría nuestra relación. Ella nos encontró, pero para entonces ya estabas embarazada.
Mamá dijo que no aceptaría nunca eso, que era una vergüenza para la familia, así que Sebastián y yo debimos protegerte de ella.
Él te llevó hasta donde ella no pudiera alcanzarte y, de vez en cuando, me traía fotos de ti. Aunque a él tampoco le parecía cómo hicimos las cosas, tu papá siempre nos apoyó.
Cuando diste a luz mamá dio contigo y nuestra hija. Se apareció en la casa con Mari entre sus brazos reiterando que jamás te aceptaría, pero que su nieta no tendría que preocuparse nunca de nada, ni tú preocuparte de ella.
Le pregunté qué había pasado contigo y dijo que no debía preocuparme por ti nunca más, que eras un problema que se había encargado de resolver.
Creí que te había matado, hasta que Nadia me informó que estabas hospitalizada con una bala en la cabeza. Dijo que sería difícil que sobrevivieras, pero no perderíamos las esperanzas, y tampoco te pondríamos en riesgo, por eso lo mantuvimos oculto de mamá.
Sebastián, Nadia y yo haríamos lo que fuese por protegerte, por eso, cuando despertaste sin recuerdos, tu papá y yo decidimos renunciar a ti por un tiempo, en lo que recuperabas la memoria. Le pedí a Nadia que se hiciera cargo de ti el tiempo que fuera necesario.
Ella te llevó a México y vivió cerca de ti como tu mejor amiga, sin embargo, al ver pasar los años y no ver respuesta de ti, decidí que aun sin recuerdos debías volver a nosotros. Lo que significa que mamá va a intentar arreglar lo que no quedó completamente arreglado hace tanto tiempo, a eso es a lo que Sebastián se refería cuando dijo que no sabrías defenderte de lo que se aproxima.
—¿Sebastián es mi papá? —pregunté y Alex asintió—. Y, todos los recuerdos que tengo ¿de dónde son?
—Eso es algo que solo Nadia puede responder —contestó—. Vamos, es hora de cenar.
—No tengo hambre —dije y Alex dijo que estaba bien, dejándome sola en esa habitación, dejándome amarrada a tanta confusión.