—Se verá bastante mal que no durmamos juntos, ¿cierto? Una pregunta, hecha por mí para mí, fue contestada por el culpable de que mi corazón se detuviera en seco por la respuesta dada a eso que no le preguntaba. —Bastante mal —aceptó Alex—, sería regalarle la victoria a mi madre. —¡A...Alex! —exclamé con muy poca serenidad en el cuerpo y la voz temblando cual papel al viento. Alex rio a carcajadas de mi reacción, pero no alcancé a molestarme, pues de pronto puso la cara seria y se acercó sigilosamente a mí. —¿Por qué tan nerviosita? —preguntó susurrando a mi oído, rodeándome con sus brazos—. No voy a comerte —aseguró riendo—, no mucho, al menos. Lo empujé con mis manos y retrocedí poniendo tanta distancia entre nosotros como la habitación me permitía. —No juegues conmigo, ¿quieres?

