Fastidiada del ruido y los olores a mi alrededor, veía a mi amiga, desde la mesa de otro bar, beber y bailar.
—Y justo cuando pensaste que te habías librado de mí —dijo una voz, por demás conocida, detrás de mí—: Chao.
Giré para encontrar a un sonriente Alex.
—Chao —respondí resignada.
Comenzaba a sentirme cómoda con el ya no tan desconocido Alex.
—¿Cómo va su aventura de verano? —preguntó el hombre poniendo los ojos en mi amiga y haciendo circulitos con el vaso en su mano.
—No parece progresar —informé después de analizar la situación—. Emana desesperación, creo que eso le ahuyenta los prospectos.
Después de mis palabras escuché un sonido desagradable y sentí mi brazo mojado. Con la furia del mundo en los ojos, dejé de mirar a mi amiga para darme cuenta de que, mi serio comentario, le había hecho gracia al idiota que escupió su bebida en mí.
—Lo siento —dijo Alex secando su boca mientras continuaba riendo—, eso fue gracioso.
No dije nada. Mi intención no había sido hacerle gracia, y mucho menos esperaba terminar bañada en alcohol maloliente.
Tomé mi teléfono y mandé un texto a mi amiga: «Me voy a la choza, no te indigestes. Si no llegas a casa, mañana te marco. Cuídate» y me levanté del lugar secando mi brazo para comenzar a chocar con infinidad de personas que obstruían mi paso a la salida, contribuyendo a mi enojo.
» Lo siento —repitió Alex, que me seguía—. De verdad que no quise hacerlo. No te enojes.
No contesté nada. Yo estaba molesta. El simple hecho de que me siguiera me hacía molestar mucho más y él parecía no entenderlo. Furiosa tomé un taxi, quitándole la oportunidad de seguirme.
Cuando llegué a casa me di un baño y, después de un buen rato de pelear con el calor, logré quedarme dormida para despertar cerca de las tres de la mañana al escuchar que la puerta de la entrada era forzada.
Dejé la cama para facilitarle la entrada a mi amiga que, seguramente, volvía tan ebria que había olvidado cómo abrir una puerta.
Al abrir la puerta mi amiga se dejó caer en mí y, como yo no tenía intención de volver a oler a alcohol, la esquivé. Cerré la puerta y volví a mi habitación dejándola tirada frente a la entrada principal. A la mañana siguiente la escuché levantarse y golpear la puerta de mi habitación reclamando.
—Al menos me hubieras echado una cobija —dijo furiosa.
Yo fingí que no me importaba lo que decía, aunque no estaba fingiendo tanto. La noche anterior había estado bastante molesta de tener que pasar por cosas molestas a causa de sus locuras.
Esa mañana de nuevo salí de la choza y busqué un nuevo lugar dónde desayunar. Quería estar sola, pero algo me decía que a Alex me lo encontraría hasta que me fuera de bahía de Halong y, aunque yo intentaría evitarlo a toda costa, tal como lo presentí, unos minutos después de que yo iniciara a desayunar, se apareció frente a mí con una flor en la mano.
—Lamento lo de anoche —dijo—, no creo que fuera para que te enojaras tanto, pero lo lamento en serio.
Lo miré desganada y suspiré.
—No vas a dejarme en paz, ¿cierto? —pregunté tomando la flor.
—Tú no quieres que te deje en paz —dijo él sonriendo.
Suspiré de nuevo.
—Eres molesto —señalé y Alex sonrió.
Entonces, tomando un espacio en mi mesa, ordenó un desayuno.
Alex comenzó a hablar de Bahía de Halong mientras yo disfrutaba de la vista que ese restaurante ofrecía y, tal como el día anterior, mi amiga con resaca apareció frente a nosotros y se sentó, esta vez, menos coqueta.
—Anoche te largaste sin más —continúo con su reclamo muy molesta—, tuve que volver a casa como pude y, cuando llego, me dejas tirada en la entrada. ¡Qué buena amiga que eres!
Di un trago a mi café mirándola un tanto incrédula. Era cierto que la había acompañado para que cumpliera sus metas, pero eso no me convertía en su cuidadora. Al menos no oficialmente, y ese sería mi argumento para cualquier alegato.
—Soy tu amiga, no tu mamá —dije con la poca calma que el mundo me había provisto—, si quieres besitos en la frente regresemos a casa. De todas formas, no parece que vayas a lograr tu cometido.
La cara de mi amiga se tornó amargura pura. Ella, como yo, sabía que no pasaría lo que estaba esperando.
—¿Quieres volver ya? —preguntó y asentí—. Claro que sí —dijo fijando la vista en mí acompañante—; como tú ya conseguiste lo que querías quieres volver a casa. Pero yo no, así que nos quedamos.
Ella terminó fijando sus ojos en mí y se fue. Alex me miró y yo di otro trago a mi café.
—¿Soy lo que querías? —preguntó él. Negué con la cabeza y continué haciendo lo único que realmente había disfrutado de esas vacaciones: mirar el mar—. ¿Por qué no te gusto? —preguntó con cierto tono de decepción en la voz—. Sabes, antes de ti me tenía bastante confianza.
Lo miré y, aunque había escuchado perfectamente lo que dijo, fingí que no.
—Lo lamento, no estaba prestándote atención. ¿Dijiste algo? —pregunté y el que suspiró fue él.
—Me obsesionas porque no caes —confesó—, de verdad me gustas a mí. ¿No podemos pasar una noche de verano y hacer esto inolvidable para ambos?
—Estas vacaciones de verano ya son inolvidables para mí —informé—. Cada noche me ha causado tal shock que serán insuperables, te lo aseguro. Lo último que necesito es acostarme con un tipo que a la mañana siguiente no sabrá ni como me llamo. Olvídalo. No soy como ella. Sus sueños son más bien pesadillas para mí. Y, no lo mal entiendas, eres muy bien parecido, y tus atenciones, en perspectiva general, son lindas, pero en la mía son molestas. Lo lamento.
Él ya no dijo nada. En ese momento no hizo nada más que levantarse e irse.
Pero las cosas no se quedarían así, ese casi desconocido chico pronto convertiría en realidad lo que no era profecía, el sueño de amiga lo convirtió en mi pesadilla.
Nuestra última noche en bahía de Halong, después de que mi amiga no lograra llevarse a nadie a la cama, cerca de las tres de la mañana, volví a la choza con una ebria y desconsolada chica que, entre llanto y vómito, se lamentaba de no poder conseguir lo que buscaba.
Y, aunque me sentía mal por ella, fingía estar tranquila por no haberme encontrado con Alex esa noche. Muy a pesar de que algo dentro de mí decía que tal vez hubiese sido bueno verlo una vez más.
¿Alguna vez han oído la frase "Cuidado con lo que deseas"?
Yo debía no haber pensado en Alex pues, como si invocara al diablo, este mismo se apareció frente a mí.
Apenas bien había logrado que mi amiga se durmiera, la puerta comenzó a ser derribada a patadas. Lo que me hizo sentir un tanto de miedo y despertó a mi desubicada amiga, aún ebria por alcohol y decepción.
Me acerqué a la puerta con la intención de saber qué estaba sucediendo y, en el camino, tomé una escoba que se encontraba de paso.
Mi amiga se refugiaba tras la puerta, y solo dejaba entre ver la mitad de su rostro que asomaba por simple curiosidad. La puerta parecía que sería derribada en cualquier momento.
—¿Quién está ahí? —pregunté con todo el valor que logré reunir, la respuesta fueron más golpes en la puerta—. ¿Quién es y qué quiere? —hice otra pregunta y esta vez obtuve la respuesta en la voz de una mujer que gritó bastante molesta.
—¡Mở cửa chết tiệt chó!
Yo no entendí nada, así que giré a mi amiga para preguntar qué significaba lo que acabábamos de escuchar. Ella rascó su cabeza intentando que algo ahí arriba funcionara.
—Creo que es sobre abrir algo y dijo maldita zorra.
La ira se trasladó de la voz de la mujer a mi mirada, que con furia se comía viva a mi amiga.
—¿Con quién te acostaste? —pregunté furiosa.
—¿Crees que hubiera hecho tanto drama esta noche si me hubiera acostado con alguien? —cuestionó casi furiosa.
Pensé que tenía razón.
—Entonces, ¿a quién le coqueteaste? —pregunté con más calma.
—A todo el mundo —respondió tan cínica como pudo.
Ni siquiera tuve tiempo de molestarme con mi amiga, la puerta se abrió de golpe y la mujer que gritaba furiosa ya se encontraba sobre mí.
Todo pasó tan rápido que lo único que atiné a hacer, antes de que me diera un golpe, fue a sostener sus manos y a poner intermedio a nosotras mis piernas dobladas sobre mi pecho, lo que me permitiera empujarla tomando ventaja de que mi espalda se encontraba recargada al piso.
Ella seguía diciendo un sinfín de cosas que, para mí, no tenían sentido. Pero estaba molesta, estaba muy molesta y era conmigo.
Queriendo entender lo que ocurría, me pregunté lo que menos lógica tenía: ¿Por qué era a mí a la que atacaba? La coqueta descarada no era yo.
Entonces llegó la ayuda de donde menos la esperaba. Alex apareció y la quitó de encima de mí, lo que me permitió ponerme en pie e intentar respirar profundo para entender mejor las cosas.
Ellos comenzaron a discutir. Se estableció una charla intensa de la que no lograba seguir el hilo porque hablaban un idioma que yo, antes de esas vacaciones, nunca había escuchado.
Pregunté si él la conocía y Alex dijo que era su exnovia, que estaba celosa de mí y quería matarme. Lo último lo dijo sonriendo.
La sorpresa no solo me dejó boquiabierta, por un segundo pensé que mis ojos se desorbitarían.
—Y la culpa era mía, ¿verdad? —dijo mi amiga burlona.
—¡Cállate! —exigí apenada—. Sácale de aquí —ordené a Alex que sostenía a su supuesta ex de ambas manos—, y déjale bien en claro que entre tú y yo no pasó nada, y que me voy en un rato, que se esté tranquilita.
Ellos continuaron discutiendo acaloradamente y, aún sin entender nada, quise salir de ahí. No tenía mucho caso quedarme, pero me detuve cuando mi amiga dijo algo que me desconcertó.
—Tu muñequito no te está ayudando —dijo y la miré intrigada—. Le está diciendo que te ama y se casará contigo, aunque a ella no le parezca, que no te dejará escapar después de encontrarte.
—Estás jugando, ¿no es cierto? —pregunté y, sin asomo de broma en su rostro, mi amiga negó con la cabeza.
Ni siquiera alcancé a asimilar lo que ella decía cuando fui obligada a voltear a ver a la pareja que discutía debido al estruendoso sonido que sucedió continuo a un grito de la chica. El estruendo que escuché fue un disparo.
Volví la mirada hacia ellos y me percaté que el arma apuntaba en nuestra dirección. Supuse rápido que su tiro no acertó, hasta que oí caer en peso algo a mi lado. Era mi amiga que yacía cara al piso con ambas manos en el estómago.
Escuché otro golpe y sentí que alguien me arrastraba hacia la puerta trasera de la cabaña. Cuando logré percatarme de mí, y darme cuenta qué sucedía, me encontré con Alex que me llevaba de la mano, casi arrastrando, por la playa.
Intenté detenerme, pero Alex no lo permitió.
—Si te detienes nos mata —declaró enterándome de que la loca del arma aún nos perseguía y, al parecer, no se detendría.
«¿Qué pasará ahora?» Me pregunté mientras corríamos por varias calles del pueblo hasta que, en un callejón, nos salió al paso un coche n***o al cual fui obligada a subir.
» Ahora estaremos bien —dijo aliviado Alex cuando el coche se arrancó.
Yo estaba, más que sorprendida, impactada. Acababan de suceder demasiadas cosas para que yo fuese capaz de entender la situación.
—¿Qué está pasando? —atiné a preguntar entre tanta confusión y, deduciendo que era larga la historia, y recordando que mi amiga se había quedado atrás, tirada en el suelo con una bala en el estómago, exigí que me devolviera a la cabaña.
—Por supuesto que no te llevaré —dijo Alex sin inmutarse ante mis preocupaciones—, es demasiado peligroso. Ella está loca. Nos matará.
—¿Y mi amiga? —cuestioné.
—No es tiempo de pensar en los otros —dijo—, lo importante es que nosotros estamos bien. No volveremos. ¡Ella está loca!
—¿Y tú no? —pregunté— ¿Por qué le dijiste que me amabas?, ¿qué es eso de que te casarás conmigo?
—Dijiste que no hablabas vietnamita —soltó sorprendido.
—No lo hablo —acepté.
—Entonces, ¿cómo sabes lo que dije?
—Mi amiga me lo dijo. ¿Por qué mentiste? —pregunté, pero no le permití responder—. ¿Sabes qué? No importa. Solo llévame con ella. La loca de tu novia le disparó. Tengo que saber si está bien. Volvamos a la cabaña. Por favor, Alex, llévame de vuelta y déjame tranquila. ¡Solo déjame en paz, solo eso, ¿quieres?!
—No, no quiero —dijo—. Lo siento, nena, pero yo no mentí. Cuando dije que me casaría contigo era la verdad. Aunque, a decir verdad, la verdad es que tú y yo ya estamos casados desde hace casi seis años.
—¿De qué demonios estás hablando? Por supuesto que no estamos casados. Ni siquiera te conozco.
—Claro que me conoces, soy Alex, ¿recuerdas?
—¿Qué?... No... Estás loco. Déjame volver con mi amiga —exigí e intenté abrir la puerta cuando el semáforo detuvo el coche, pero Alex me atrapó del brazo fuertemente.
—Si no te estás quieta tendré que sedarte.
Le miré mal, lo empujé e intenté de nuevo abrir la puerta. En respuesta, Alex me sostuvo fuerte y alguien inyectó algo en mi cuello.
Mi cuerpo se puso pesado y mi visión se tornó oscura, las graves voces de mi alrededor se volvieron silencio, dejándome atrapada en una oscura y silenciosa nada.