Capítulo 2

1561 Palabras
Dieciocho años atrás…   Narra Marcelo Donald “Nacer en cuna de oro” esa frase me sigue a donde voy, muchos creen que la razón de mi fortuna se debe a la suerte de nacer en una familia adinerada, pero no es así, mi padre no era un hombre con lujos, era un hombre trabajador que tuvo la dicha de conocer a una mujer echada para delante, mi madre se dedicaba a la venta de comida, ella preparaba deliciosas recetas y las vendía en un pequeño puesto en la calle; mi padre por otro lado se dedicaba a lavar platos en un restaurante, al juntarse, los dos continuaron con la venta de comidas y con el tiempo ya no vendía en un puestecito de la calle si no que arrendaron un lugar más acondicionado que se ganó el corazón de muchas personas; al paso de más años de trabajo tenían un restaurante con más de quince empleados, al nacer mis hermanos y yo crecimos en ese mismo negocio de mis padres y continuamos trabajando hasta el punto de tener más de cincuenta puntos de venta, mis padres que son Italianos, han hecho la gran labor de llevar los sabores de sus raíces a todos los rincones de Francia, nuestros restaurante son de los más populares y varios de ellos cuentan con estrellas Michelin. Hoy día mis padres ya no están con nosotros, mi madre falleció de cáncer y mi padre a los meses falleció sin causa alguna, mis dos hermanos y yo sabemos que es debido a la tristeza que le ocasionó la muerte de su amada esposa. Nosotros somos unidos y seguimos trabajando para mejorar y crecer aún más, para nosotros el conformismo nunca será una opción. Además, tenemos el gran trabajo de darle trascendencia al nombre de nuestros padres y seguir su legado, cada uno de nosotros se encarga de diferentes funciones y con cada uno hay un personal, realmente contamos con grandes chefs, auxiliares de cocina, servicio al cliente, etc. Sobre todo con grandes recetas que nos han hecho quedarnos en el paladar de los comensales; mi función es en la parte administrativa, tengo un grupo de trabajo que aportan en función a la contabilidad de todos los restaurantes AnGius Donald, en su nombre se unen Antonio y Giuseppina, mis padres, los encargados en enseñarnos a trabajar de forma honrada, con gratitud, sacrificios y con palabra. También tuve la dicha de conocer a una mujer maravillosa que sea convertido en el motor y empuje de mi vida, mi querida Anna, quien me ha dado un hijo hermoso, Bernald Donald, él es nuestro único hijo por quien hemos luchado para que sea un hombre de bien, pero sus responsabilidades quizás fueron pocas y nació en un momento en el que el trabajo nos consumía el tiempo, mi hijo se preparó en la carrera que quería ejercer, es un gran abogado y se encarga de diferentes funciones en nuestra empresa familiar, así mismo me ayuda con las funciones administrativas, debo admitir que el trabajo que el ejerce no es ni la mitad del que yo tuve que hacer a su edad pero al fin de cuentas eso es lo que todos queremos para nuestros hijos, darles momentos mejores que los que nosotros tuvimos, hasta ahora no sé si sea bueno o malo lo que hemos hecho con él; Bernald hace varios años se casó con Victoria, mi querida nuera es una gran chef, es la encargada de uno de los restaurantes con estrellas Michelin, los dos me dieron el regalo más hermoso de todos, a mi nieto Gabriel, él me ha enseñado amar con más fuerzas aun; es un niño amoroso, sonriente, inteligente que ama escuchar mis historias, es sin duda el mejor regalo que me ha dado la vida. Esta mañana me he levantado feliz porque es el cumpleaños números diez de mi nieto, su fiesta será en una casa que tenemos en una región muy linda llamada Normandía que se encuentra a las afueras de Paris, estamos a unas tres horas de distancia de ese hermoso lugar; pero mi familia se ha ido antes, yo les dije que después los alcanzaría debido a una revisión de los registros contables de los restaurantes que están bajo mi cargo, que también me pertenecen de cierta manera, pues mis padres antes de morir distribuyeron por igual entre sus hijos los restaurantes pero nosotros seguimos trabajando en conjunto. Al terminar la reunión que tuvo una demora por contratiempos que nunca faltan, decido irme con mi familia, no quiero ir a casa y cambiarme porque me tomará más tiempo; son aproximadamente las tres de la mañana y me espera un viaje sorpresa para mi querido Gabriel, le llevo de regalo un hermoso tren que siempre ha querido; de camino por la carretera se observa cómo sale el bello sol, el paisaje se hace cada vez más bonito, sin duda es una fortuna tener la posibilidad de verlo, me froto los ojos y me intento concentrar en lo que hago, el sueño y el cansancio se apoderan de mí, lo único que ahora visualizo en esta solitaria carretera es a un hombre que mira también el paisaje, parece que le gusta mucho contemplarlo, vuelvo al volante y ya, ya no recuerdo más nada, creo que he cerrado mis ojos para entrar en un profundo sueño, en ese sueño siento aun ese cansancio que me consume hasta el punto de sentir que no puedo respirar, me cuesta conseguir aire. Es como una pesadilla que no me deja despertar, ni gritar, ni hacer nada para estar bien. - Ya, déjelo ese hombre está muerto – es lo que escucho decir, ¿Qué pasa? Abro mis ojos con algo de dificultad y veo por instantes a ese hombre, el hombre que contemplaba el paisaje. Una horas más tardes me encuentro en una clínica donde me ha dicho que estuve a punto de perder la vida, estuve a unos minutos de no ver nunca más a mi familia, de no poder compartir más con mi nieto; ese hombre me ha salvado la vida. Cuando me dieron la salida de la clínica, estuve por esa solitaria carretera en ocasiones tratando de encontrar a ese hombre, hasta llegué a pensar que se trataba de un ángel. La mañana siguiente paso una vez más y ¡lo veo! ¡Lo veo! Es el hombre que me ha salvado la vida. - Detenga el auto por favor – le digo al chofer Bajo la ventanilla del auto y me quito los lentes, en ese momento quise extender mi gratitud con esta persona que ha expuesto su vida para salvar la mía. Verlo, escucharlo y percibir su esencia humana me hace notar que es un hombre de escasos recursos económicos pero con una riqueza humana invaluable. Él también tiene una familia, tiene hijos y una nieta que ama y aun así se ha expuesto, que gran hombre tengo ante mí. - No sé cómo pagar su acto de valentía y humanismo – le digo tratando de hallar una forma de pagarle lo que ha hecho - No tiene que agradecer – dice sin más - Si, déjeme darle algo como muestra de gratitud, yo se lo mucho que se ama a un nieto, también tengo uno que es sagrado para mí, entiendo cuanto ama a su pequeña. Déjeme hacer algo por ella, por su futuro, quiero darle mi gratitud a través de su pequeña nieta. - ¿Cómo así? No logro comprender lo que quiere decirme. - Déjeme brindarle un futuro prometedor a esa pequeña niña, a mi nieto le vendría bien tener a una esposa con un corazón tan bonito como el suyo, para mí sería un placer que mi Gabriel se comprometa más adelante con esa pequeña niña que usted dice que ama y es su tesoro, puedo hacer que nuestros más grandes amores tengan una vida feliz, se lo aseguro. El hombre me observa con rareza por mis palabras, pero mira sus pies, sus manos y por ultimo mira el camino por donde ha salido y dice: - ¿Cómo puede hacer que eso suceda? – pregunta con algo de duda - Le voy a dar mi palabra, con eso es más que suficiente El hombre extiende su mano con seguridad y yo la tomo demostrándole que puede tener tranquilidad. - Octavio, en mi familia las palabras valen más que el dinero mismo. Vuelvo a mi auto y abro el maletín que llevaba en mi asiento trasero, allí llevo como amuleto de la buena suerte lo último que me ha dado mi padre antes de morir, las sortijas de su matrimonio, las tomo y salgo nuevamente, abro mi mano y el parece no entender. - Su nieta lleva unos días de nacida por lo que pude escucharle, mi nieto tiene diez años cumplidos hace poco, así que el día que su nieta cumpla la mayoría de edad podrán comprometerse. - Pero… - En dieciocho años lo buscaré y lo encontraré, ese día juntaremos estos anillos, solo le pido que lo guarde con el mismo cariño y amor que le tiene a su nieta, es muy valioso para mí. - Así será, le doy mi palabra – menciona Octavio - Y yo le doy la mía. Luego de un apretón de manos vuelvo a mi auto, nos vemos en dieciocho años.                
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