Siseó sus palabras como acusaciones que no podía negar. El hombre que lo miraba desde el espejo era un desconocido para él: vulnerable, necesitado, desesperado por una conexión emocional que había aprendido a despreciar como debilidad. Había construido un imperio basado en el control absoluto, en la capacidad de comprar lealtad y obediencia, pero ahora se encontraba enfrentando la realidad brutal de que el amor genuino no se podía adquirir con contratos ni cláusulas legales. Mientras que Nina, en la habitación principal, se sentó cuidadosamente en el borde de la cama monumental, aún envuelta en la toalla lujosa. Su mente giraba como un torbellino imparable de pensamientos contradictorios que se chocaban entre sí como olas furiosas. Todo en Salomón le recordaba a Ahmed con una precisión qu

