El corazón de Nina comenzó a latir con fuerza salvaje. Frente a ella, Salomón resultaba aún más imponente que en sus encuentros anteriores: su altura, la anchura de sus hombros bajo el traje impecable, su presencia que parecía absorber todo el oxígeno del estrecho pasillo. «¡Ay no, él!» Salomón también sintió esa extraña sacudida interior. Aquel revoloteo inexplicable en su estómago, sensación que ninguna modelo internacional o heredera millonaria había logrado provocar, surgió nuevamente ante la visión de esta mujer sencilla. Aquella reacción, tan impropia de él, quedó sepultada bajo capas de orgullo mientras fingía terminar su inexistente conversación telefónica. —Quedamos así, Donald Trump —declaró con reforzada gravedad, guardando el teléfono en el bolsillo interior de su chaqueta.

