—Vamos —dijo ella, con su corazón acelerándose por la emoción de esta conexión inesperada.
Aprovechando que Hassan estaba ocupado con la señora Nacira en el otro extremo del pasillo, ambos se escabulleron sigilosamente hacia las escaleras. Descendieron en silencio, cada uno sumido en sus propios pensamientos contradictorios, unidos por una atracción que ninguno comprendía completamente.
Ya en la calle, el aire nocturno los envolvió con su cálida humedad. Nina, buscando romper el silencio que se había instalado entre ellos, señaló hacia un puesto callejero donde un hombre de mediana edad preparaba shawarmas con movimientos precisos y automatizados.
—Allí venden unos shawarmas deliciosos —comentó, observando cómo el cocinero cortaba hábilmente finas láminas de carne del espetón giratorio—
