Nina quien no estaba acostumbrada a que le regalaran nada, tomó las chanclas con manos temblorosas, sintiendo cómo un calor inesperado se expandía desde su pecho. No era solo el gesto en sí, sino la atención al detalle, esa capacidad de ver sus necesidades incluso cuando ella misma las ignoraba en medio del caos. Nadie, en mucho tiempo, se había preocupado así por ella.
—Ay gracias. Las mías deben estar todas chamuscadas allá—murmuró, colocándose las chanclas mientras una sonrisa tímida iluminaba su rostro golpeado.
Emir también recibió su par, mirando a Ahmed con esa mezcla de admiración y gratitud que solo los adolescentes pueden expresar con tanta pureza. Mientras se calzaba las chanclas, el muchacho lanzó una mirada de complicidad a su hermana.
―Gracias señor Karateca.
Nina sentía
