Nina intercambió una mirada con Ahmed, quien asintió levemente pretendiendo ser un vecino amable que estaba impactado con lo sucedido. Algo en ella necesitaba ver, necesitaba confirmar que esa vida realmente había terminado. —Quiero ver —declaró con una firmeza que sorprendió incluso a ella misma. El bombero los guió por el pasillo ennegrecido, con cada paso crujiendo sobre vidrios rotos y madera carbonizada. El olor a quemado era intenso, mezclado con el de la humedad dejada por las mangueras. Cuando llegaron al umbral de lo que había sido el apartamento 302, Nina se detuvo bruscamente. La devastación era total. Donde antes habían estado los muebles gastados, las cortinas baratas, los platos, ahora solo quedaban formas n£gras irreconocibles, como esculturas abstractas emergiendo de un

