―Sí que está buena —repitió Salomón, esta vez mirando directamente a Nina mientras hablaba, dejando que la ambigüedad de sus palabras flotara en el aire entre ellos como una promesa no pronunciada.
El tintineo de los cubiertos contra los platos llenó el breve silencio que siguió, una pausa cargada de significados no expresados. Nina podía sentir el peso de su mirada como una caricia física, recorriendo su rostro, deteniéndose en sus labios que aún guardaban la memoria del beso compartido.
Sus miradas se cruzaron brevemente sobre la mesa, y algo pasó entre ellos, algo intangible pero poderoso, como una corriente eléctrica invisible que conectaba sus cuerpos a pesar de la distancia física. La mano de Salomón se detuvo a medio camino hacia su boca, como si por un instante hubiera olvidado l
