Horas antes… La penumbra envolvía la pequeña habitación de la señora Nacira. Nina, recostada en la cama desgastada pero limpia, acariciaba con ternura el cabello de Emir. Sus dedos se deslizaban entre los mechones castaños del adolescente, quien yacía de costado, con las manos sobre su rostro, vulnerable como el niño que aún era a pesar de sus años. La intimidad de este momento les recordaba aquellos días en Albania, cuando vivían solos, antes de que Driztan irrumpiera en sus vidas como un huracán devastador. —Nina, ¿no te sientes rara? —la voz de Emir rompió el silencio, con un tono que oscilaba entre la curiosidad y la incredulidad. Nina contuvo la respiración por un instante. Su mente dividida entre el presente y la anticipación de lo que planeaba hacer cuando su hermano se durmiera,

